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Nuevamente había amanecido. Los primeros rayos de sol se filtraban a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación. Su cuerpo se sentía extraño, una sensación inusual recorría cada fibra de su ser. Sus orejas estaban más cálidas de lo habitual, irradiando una sensación de calor que no lograba entender. Sin embargo, no había ninguna incomodidad en su cola ni en sus grandes dientes, lo cual le resultaba aún más desconcertante.

Abrió lentamente los ojos, parpadeando mientras su vista se adaptaba a la luz tenue de la mañana. Giró la cabeza hacia un lado de la cama, donde su mirada se fijó en un bulto que subía y bajaba rítmicamente con cada respiración. Entre las sábanas desordenadas, distinguió unos mechones de cabello rojizo que se asomaban, desordenados pero familiares. Fue entonces cuando finalmente lo recordó, como un rayo de claridad que atravesó su mente nublada.

Estaba en la habitación de Kirishima.

El recuerdo de la noche anterior regresó a él con una fuerza abrumadora. Katsuki lo había despojado de todo, tratándolo como a un simple trapo viejo, sin ningún valor ni uso. La frialdad en la mirada de Katsuki, la dureza de sus palabras, todo ello había quedado grabado en su memoria con dolorosa precisión. La sensación de ser desechado, de no ser más que un objeto sin importancia, aún pesaba en su corazón.

A su lado, Kirishima seguía durmiendo, ajeno a la tormenta de emociones que lo envolvía.

Con un suspiro, apartó las mantas de su cuerpo y se levantó. El aire fresco de la mañana acarició su piel mientras se estiraba, aliviando la tensión acumulada. Al moverse, notó cómo el bulto en la cama también se agitaba. Las mantas se deslizaron, revelando un rostro cansado, con mechones de cabello rojizo desordenados y la marca inconfundible de la baba en la mejilla.

—Buenos días, Kirishima —dijo, una sonrisa suavizando sus facciones mientras observaba a su amigo despertar lentamente—. Iré por mi ropa y tomaré una ducha. Muchas gracias por dejarme quedarme anoche.

Kirishima, aún medio dormido, parpadeó varias veces antes de devolverle la sonrisa. Sus ojos, aunque llenos de sueño, mostraban una calidez reconfortante.

—Te acompaño, Mido-Mido —dijo Kirishima, levantándose apresuradamente. Una sonrisa teñía sus labios mientras, todavía vestido con pijamas, se acercaba a su compañero.

—No-No es necesario —respondió Midoriya, su rostro tornándose de un rojo intenso.

La sonrisa de Kirishima no se desvaneció. Abrió la puerta con entusiasmo y volvió a hablar.

—Iré a ver a Denki, tranquilo, me queda de paso.

Midoriya titubeó por un momento, sorprendido por la insistencia y la energía de su amigo a tan temprana hora. Aun así, la familiaridad en la sonrisa de Kirishima le dio una sensación de alivio.

—Está bien, si insistes... —murmuró Midoriya, tratando de controlar el rubor que cubría sus mejillas—. Gracias, Kirishima.

Kirishima salió dejando la puerta abierta mientras Izuku se dirigía hacia la ducha, ambos desaliñados y con los rostros teñidos de un rojo intenso.

—¿Qué mierda? —se escuchó de repente justo al lado. Era Bakugo, con su cabello rubio ceniza despeinado, recién llegado de su ejercicio matutino.

Izuku lo miró, notando la falta de su cola, su nariz fría, sus orejas y manos afelpadas. En su lugar, parecía... normal.

—Hola, Bakugo —saludó Kirishima, sin perder su tono amigable—. Mido-Mido durmió aquí después de que lo echaras como a un animal.

Las orejas y el rostro de Izuku se tiñeron de un rojo profundo mientras bajaba la mirada con tristeza. Kirishima observaba a su mejor amigo con el ceño fruncido por primera vez, desviando la mirada de Bakugo hacia los cabellos verdosos de Izuku.

Ya me volví furro ||BKDK||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora