Una detective integra e incorruptible. Un alto mando criminal decidido a conseguir la hegemonía de la ciudad. Un trato capaz de unirles. Una atracción
desmedida. Un amor prohibido. ¿Será ella capaz de cambiar sus convicciones?
¿Puede alguien condena...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Dicen que la piel tiene memoria, y la mía está extasiada con los recuerdos que las caricias de Ren evocan. Estoy perdida en su cercanía, en su presencia, dominada por sensaciones que hacía mucho que había dejado de sentir.
Él continúa besándome, su lengua causa estragos en mi sentido común, sólo Ren es capaz de hacerme perder la razón con un beso.
Su mano en mi nuca es firme, su exquisito olor domina mis sentidos. Mi pulso se acelera y oigo como los latidos de mi corazón retumban en mi pecho.
Él toma mi trasero con su mano libre y me alza para posicionarme sobre el blanco mármol. Sus labios no se han separado de los míos, su cuerpo sigue pegado a mi piel.
Su cercanía me desborda, su lengua me desarma y su presencia me domina.
La sombra de Ren Keitani me está engullendo.
Tengo que reaccionar, tengo que ponerle fin a este momento o sé que estaré perdida.
Los labios de Ren se separan de los míos y su lengua recorre la curva de mi cuello, tengo que parar esto, pero no sé cómo voy a hacerlo.
Mis manos se enredan en su cabello, mi cuerpo no obedece a mi mente, quiero gritarle que se aparte, quiero exigirle que se aleje porque sé que sí sigo con esto sólo voy a sufrir, pero lo único que logro emitir es un fuerte gemido de placer.
Noto como Ren sonríe contra mi cuello, su mano persiste en su férreo agarre a mi nuca.
Maldito sea Ren Keitani y maldita sea mi debilidad por él, noto como su otra mano sube hasta mi cintura, sé a dónde se dirige, sé que debo detenerle o una vez comience a acariciarme; su sombra me engullirá por completo.
—Ren... —gimo intentado que se detenga, él ignora mi gesto—. Ren... —insisto, él jadea contra mi cuello y noto como una sacudida de calor palpita en mi centro al oírle—. Él... Takura... —hablo en un intento de que el nombre de mi pareja le haga reaccionar; me haga reaccionar.
El mayor de los Keitani gruñe con enojo.
—Ese imbécil me importa un carajo —afirma con rabia sin dejar de succionar mi cuello, su mano ya acaricia mi pecho y no puedo evitar jadear mientras pego mi mejilla a su frente con desesperación.
—Pero a mí sí me importa... —confieso aún aferrada a él, le oigo gruñir contra mi cuello al oírme hablar del nuevo jefe de policia de Tokyo.
—Pues no debería importarte, "M" —sentencia lamiendo mi clavícula a la vez que su mano en mi pecho presiona de manera dolorosamente placentera.
Yo vuelvo a gemir perdida en mi deseo por el líder de Kendo. El recuerdo de Takura, mi lealtad a él, está diluyéndose, pero aún permanece y me aferro a ese pensamiento.