Capítulo 47: Sacrificios

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El cuerpo de Alyssa tuvo una súbita sacudida de pie a cabezas cuando sintió los brazos de su madre rodearla. En ese momento, Alyssa estaba en un entero estado catatónico; no podía moverse, no podía pensar, no podía formular ninguna palabra, apenas y podía respirar. En su cuerpo solo se oía su corazón latir y la sangre circular en sus venas. Alyssa no podía soportarlo, no podía soportar lo que su cuerpo estaba sufriendo en ese momento. Y lo único que sucedió, mientras los brazos de su madre la rodeaban, fue que la primera lágrima desde hacía mucho tiempo, se deslizó por la mejilla de Alyssa.

Fue tan solo una lágrima silenciosa que desató tan solo un par más, ella sentía que llevaba reteniéndolas desde hacía más de seis años atrás. Aquella última mañana en la que Alyssa había visto a su madre antes de partir a cumplir con la estúpida misión suicida de Alberto.

Pero su madre estaba allí, sosteniéndose de los brazos de Alyssa.

—¡No puedo creerlo, Silvia! Gracias a Dios —susurraba su madre entre plegarias contra su cabello, se aferraba a los hombres de Alyssa tan fuertemente que podría llegar a lastimarla si no tenía cuidado—. Creí que te había perdido, no puedo creer que seas tú. ¡Estás sana y salva! Gracias a Dios, gracias a Dios...

Alyssa tuvo una sacudida. Volver a escuchar su nombre de nacimiento de los labios de su madre estaba siendo más doloroso que sentir un cuchillo retorcerse en su brazo.

—Mamá... —La voz se desvaneció de la garganta de Alyssa. Ella quería decirle a su madre que la había extrañado, que la perdonara, que la necesitaba, que quería disculparse por huir, que ella estaba bien, que ahora era una mafiosa, que se había casado, que anhelaba los brazos de su madre desde hacía años.

Todas las palabras se aglomeraron en la garganta de Alyssa, para al final ninguna salir. Con una arcada, Alyssa decidió que no diría nada por los momentos. Viena, su madre, vio el malestar de su hija y trató de tranquilizarla acariciándole la mejilla.

—Tranquila, mi niña, ya estas bien —Viena tragó el nudo en su garganta—. ¿Podrías ayudarme a levantarme?

Las piernas de Alyssa se movieron como un resorte. Quizás no era capaz de poner en orden sus pensamientos y sentimientos, pero cuando vio la debilidad en el cuerpo de su madre, de inmediato su cuerpo recibió la orden de ayudarla a ponerse de pie.

Schmid estuvo detrás de ambas un momento después, ayudándolas a ponerse de pie e instándolas a ingresar de nuevo en la seguridad del hospital. Puede que no fuese el lugar ideal para reencontrarse con tu madre, pero Alyssa sentía que sus manos temblaban con anticipación.

El soldado miró con algo de incomodidad a la madre de Alyssa—. Blad Schmid, señora. A su servicio.

Alyssa arrugó su ceño, mientras veía como Viena hacía una ligera inclinación agradecida hacia el guardia. Quizás ella creía que aquel hombre era el responsable de haber mantenido a salvo a Alyssa aquellos años.

—Viena Nicoara —saludó la madre de Alyssa—. Un placer, soldado.

Tragando el nudo de su garganta, Viena mantuvo a su hija tomada fuertemente de su mano. Ella vio con recelo al soldado, cuando este, tras dejarlas a ambas en una sala de espera para familiares, miró nerviosamente hacia la puerta.

—Señora Ferrara —Schmid se acercó con sigilo esta vez dirigiéndose hacia Alyssa, pero ella todavía no se había podido recuperar de su letargo—, volvamos a la habitación con el señor Caruso. No me siento bien dejándolo a él vulnerable mientras mis refuerzos no llegan. Tampoco me siento bien dejándola aquí a usted, sola.

Alyssa negó. Ella abrió su boca para hablar con Schmid, aunque realmente sus ojos solo podían mirar a su madre.

El mentón de Alyssa tembló—. Sabes que voy a estar bien —afirmó.

LA ASESINA DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora