Desperté a las nueve menos veinte de la mañana. Se me hacía tarde. Salté de mi cama y me dirigí rápidamente hacia el cuarto de baño. El agua que caía sobre mi rostro se sentía bastante agradable y me terminaba de despertar.
Hacía unos cuatro días que no le veía, desde que fuimos a ver las estrellas con mi telescopio en lo alto de una montaña. Parecía estar bastante bien, desde que abandonó el hospital unas tres semanas atrás lucía incluso más ágil con sus movimientos. Subir terrenos altos y empinados le tomaba menos tiempo cada vez. Y esa se había convertido en una de nuestras actividades favoritas, la chica estaba tan demente como yo, y resultó gustarle bastante la escalada pese al nerviosismo inicial.
Aquella misma noche, bajo el resplandeciente techo de cuerpos celestes, junto a una fogata que ardía no menos que nuestros cuerpos, nos unimos por tercera vez desde nuestro primer escape. Cada maldita cosa con esa desafiante y malcriada niña se sentía completamente diferente a cualquier jodida anterior vez. Por más que le embistiera con fuerza no se sentía como follar duro. Era algo mucho más allá de un simple placer carnal, algo difícil de explicar, al estar dentro de ella todo en nuestro entorno parecía ir en cámara lenta y llenarse de colores vivos. Supongo que esa sensación es la que los budistas desean alcanzar, sólo que para ellos tiene un nombre, nirvana.
Salí de la ducha y saqué de mi armario ropa bastante cómoda: pantalones cortos deportivos y una playera sin mangas blanca bastante fresca.
Mientras me colocaba los zapatos de goma negros, noté como esa sensación comenzaba a abrirse paso nuevamente en mi interior, una sensación que me provocaba una inquietud que iba in crescendo. Cierta ansiedad que experimentaba cada vez que iba a encontrarme con ella, como si mis labios cobraran vida propia y extrañaran los suyos, o mi cuerpo fuera el polo negativo de un imán que sentía la atracción con el polo positivo del suyo.
Por más que mi mente lo negara, o me obligara a repetirme como mantra que todo aquél asunto con Venecia era absurdo, algo más me seguía moviendo en su dirección. Me había convertido en un patético romántico poco convencional, aunque cada vez me hacía sentir menos patético ver que ella parecía comportarse igual de patética conmigo.
Aunque ya tenía en casa mi Mustang nuevamente como si nunca hubiera sido impactado, le había cogido cierto cariño al Dodge. En cierta forma, por estúpido que sonara, el auto se había vuelto una especie de cómplice en cada escape con ella. Como si no fuera el mismo vehículo en el que había montado tres cuerpos sangrientos; uno de ellos con las pelotas hechas añicos.
Al cruzar en la esquina de la manzana donde vivía Venecia no podía evitar sorprenderme lo similar de nuestras situaciones, por distintas que fueran. Ella vivía de lo que su familia le mandaba y yo le mandaba dinero a mi familia, pero ambos estábamos solos aquí, rodeados de muchas personas, pero solos en nuestra propia atmósfera.
En un principio no estaba seguro de ello, hasta hace un par de semanas, durante una reunión con Tony, me convencí de que no había lugar a dudas, ella tenía que ser la calavera faltante. No podía ser coincidencia que una semana luego de que le dieran de alta en el hospital, la calavera faltante apareciera como si nada.
Las similitudes no terminaban allí, vivíamos en urbanizaciones similares, nuestras actitudes eran una mierda, nuestra forma de ser con el otro contradecía lo que nuestros cuerpos hacían...
Me despegó de mis pensamientos verla parada frente al porche de su casa, vestida deliciosamente con unos pantaloncillos de tela blancos y un top negro que dejaba a la vista su vientre.
Su exquisito vientre.
-¿Te quedaste dormido, imbécil? -Fue su saludo cuando me aparqué frente a ella.
Estiré mi mano fuera de la ventanilla y apreté sus pómulos, sus ojos se abrieron en una expresión divertida de repudio. Odiaba que hiciera eso.
-Tal vez si hubieses dormido conmigo, me fueras despertado a tiempo, nena.
Me apartó la mano de un empujón y ocultó con destreza una sonrisa que alcancé a ver a duras penas. Se incorporó en el auto y tiró su pequeño bolso hacia los asientos traseros.
-¿A dónde me piensas llevar?, no creo que estés listo para otra derrota.
La noche que subimos la montaña para ver las estrellas, habíamos apostado una barra de chocolate para el que llegara de primero a la cima. Con el peso extra del bolso con el telescopio sobre mi espalda, era claro que ella llegaría primero, aunque le había subestimado.
-Silencio, perdedora -me mofé y le coloqué el dedo índice sobre la comisura de los labios-. Ambos sabemos que, al final de la noche, quien te gana soy yo.
Y con ese delicioso paisaje de sus pecosos pómulos enrojecidos y esa media sonrisa de complicidad, pisé el acelerador, en dirección a un sitio al que jamás imaginé que regresaría.
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Muerte en el infierno
Teen FictionEl mayor error de nosotros los humanos, es creer que siempre tenemos el control de la situación. ¿Qué sucede cuando la ya compleja vida de una persona llega a su punto de quiebre? Esta es la historia de un joven con un trabajo poco ortodoxo, en el...