Capítulo 15

16 4 5
                                    

15

Christian


Me dirigía hasta el consultorio de la facultad de psicología, en el cual estaría recibiendo la segunda sesión terapéutica de mi chica. Siendo sincero, no me gustaba esto. El tener que decir cómo me sentía a la gente, pero con ella se sentía diferente. Era como si no importara lo que escuchara, jamás sería capaz de juzgarme, digamos que eso era liberador y hacía este proceso un poco más llevadero.

Además de que su compañía era de las pocas cosas que disfrutaba, adoraba tenerla cerca.

Después del beso, al final de su partido no habíamos hablado mucho. Tanto ella como yo estábamos algo ocupados, pero igualmente ya quería verla. Estaba contando los segundos.

Cuando abrí la puerta del consultorio siete, allí estaba ella, tan espectacularmente hermosa como siempre. La chica no tenía que arreglarse demasiado para que la encontrara deslumbrante.

—Llegas tarde—informó sin despegar sus ojos de la pequeña agenda en sus manos.

—Lo sé, pero ya estoy aquí—dije mientras tomaba asiento en el sofá gris frente a ella.

Sus orbes se desprendieron del papel y los posó en mí, estos reflejaban reclamos, pero no salió ninguno de sus labios.

—Okay, empecemos entonces.

—Está bien.

—Retomando lo de la última sesión, tengo un par de preguntas.

—Hazme todas las que necesites.

Asintió ligeramente con la cabeza antes de dirigir su mirada a sus notas y de vuelta a mí.

—Quiero saber si te has desprendido de pertenencias de tu madre.

La temprana mención de mi madre me tensó los hombros. Era el más personal de los temas para mí y no me resultaba pan comido sacarla a la conversación con alguien más.

Kassandra era la primera persona a la que le había hablado de ella.

—No.

—¿Absolutamente nada?

—No, no vivo en la casa en la que vivía con mi madre. Ahí se quedaron la mayoría de sus cosas, pero no, no me he deshecho de nada.

Vi su cara mientras hacía anotaciones en su libreta.

—¿Cuáles son los recuerdos más fuertes que tienes con ella?

Pensar en la mujer que me trajo al mundo me ponía melancólico. Era la persona más buena que había conocido, tan cálida y dulce, siempre estuvo ahí y me culpo por no haberla protegido cuando más lo necesitó—Hay muchas memorias agridulces.

—No los recuerdos más fuertes son siempre los más felices.

—Te contaré una historia, había una vez un niño de unos seis o siete años, tal vez, que vivía con sus padres. Su madre era una persona hermosa y dulce, lo amaba con todo su corazón; ella tocaba el piano, en él le cantaba las canciones más hermosas, las que hacían a este niño genuinamente feliz, pero un día, la madre estaba tocando el piano como de costumbre, la diferencia era que ese día su cara y cuerpo estaban magullados y cubiertos por moretones que se veían realmente dolorosos. Cuando el niño se acercó sigilosamente a verla y se dio cuenta de las marcas en su piel, le preguntó con lágrimas en sus ojos: "Mami, ¿qué te pasó?" Ella igualmente con pupilas cristalizados le respondió mientras lo subía a su regazo y lo abrazaba "No pasa nada pequeño, mami está bien"—me vi obligado a parar un momento para pasar saliva por mi garganta que de repente se sintió demasiado seca—. Ese fue el primer día que presencié a mi padre golpear a mi madre sin piedad ni escrúpulos.

La Melodía de tu VozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora