Capítulo 20

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Después de una acalorada discusión con el rector y con la directora del departamento de educación de la escuela, me entregaron por lo menos la plantilla de inscripción de Lisa.

Ni eso querían darme y esos documentos los puede pedir cualquiera con una mínima autoridad, entonces ella es un caso más especial de lo que pensé.

Una vez en mi casa, mientras comía yo sola en el comedor, leí la hoja.

Liesel Altea. Se escribe como lo pensé.

Efectivamente, tiene 22 años y es de San Rafael.

Sus... responsables, Juan Pablo y Miranda. Ese es el reactivo de los padres, en cambio, no están identificados como tal, sino como responsables de ella.

Tal como dijo Mateo, en los últimos cuatro años no tiene registro de ningún estudio.

Se graduó del nivel bachillerato... bajo condiciones especiales. La clave de su certificado es el que les dan a los que por algún motivo sustancial no pudieron concluir sus estudios presencialmente.

Se me ocurre que estuvo enferma y, de ser así, no hay verdaderos motivos para que lo tengan oculto.

La tratan como si fuera hija de un narcotraficante.

El sábado, saqué un poco de dinero del banco, además junté el efectivo que tenía, compré 20 sobres en la papelería y llené los que me alcanzaron con 650 cada uno.

Los guardé en el cajón del buró, donde nadie más que yo mete las manos.

Para el domingo, mientras hacía una lista de cosas sobre mí y otra de preguntas para Lisa, todavía estaba pensando en si hablarle de su situación en la escuela, su inscripción y demás. Si se enoja por meterme en su vida, siento que solo terminará definitivamente con todo y esta vez en serio la voy a perder.

Algo me dice que es voluble.

Escuché el timbre 35 minutos después de que me dijo que llegaba en media hora, mediante un texto.

Guardé los documentos sobre ella en el folder que me habían dado América y Danielle, este lo metí a un cajón y bajé a abrirle.

En la sala, estaba Ricardo con sus amigos y no parece que vayan a irse pronto, y están aquí desde en la mañana.

Fui hasta la puerta.

—Hola, pasa —le cedí el paso.

Fui por algo de tomar tanto para ella como para mí y, al volver, vi que uno de ellos la miraba.

—Vamos a estar arriba —le dije a mi hermano antes de llevarme a Lisa.

En mi habitación, cerré la puerta, tanto por el ruido de abajo como porque así es más privado.

—Siéntate donde quieras —indiqué.

Lo supuse y no me equivoqué; volvió a sentarse en el mismo columpio.

Le di la botella de té.

—Gracias.

Me senté delante de ella, en la orilla de la cama.

—¿Cómo están tus papás?

Se supone que viene de verlos. Si no me equivoco, es como hora y media de viaje a San Rafael.

—Bien —fue todo lo que dijo.

Sigo teniendo que sacarle las palabras.

—¿Sabes? Como Presidenta del Consejo Estudiantil, tengo ciertos privilegios y vi tu documento de inscripción. Ya sé cómo se escribe tu nombre. También vi unos datos superficiales: de tu papá, Juan Pablo, y de tu mamá, Miranda...

En la luna y las estrellas | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora