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Mi paciencia se va fragmentando segundo a segundo a medida que la señora de cabello pálido parada frente a mí coloca con una inquietante paciencia los productos sobre la cinta corrediza. Y la increíblemente inmensa lentitud del hijo de puta que atiende el sitio no ayuda a que mi sangre deje de hervir.

  Faltaban un par de días para ponerle fin al equipo de Mitch, y mi mente parecía ponerse ansiosa con el transcurrir de cada minuto. No le temía a Mitch ni mucho menos, pero algo me decía que ese evento sería el inicio de una serie de acontecimientos desagradables. Pensaba en la ambición de Tony. Si era capaz de asesinar a sangre fría a personas con las que llevaba años haciendo negocios, no podía imaginar qué quedaría para nosotros una vez se cansara o aburriera de nuestro servicio. Claramente ese gordo malnacido no era alguien de fiar.

  En todo caso, no planeaba quedarme por allí mucho tiempo. Una vez nos pagaran ese último trabajo me largaría con mi familia, y lo haría con Venecia. No estaba en mis planes dejar que siguiera trabajando también para ese hijo de perra traidor.

 Finalmente la anciana se movió, seguramente sería la madre de algún sujeto en el extranjero que le mandara dinero; con unos ochenta años no debería salir sola. Además los precios de la tienda de víveres que quedaba dentro de la urbanización eran increíblemente elevados.

  Una vez pagué el paquete de latas de cerveza, me dirigí a casa de Venecia.


  -¿Cervezas?, ¡genial! -esbozó cuando las coloqué sobre la mesa en el centro de su sala- ¿vienen frías?

  Asentí. Saqué una del paquete y se la arrojé, ella la abrió y dio un enorme sorbo con los ojos cerrados antes de soltar un largo suspiro.

  -Deliciosa. No tomaba una desde mis días de universitaria.

  ¿Cómo podía su sencillez hacerla lucir tan malditamente sensual? Callé mis pensamientos.

  -¿Ya escogiste una película?

  Ella dio otro sorbo a su cerveza y por poco la escupe evitando dejar escapar una carcajada.

  -¿Qué pasa? -Pregunté algo perdido.

  -Sí, ya la escogí. Seguro te gusta.

  Su tono de voz ocultaba algo, como una complicidad consigo misma. Nos sentamos en el cómodo sofá de su sala de estar con las luces apagadas, frente a la cómoda donde se hallaba el enorme televisor de pantalla plana. Ella tomó el control del equipo que se hallaba sobre la mesita para café que estaba frente a nosotros, y se dejó caer de nuevo junto a mí. Se giró para mirarme.

  -¿Estás listo? -Preguntó mordiéndose los labios con una sonrisa indescifrable.

  -Cuando quieras. -Contesté, aunque me hallaba distraído observando sus jugosas piernas que apenas eran cubierta por un pequeño short blanco.

  Sobre el torso llevaba una franelilla blanca... sin sujetador debajo.

  Dio inicio a la película. Comenzaba con un sujeto alto y atlético entrando a lo que parecía ser un asilo abandonado en medio de un bosque. El tipo dio un pequeño recorrido dentro del lugar que tenía todo el aspecto de estar embrujado, hasta que se consiguió con algo. Una espectral figura se le acercaba por detrás, siguiendo sus pasos cautelosamente, pero, a medida que se acercaba, se iba volviendo más y más pronunciadas sus curvas.

  Si ese era un fantasma, debió haber sido una modelo.

  De pronto, y sin anticipación alguna, aparecían el sujeto y el espíritu, que era rubia y tenía un tatuaje entre las tetas, follando sobre una camilla clínica.

  Sí, había elegido una parodia pornográfica de una película de terror.

  -Joder, que buena película -musité con sarcasmo-. Eso sí que no me lo esperaba.

  Venecia estalló en carcajadas, dejando caer al suelo algunas de las frituras que había traído en un envase.

  -Claro, como si nunca hubieras visto porno. -Se jactó sin dejar de reír.

  -Tu nivel de madurez me sorprende.

  Me miró burlona.

  -Seguro tú le temerías a un fantasma así.

  La tomé de los hombros y me lancé sobre ella. Quedó tendida sobre el sofá conmigo encima y la respiración acelerada.

  -Disfrázate de fantasma y veamos que sucede.


  Al amanecer, desperté solo en su cama, desnudo. Un rayo de luz que venía desde una ventana a mi lado derecho me cegó momentáneamente. Alcancé a escuchar un lejano murmullo, por un momento pensé que estaba lloviendo, hasta que vi la puerta de su cuarto de baño abierta y note su silueta distorsionada detrás de la cortina transparente.

  Me puse de pie y entré al baño lo más silenciosamente que pude. En un momento me crucé con mi reflejo en el espejo encima del lavabo, y noté varios rasguños en mis hombros y espalda. Las manos de Venecia tendían a inquietarse cuando su mente se hallaba distante.

  Corrí la cortina y entré a la ducha con ella. La rodeé con los brazos por la espalda, el agua estaba caliente, y su cuerpo me brindaba aún más calidez. Como dándome una bienvenida.

  -Buenos días, grandullón.

  -Buenos días -contesté paseando mis manos por sus caderas-. No me despertaste.

  -Bueno -rio con un toque de inocencia-, parece que dormido es la única forma en la que te quedas tranquilo.

  Reí. Le di la vuelta y me percaté de algo, había un detalle diferente. No lo reconocí de inmediato pero luego lo noté. No se me ocurría cómo un detalle tan sublime podía cambiar por completo la expresión en su rostro, cómo podría pasarla de ser la chica valiente y ruda que bebe cerveza y escala montañas, a una linda chica de mirada inocente y labios provocadores.

  -¿Pasa algo? -Preguntó mofándose de mí, a sabiendas de que mi ensimismamiento se debía a que escrutaba jodidamente fascinado los detalles de su rostro.

  -¿Te quitaste el septum?

  Ella me observó sorprendida y divertida a la vez. Era algo que no se esperaba.

  -Así es.

  Quedé confuso, esperaba a que agregara algo más.

  -¿Por qué? -Me aventuré a preguntar.

  Se encogió de hombros. El agua había empujado mechones de cabello sobre su rostro y se los apartó con la mano.

  -Supongo que me aburrió.

  El piercing le daba un tono agresivo a su personalidad, y, aunque ella era una mujer dura, sólo ocultaba sus partes más blandas debajo de esa capa de rudeza. Esta Venecia me gustaba aún  más.

  -Siempre haciendo lo que le viene en gana, señorita torpe.

  La pegué a mi cuerpo y ella me besó antes de morderme los labios.

  -Siempre.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora