Capítulo 2

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Levanté un poco la cabeza y vi delante de mí a una chica, cuyo rostro estaba a la altura del mío. Está en cuclillas y muy cerca.

Tiene un largo y lacio cabello rubio y no estoy segura de si es por la sombra que este le hace o la parte de abajo es oscura.

Nunca antes había visto unos ojos de ese color, son azules, casi grises...

Por otro lado, sí era a mí a quien le hablaba.

Me limpié la cara al instante.

—Por nada.

Se levantó y creí que se iría, en cambio, fue para sentarse a mi lado, en el mismo escalón.

No quiero que nadie me vea así en estos momentos, es vergonzoso.

—No me tienes que decir si no quieres, pero entonces deja de llorar.

Sentí que me regañó.

—Yo no... Perdón, pero me gustaría estar sola —no quiero ser grosera y me vendría mejor que se fuera.

—No parece —insistió en quedarse.

Suspiré y, antes de enojarme en serio, la vi quitarse una pulsera, después extendió una mano hacia mí.

Al darle mi mano, me puso la pulsera. Teniéndola de perfil, veo que en su cabello hay además luces oscuras y creo que el aroma a acrílico viene de ella.

Dejé de mirarla cuando soltó mi mano.

—Es de la suerte —explicó. Desde mi muñeca, dirigí mis ojos a ella y me sonrió—. ¿Ves? Dejaste de llorar.

No estoy segura de en qué momento no solo dejé de llorar, sino que la sensación y el nudo en la garganta desaparecieron.

—... Gracias —murmuré.

—Lo que sea, no vale tanto la pena —dijo al ponerse de pie.

Solo se fue, así como había llegado, llevándose la valija que traía consigo.

Bajé la vista a mi muñeca. La pulsera es morada y tiene una cadena entrelazada a la tela.

Parece hecha a mano.

Ella acaba de decirme que, lo que sea, no vale tanto la pena y no, no lo vale.

Volteé hacia la escuela.

En realidad, la primera clase comienza en poco menos de cinco minutos.

De un bolsillo de mi mochila saqué un espejo, para mirarme en este y, con una toalla desmaquillante, me limpié los rastros de las lágrimas.

Me puse un poco de polvo en los párpados inferiores, para ocultar el enrojecimiento, además de brillo en la punta de mi nariz, porque se ve lindo.

Guardé mis cosas y tomé todo el aire que me cupo una vez más, antes de ponerme de pie.

Regresé al aula.

Decidida y sin prestar atención a nadie, dejé mis cosas en mi sitio y, antes de tomar asiento, alguien jaló la silla.

Es el mismo chico de hace un rato.

—No te queremos aquí —dijo—. No queremos cosas como tú aquí.

Enaltecí la cabeza.

—Mi colegiatura está pagada y me interesa tomar esta clase —respondí—. Si no te gusta, vete tú —jalé mi silla de regreso.

Cuando dio la vuelta para ir a sentarse en su sitio, todo el valor que tenía empezó a abandonarme, así que me senté con el fin de darle la espalda y no saber más de él.

En la luna y las estrellas | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora