Capítulo 58

1K 180 24
                                    

Las horas que llevaba mirando a la ventana me dejaron ver conforme se fue metiendo el sol, hasta que se ocultó y lo que podía ver en mi habitación era muy poco en realidad.

Ya estaba resignada a que no iba a dejar de llorar, por eso solamente dejé caer las lágrimas cuando parpadeé.

Llamaron a la puerta.

Me limpié la cara y volteé.

Nada más contemplé la puerta, hasta que volvieron a tocar.

Julieta, ¿estás ahí? —es mi mamá.

Giré la cabeza hacia la ventana otra vez.

Tocó por tercera vez, es más, intentó abrir la puerta, pero tiene el seguro puesto. Al no poder abrir, tocó, más fuerte.

Julieta —alzó la voz.

—Estaba dormida —respondí.

Ya se fueron todos, ¿estás bien?, ¿necesitas algo?

Sentí el nudo en la garganta volviéndose a formar.

—... Estoy bien —jamás había dicho una mentira tan grande.

Hasta que dejé de escuchar sus pasos conforme se alejó, miré una vez más la ventana.

Toqué el suelo con un pie, empujé el columpio hacia atrás, subí mi pie al soltarme, abracé mis rodillas cerca de mi pecho y cerré los ojos.

No había dormido, no dormí en toda la noche.

La imagen de Lisa, su voz y su respuesta no paraban de repetirse en mi cabeza, acrecentando el dolor.

Pero todo fue mi culpa.

Fui yo la que se aferró a ella, la que siempre supo que existía la posibilidad de que me rechazara, sin importar lo que hiciera.

Decidí seguir adelante a pesar de todo.

Creí que podía manejar su rechazo, porque no tenía idea de lo mucho que iba a dolerme.

Me está doliendo incluso seguir llorando.

Si me dejo llevar, empieza a costarme respirar.

Y si pienso en todos esos momentos en que le creí todo, cada cosa que me decía y esa forma de mirarme en la que confié, solamente me confirman que fui yo la que se equivocó.

Lisa me mintió, pero fui yo la que le creyó.

Ella consiguió engañarme.

Salí de mi cuarto antes de que amaneciera, me di un baño, volví a ponerme ropa para dormir y bajé a la cocina.

Mientras preparaba un té, escuché a alguien bajar.

No vi que era mi madre hasta que entró a la cocina.

—Julieta, me asustaste —dijo molesta—. No sabía si estabas bien.

Removí el interior de la taza conforme le puse el agua caliente.

—Estaba muy cansada.

—¿Tienes hambre?, ¿te preparo algo?

—No, gracias.

Mirándome, ladeó la cabeza para buscarme los ojos.

—¿Qué tienes? —murmuró.

Levanté la cabeza para mirarla.

—Nada —dije con claridad.

Con la taza de té, volví a mi habitación.

Puse la taza en el buró, subí a mi cama, abracé una de las almohadas y, si bien no me dormí, estuve ahí acostada sin importarme que el té se enfriara.

En la luna y las estrellas | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora