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—¿Vas a ver a tu novia?

— ¿Qué novia? 
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Lo que quedaba de semana había pasado demasiado rápido, y tan rápido que ya era viernes y Felipe veía a su madre atacada de los nervios moviendo todas las cosas de la casa para la fiesta mensual que montaba su padre para sus compañeros de trabajo.

Era algo cotidiano para el chico, y para su hermano mayor y hermana menor, que los tres estaban ya vestidos con sus trajes que costaban una fortuna, y su hermana con un pequeño vestido casi del mismo precio que un vestido para adulta. Los tres estaban tirados en el sofá con un rostro de reproche por estar en esa fiesta, escuchando los gritos que daba su madre a la pobre Lucía para que pusiese todo mejor de lo que ya estaba.

— Odio esto —murmuró el de ojos claros.

— Por lo menos vos no tenés que platicar con todos —su hermano mayor, Arturo era el que peor lo pasaba.

Arturo tenía veintiséis años y ya estaba metido en la empresa de su propio padre, aunque él realmente no quería eso, su sueño frustrado, ser piloto de avión. Pero ese sueño fue interferido por su madre, que movió cielo y tierra para que no estudiara eso y se metiese con su padre en la empresa. Y ahora debe de charlar con todos lo que iba a estar esa noche.

Felipe temía de su futuro, pues está estudiando la carrera universitaria de sus sueños, pero eso no significa que fuese a trabajar de eso, porque muchas veces su madre dejaba caer que cuando iba a empezar a trabajar en la empresa de su padre, avisándole de un destino igual al de su hermano mayor.

La madre de ellos no era tonta, era bastante inteligente y manipulativa, pues poco a poco te va introduciendo en la empresa, pidiendo ayuda para resolver algunas cosas y cuando ya te metía de lleno te halagaba diciendo que vales para ese puesto. Puedes negarte, obviamente, como hizo Arturo pero ahí sale la faceta manipulativa de la matriarca. Ella consigue hacerte sentir tan mal y tan culpable con tus acciones que aceptas con tan solo de que no esté detrás de ti de por vida.

— Quiero ir a jugar con mis muñecas —un puchero se asomó por los labios de la menor, y ambos mayores le miraron con tristeza.

No veían bien que su hermana menor, de tan sólo ocho años, este ahí, sin entender nada de eso, pero era norma de la madre.

Mundos diferentes | Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora