Capítulo. 33

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¡Nadie te escucha!

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¡Nadie te escucha!

Despierto sofocada, con la garganta ardiendo en busca desesperada de un respiro. El aire se siente denso y pegajoso, como si estuviera respirando a través de una manta húmeda; el dolor me inunda al instante, un tirón agudo y punzante que se origina en mi brazo derecho. Bajo la mirada y veo una jeringa clavada en mi piel, conectada a una larga manguera que se extiende hacia una bolsa de líquido colgada en un soporte metálico. La jeringa tiembla con cada uno de mis movimientos torpes, provocándome espasmos de dolor que recorren todo mi cuerpo.

Parpadeo rápidamente, tratando de aclarar mi visión borrosa, reparando el lugar donde estoy. Las paredes son de un blanco inmaculado, salpicadas aquí y allá con paneles de control y monitores parpadeantes. Los pitidos rítmicos y el zumbido constante de los aparatos llenan el aire, creando una sinfonía mecánica que me molesta mucho. El oxígeno, canalizado a través de una máscara sobre mi rostro, me inunda con una bocanada de alivio momentáneo. Puedo sentir cómo el gas fresco fluye a través de mis pulmones, revitalizándome brevemente antes de que la realidad me golpee de nuevo.

Estoy conectada a varios aparatos, monitores que registran mis signos vitales, máquinas que regulan el flujo de medicamentos en mi sistema, tubos que drenan fluidos de mi cuerpo. Mis pensamientos son confusos y fragmentados, como si una niebla espesa envolviera mi mente, impidiéndome pensar con claridad. No estoy segura de cuánto tiempo he estado aquí ni de lo que ha sucedido exactamente para traerme a este lugar y no quiero recordarlo aún.

Los médicos llegan de inmediato, sus voces urgentes se mezclan con el constante pitido de los monitores. Me revisan con rapidez, presionando, palpando, ajustando los tubos y cables que me mantienen conectada. El torbellino de actividad a mi alrededor es abrumador; puedo escuchar algunos fragmentos de conversaciones rápidas y técnicas, palabras que no logro comprender del todo en mi estado aturdido.

El movimiento es incesante. Los médicos me levantan con cuidado, colocándome en una camilla móvil. El cambio de posición me hace sentir aún más mareada y desorientada. La camilla comienza a moverse, y el dolor de cabeza aumenta con cada sacudida y vibración, todo parece una tortura. Las luces del techo pasan rápidamente sobre mí, cada flash cegador intensificando mi malestar.

Mientras me transportan a otra habitación, los sonidos se amplifican: el chirrido de las ruedas de la camilla contra el suelo, el murmullo constante de los médicos que intercambian información y el eco distante de pasos apresurados resonando por el pasillo.

Mi corazón late con fuerza, como una maraca agitada en manos nerviosas, retumbando en mi pecho con un ritmo frenético y descontrolado. Cada latido resuena en mis oídos, siento mi cuerpo deshecho, como si cada hueso y músculo hubiera sido maltratado y sometido a una presión insoportable. Mi piel está hipersensible, cada roce de la sábana y cada contacto de los aparatos médicos me envía una oleada de dolor y malestar, mis músculos están tensos y doloridos, como si hubiera corrido una maratón sin fin.

𝗭𝗮𝗻𝗻𝘆𝗮 [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora