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— Pará, pará, pará, puede vernos alguien.

— No me importa.
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Valesk dio un suspiro cuando la clase de teatro había llegado a su fin. Habían estado repitiendo una escena constantemente y era por su propia culpa, ya que al estar frente a Felipe diciendo la línea que le tocaba hacía que su mente sólo reprodujese las escenas de besos que tuvieron ayer.

No solo la volvía colocar nerviosa por eso, sino porque no habían hablado del tema. Estuvieron casi todo el día juntos y compartiendo pequeños besos, y ya después el chico la fue a llevar a su casa, donde no se pudieron despedir como quisieron porque había un Juani con la cara pintoreada esperando la llegada de la chica para deshacerse de cuidar a los pequeños demonios que tiene como hermanos, por lo que tampoco pudieron aclarar nada.

Y eso, sumado a los besos, y a la sonrisa traviesa que le daba el chico hacía que todo lo que tenía en mente se eliminase para que quedase en blanco.

— Valesk debes de mejorar —le recriminó la profesora, que solo recibió un asentimiento con la cabeza por parte de ella.

La chica no esperó a Juani como siempre, ya que necesitaba ir al baño, así que sabía que le iba a esperar en su última clase. Caminó por los pasillos teniendo cuidado de no chocar con nadie, sin darse cuenta que detrás de ella iba alguien más.

Cuando entró al baño pudo soltar un suspiro de tranquilidad, como si se le hubiese olvidado como respirar. Pero no le duró mucho esa tranquilidad cuando escuchó la puerta abrirse.

— Valesk debes de mejorar —la chica se giró encontrando esos ojos claros que tanto le gustaba con una sonrisa burlona—. ¿Qué te ocupa tanto la cabeza que no podéis decir una simple línea?

La chica le dio un golpe en el brazo—. No te rías de mi boludo.

Felipe soltó una pequeña risa acercándose a la chica pasando sus manos a través de su cintura.

— ¿Tanto ocupo tu mente? —preguntó con una sonrisa traviesa, acercándose cada vez más a la chica.

— No te creas demasiado ojitos bonitos —Valesk no se quedó atrás y pasó sus manos por su cuello rodeandolo.

— Pues muy mal, yo debo de ocupar tu mente todo el día.

— ¿Y eso? —sus voces cada vez iban haciéndose más bajas, ya que la distancia corta entre ellos les permitía entenderse.

Mundos diferentes | Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora