A veces arrancamos una parte de nosotros, la escondemos bajo llave para que nadie la vea, para evitar que nos lastimen.
Pero, ¿Qué pasa cuándo uno se enamora?
¿Qué pasa cuando crees conocer a una persona, y te desilusiona?
¿Volverías a confiar en e...
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Catarsis.
Narrador Omnisciente.
En el corazón de Nueva York, la tierra de la libertad. En el manto imponente de Manhattan, donde los rascacielos perforan el cielo como gigantes de acero y vidrio, y lugar donde albergan muchas oportunidades artísticas.
El cálido abrazo del clima envolvía la ciudad. Aunque en ocasiones, el sol intensificaba su calor, el cielo no perdía los tonos naranjas y rosados.
Una tarde neoyorquina común y corriente como tantas otras, donde las calles bulliciosas de la metrópolis acogían a quienes caminaba disfrutando de las vistas que ofrece la maravillosa ciudad.
Todos disfrutaban entre la multitud que se sumía en la euforia citadina. En contraste destacaba una figura solitaria junto al lago apartándose del bullicio.
El viento, como un cómplice silencioso, acariciaba el cabello negro de la mujer mientras en sus labios reposaba un cigarrillo, una tenue espiral de humo ascendía con cada inhalación profunda, como un vano intento por disipar el vacío que se aferraba dentro de su ser.
Los rayos del sol, implacables, golpeaban aquellas gafas oscuras que ocultaban la tormenta que se reflejaban en unos ojos tan profundos capaces de atrapar a quienes lo miren.
No importaba que tanto se esforzará para pasar desapercibida, que tanto le suplicara a Dios, las cadenas a las que estaba atada seguirían aquí con ella.
De que servía tener unas joyas, si no podría darse el lujo de presumirlas sin dar explicaciones o incluso que la mataran, siempre estaba en problemas.
Y tampoco que tanto odiará el rojo, porque ya lo poseía de forma natural, en esos labios carmín que resaltaban en su piel canela.
Cada calada era un intento de encontrar calma en medio de la tempestad emocional que la envolvía. El caos que tenía en su cabeza no se comparaba en nada al torbellino que Zeus le hacía sentir.
No.
No era él.
Zeus no era la causa principal del malestar que experimenta.
Su mirada se perdía en la quietud del lago, ella pensaba seriamente en la idea de aventarse, lo único que la detenía era la baranda del puente. La serenidad de su reflejo contrastaba con la intranquilidad de la decisión.
Los destellos del sol danzaban en las aguas del lago, murmurando la historia que solo ella conocía.
El horizonte, testigo silente de su desasosiego, se desdibuja mientras el aliento se convierte en espirales de humo desvaneciéndose en la brisa. Así como su mirada se perdía en la infinitud del lago, contemplando un reflejo que parecía no reconocer.
— Mira lo que el lago ha traído— la voz masculina suena a sus espaldas interrumpiendo su contemplación.
Voltea molesta prestando atención al responsable, acomoda los lentes en su cabeza.