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- No es lo que vos pensás, de verdad, dejame...

- ¿No es lo que yo pienso? Venís acá con esto, ¿Y me decís que no es lo que yo pienso?
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Felipe no se preocupó en buscar un escondite para dejar su coche en caso de que algún Marginado quisiera robarle algo de dentro, sino que lo dejó justo en frente de la casa de la chica. Quería llegar lo antes posible.

Frente a la puerta no tardó en tocar varias veces el marco esperando una respuesta por parte de Valesk, que no llegaba. Seguía tocando y nadie contestaba, pero en el fondo sabía que la chica estaba ahí dentro.

- ¡Valesk, abrime, soy yo! ¡Tengo algo que darte! -gritó esperando que con eso pudiese verla.

Pero no surgía efecto. Siguió tocando unas cuantas más, fue tanta la insistencia que un vecino de la chica salió por su ventana gritando que dejase de hacer ruido. Cansado y resignado, aceptó la idea de que o la chica no le quería ver, o no estaba en casa. Comenzó a caminar hacia su coche.

Hasta que un ruido metálico hizo que parase su andar. Giró su cabeza cual búho para ver si ese sonido era de donde él pensaba, y sí era. La puerta metálica de la casa de la chica se abrió un poco, pero la cortina no fue apartada. Fue un poco tétrico, pero el chico sabía que esa era su invitación para entrar.

Felipe no se hizo esperar más y caminó decidido para entrar. La casa no estaba como el día en el que la encontraron destrozada. Estaba arreglada, o por lo menos recogida, las cosas seguían rotas, pero ya no estaban de por medio. Su vista paró en los pies de la chica, cubiertos por sus tan características converse.

El chico sintió una oleada de nervios recorrerle por todo el cuerpo. Hacía días que no veía a la chica, se sentía como si fuera la primera vez que la iba a ver. No se creía que después de estos días la volvería a ver, porque sabiendo que ni siquiera a Mati le abría la puerta, él no iba a ser más.

Pero todos esos nervios y alegría se esfumaron al segundo, porque cuando levantó la mirada y vio el estado de la chica, sintió que todo su mundo se vino abajo. Valesk tenía una brecha en el labio y otra en la ceja, no estaban cicatrizadas, el chico juraría que seguían abiertas, tenía el pómulo izquierdo rojo e hinchado, y en la parte lateral de su ojo derecho un moratón, que casi le cubría la mitad de la cara, e incluso se podía ver un pequeño derrame en ese ojo.

La chica apartó avergonzada la mirada de la del chico, jugando con el borde de la chaqueta que llevaba y mordiendo el lateral del labio que tenía sano. Unas ganas de llorar se le empezó a acumular en el pecho y su mentón comenzó a temblar ligeramente, revelando esas ganas de soltar todo lo que tenía dentro.

Mundos diferentes | Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora