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Un par de ojos color bronce me escrutaban curiosos mientras yo permanecía paralizado como subnormal, viéndole a su vez. Un mechón de fogosa cabellera ondulada caía torpemente sobre su pálido rostro de bordes redondeados, con pequeñas efélides dispuestas como al azarsobre sus pómulos y el puente de la nariz. A juzgar por la manera en la que se encontraba, se me ocurrió que la suela de su calzado podría ser anti resbalante y tener poco tiempo de uso, pues la superficie de la pista carecía de irregularidad alguna con la que pudiese derrumbarse.

  -¿Qué, me vas a ayudar, o seguirás mirándome como estúpido? -Esbozó repentinamente tras haber soplado el mechón de cabello que le dividía la cara en dos.

  ¿Qué?, de pronto me sentí jodidamente estupefacto, ¿Cómo se atrevía a hablarme así? Sin conocerme, sin saber a qué me dedico, sin nada. Controlé mi impulso de ignorarle e iniciar mi carrera únicamente porque, uno: Así se trabaje como el puto gorila de un pez gordo de la mafia se deben tener modales, no somos animales después de todo; dos: Detesto la superficialidad, pero he de admitir que esa loca con cabellera de fuego había logrado que me embobeciera unos segundos cuando mis ojos chocaron con los suyos. No era bella como la putilla de Noemi Liz -Sí, quiero mantener los modales, pero a personas como Liz palabras como "putilla" representan más bien un eufemismo-, pero algo en su gesto curioso, confuso y en parte agresivo, guardaba alguna especie de efecto hipnótico si se le ponía atención suficiente. Además, tenía un culo como mandado a hacer por las manos de los mismísimos ángeles.

  -¿Me llamas estúpido cuando eres tú quien acaba de caer al suelo? - Pregunté sarcásticamente mientras le tendía la mano, en parte bromeando, en parte por venganza.

  -Qué encanto eres. -Su respuesta hizo que mi sarcasmo pareciera cosa de niños, pero tomó mi mano.

  Al ayudarle a erguirse, deparé en que su playera sin mangas negra llevaba un par de alas de querubín plasmadas sobre la espalda. -mmm, una espalda con una pendiente magnífica- La prenda se pegaba a su delgado torso, moldeándose a la curvatura de sus caderas y recubriendo el par de pequeñas montañas que eran sus, aunque no muy grandes como le gusta a la mayoría de idiotas, firmes y redondeados pechos. Unos pantalones deportivos de lycra grises vestían sus carnosas piernas notoriamente trabajadas. Del tipo de piernas que disfrutaría morder.

  -Bueno, pareces contradecirte. ¿Primero soy un estúpido, y ahora un encanto? -Eso debía enseñarle quién puede ser más sarcástico.

  Debía.

  Primero me observó como si viniera de Júpiter o tuviera tres ojos, con una mano se hizo la frondosa melena hacia atrás, tomando impulso con un movimiento de la cabeza. Cuando volvió a dirigirme la mirada, noté un Septum -Un piercing en forma de herradura que entraba por un orificio nasal y salía por el otro. Lo reconocí porque Nate, mi hermano, se había colocado uno igual hacía un tiempo-. Sus labios rosas se curvearon ligeramente hacia arriba en una sonrisa indescifrable como la de la Gioconda.

  -Eres un encanto estúpido. -Y salió corriendo a lo largo de la pista.

  ¿Qué?

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora