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— Quiero dejar la obra.

— Profesora, escúchela.
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— Valesk, la alarma —la voz adormilada de Mati hizo que a tientas la chica diese golpes en su mesita de noche para apagarla.

Sabía que se tenía que levantar, pero tenía cero ganas, aún así hizo un gran esfuerzo. Se quitó la sabana de encima y se sentó, cuestionandose toda su vida. Notó un peso en su hombro, y al girarse se encontró con el rostro de Matías.

— ¿Por qué no faltamos hoy a clases? —dejó un pequeño beso en el hombro desnudo de la chica.

— Ojalá, pero tengo ensayo de la obra —el chico rodó los ojos para volver a dejarse caer en la cama—. Seguí durmiendo, todavía es temprano.

Valesk se levantó cogiendo su pantalón de pijama y la camiseta del chico, y fue directamente a levantar a sus hermanos menores. Después fue a la cocina para esperarlos.

— ¿Qué queréis desayunar? —les preguntó.

— ¿Podemos lo que queramos? —ambos hablaron al mismo tiempo levantando la cabeza con sus rostros emocionados.

— Claro —les dio una sonrisa tierna sabiendo lo que iban a pedir.

Ver sus rostros emocionados le hacía recordar al joven de ojos azules compañero de la mayoría de sus clases, recordando así lo que escuchó la tarde anterior, sintiendo así otra vez la ira y la tristeza. Negó con la cabeza intentando quitarse cualquier cosa de ayer de la mente, y comenzó a hacer el desayuno.

Por fin había recibido su dinero del trabajo, pudiendo hacer la compra. Pero tampoco era para tirar cohetes, compraba para lo necesaria para vivir, y para poder hacer dos veces al mes el desayuno favorito de sus hermanos.

— Buenos días —Mati entró en la cocina revolviendo los pelos de los gemelos haciéndoles reír, y después se acercó a su amiga—. Ya veo porque no encontraba mi remera —dejó un pequeño beso en su mejilla con una sonrisa pícara.

— Perdón, no encontraba la mía —le dio una sonrisa—. ¿Podes revisar qué no se quemen? Voy a por Marco —Mati asintió.

Valesk fue a la habitación para hacer la cama de los gemelos, y prepararles la ropa, y ya después fue a por Marco, para poder darle el biberón que tenía en la cocina preparado.

— Que niño más grande estás hecho mi amor, no lloraste en toda la noche —meció a su hermano mientras le hacía caras.

En un abrir y cerrar de ojos, ya todo estaba hecho, acababa de dejar al bebé con su vecina, y ahora tenía que llevar a sus gemelos a clases.

Mundos diferentes | Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora