Capítulo 52: ¿Honra o gloria?

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La sala de reuniones de Alberto estaba sumida en una penumbra inquietante creada por las nubes grises que rondaban esa noche el cielo. En el centro de la habitación, una mesa de caoba oscura pulida apenas se vislumbraba en la poca luz que suministraba las velas. Alberto, con más irritación que nunca, miraba con furia al soldado frente así, intimidándolo con solo su mirada y presencia imponente. Su rostro marcado por la preocupación y la ira contenida, se arrugó cuando el soldado empezó a relatarle los hechos.

—Entonces, no tienen idea de en dónde está, ¿no? Eso viniste a decirme —le interrumpió Alberto, haciendo que el soldado, aunque duro de complexión, se tensara con un escalofrío.

—Sí, señor. Ningún soldado que lo custodiaba sobrevivió y no tenemos idea de en dónde está —el guardia desvió su mirada un instante cuando la puerta tras él se abrió y cerró de golpe—. Las cámaras de seguridad lo pierden después que él toma un auto y se va.

Alberto se apretó el tabique de la nariz, ignorando de forma profesional cuando Lucrecia, tras entrar a la oscura sala, tomó asiento en un lateral de la mesa. Apartando los papeles frente a sí, dejó allí su navaja mariposa (que en realidad se la había robado a Alyssa la primera vez que la vio, cuando ella destruyó la mansión de su padre). Cuando se puso cómoda en su asiento, prestó verdadera atención a la conversación de Alberto con el soldado, tratando de entender lo que decían.

—¿Las tarjetas de crédito? —Preguntó Alberto con furor, sin siquiera levantar su mirada al soldado.

—Ninguna ha sido usada, señor. Pero me contacté con el aeropuerto y creen haberlo visto subirse a un avión privado con destino a Catania, desconocemos el dueño de la nave—respondió el soldado.

Alberto frunció su ceño aún más—. ¿Catania? No tenemos ninguna propiedad en Catania —gruñó—. ¡Ve tú mismo y comprueba que sea él el de la cámara de seguridad! De ser así, manda ya mismo un equipo de capos que lo vayan a buscar inmediatamente.

—Sí, señor —y sin más que agregar, el soldado hizo una reverencia hacia ambas personas restantes en la habitación y se marchó por la misma puerta por la que Lucrecia acababa de entrar.

Entonces, allí, fue el momento de ella de girarse hacia Alberto. Se encontró con el anciano, con los ojos cerrados y una evidente mueca de frustración en su tenso cuerpo.

Ella cruzó las piernas, observándolo con atención—. ¿Artem? —fue lo único que necesitó preguntar. Alberto solo asintió de mala gana—. Alberto, hay cosas más importantes que él en este momento. He confirmado la muerte de Leo y Liam Russo, mis hombres han ido a comprobar y sus muertes (y la destrucción del lugar) es evidente. Sin embargo, no hay muestra de la presencia de los asesinos allá. ¡Pero claramente fueron ellos, los vi después de que me atacaran! —De forma inconsciente, la mano de Luke terminó en las vendas en un costado de su rostro, las cuales le tapaban parte de su cara y oreja—. Los Caruso están moviéndose rápido y nosotros no podemos permitirnos distraernos.

Alberto asintió, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de furia y preocupación. Aunque Lucrecia no podría decir si su preocupación era por Artem o por su propio negocio, ella estaba segura que Alberto sería razonable y se concentraría, posteriormente.

—Sí, Luke —coincidió—. Alyssa y Eros han eliminado a Leo y Liam. Esto no es solo una declaración de poder, es una amenaza directa a nuestra posición. Saben que soy el siguiente, y si logran mi muerte, toda la mafia de Italia estará, entonces, bajo su mandato. Los Caruso no pueden tener una posición de poder tan alta, menos con Eros a la cabeza. Dios sabe lo terrible que podría ser eso para toda Europa.

Lucrecia sintió un tic nervioso al escuchar el nombre de Eros. Se inclinó hacia adelante, sus dedos tamborileando sobre la mesa—. ¿Qué planeas hacer al respecto? No podemos permitir que ellos nos tomen por sorpresa; debemos atacar primero.

LA ASESINA DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora