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A poco menos de cinco kilómetros para llegar a nuestro destino, Venecia comienza a ojear sus alrededores como intentando ubicarse, no me atrevería a decir que lucía nerviosa, pero tal vez sí algo inquieta.

  -Joder, miren a la pequeña liebre, parece estar asustada -dije colocando mi mano sobre su rodilla descubierta-. Pensé que eras la tipa más valiente que haya conocido.

  Pude ver con la periferia de mis ojos que me observaba con una expresión de superioridad y burla. También alcancé a ver cómo blanqueaba los ojos.

  -Por Dios, que hablador eres. ¿De qué debería temer, de ti? -volvió su mirada hacia la ventanilla-. Das risa.

  Pero claro, cómo podrías temerme si eres una jodida calavera, nena.

  Un par de minutos más tarde encendió el sonido del auto y conectó el reproductor a su móvil. De inmediato comenzaron a retumbar en los altavoces un conjunto de batería y bajos, igual de rápido reconocí la canción. Bastante oportuna, a decir verdad. Bad de Michael Jackson.

  Mi vista seguía fija en el camino, pero, de pronto, me distrajo una pequeña ráfaga de aire que sopló apenas mi oído. Giré sin descuidar el camino y me encontré con Venecia moviendo agitadamente su cabellera al compás de la música. Devolví mis ojos a la carretera y comencé a escuchar ese magnífico e inconfundible sonido, su voz. La muy infeliz sabía cantar excelentemente, su voz recordaba a Amy Lee de Evanescense, y se mezclaba a la perfección con el estilo clásico pero nunca anticuado del Rey del Pop.

  Ahora sólo nos encontrábamos a unos metros del sitio, y ella no parecía más tranquila pese a tomar su forma alocada habitual de escuchar música.

  -¿Te pasa algo? -Pregunté de la manera menos repulsiva que pude, aunque mi actitud de mierda acostumbrada no ayudaba.

  Se volvió hacia mí y se apartó con una mano todo el cabello que tenía desparramado sobre el pálido rostro.

  -¿Qué se supone que me debería pasar?

  Joder, que mujer más tocada.

  -¿Qué se yo?, actúas como si me fueses pedido agua y te fuera dado vinagre.

  Su gesto se torció en una expresión divertida y soltó una pequeña carcajada. Qué mierda...

  -Relájate, grandullón. Sólo que no estoy acostumbrada a visitar sitios abandonados.


  Se volvió de nuevo a la ventanilla.

  -Tranquila, miedosa, hay algo que te quiero mostrar.


  El parque Mother Nature solía ser el sitio turístico más llamativo de la ciudad, en forma rectangular y con unas dimensiones de unos seiscientos metros de ancho por mil de largo. En su interior guardaba variedad de sitios para recreación familiar, con un lago repleto de peces koi, un área de juegos con columpios y toboganes para niños, e incluso un serpentario.

  Pero eso ahora formaba parte tan sólo del recuerdo.

  Ahora el lago no era más que un terreno plano que mezclaba lo urbano con lo natural; las paredes repletas de grafitis antiguos de viejos pandilleros y el suelo con montoncitos de vegetación por aquí y por allá.  El área de juegos ya no emitía risas melodiosas e inocentes, y el serpentario hacía años que no era más que una estructura a medio derrumbar.

  Sin embargo, había algo que aún, esperaba, podría seguir intacto. Un lugar que, por alguna jodida razón, sentí que me llamaba desde la charla con mi hermano.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora