Una detective integra e incorruptible. Un alto mando criminal decidido a conseguir la hegemonía de la ciudad. Un trato capaz de unirles. Una atracción
desmedida. Un amor prohibido. ¿Será ella capaz de cambiar sus convicciones?
¿Puede alguien condena...
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Piso el embrague del deportivo, cambio de marcha y acelero. Siento como la adrenalina me domina y sonrío.
Me encanta conducir.
Aunque parezca contradictorio, la velocidad logra que mis ideas se aclaren y esa calma que tanto ansío, me envuelva.
Tengo veintiún años, demasiadas muertes a mis espaldas y un miedo atroz a caer en el furor errático y fallarle a los míos.
En los suburbios de Tokyo el nombre de Ren Keitani y de su gente; ya es tan temido como respetado. No ha sido fácil, ni plácido y mucho menos agradable, pero por fin hemos asentado las bases para conseguir cumplir esa promesa que ha marcado nuestros destinos:
Proteger la ciudad desde los bajos fondos de esas mafias que, con cada nuevo día, tienen más poder y falta de escrúpulos. La Grieta ya no existe, pero si las miles de personas en circunstancias iguales o peores que las de sus malogrados habitantes...
A nuestra promesa, se le sumó una venganza:
Acabar con los responsables del gobierno que permitieron la masacre de nuestra gente. Vengar el asesinato de mamá y de sensei Madama.
Matar a esa panda de cabrones que se creen intocables...
Mi teléfono móvil comienza a sonar. Miro con rapidez al retrovisor de la izquierda, al central y finalmente al de la derecha.
No hay rastro de la policía.
Estiro la mano y me hago con el terminal que está situado en el asiento vacío del acompañante, la palabra "Viejo" destella en la pantalla. Sonrío, presiono para aceptar la llamada y sitúo el aparato en mi oído mientras piso más a fondo.
—Voy camino de la central —respondo al aparato—, ¿todo bien? —cuestiono refiriéndome al resto de Guardianes y Rea.
Oigo un leve carraspeo al otro lado de la línea y voces ahogadas que me dan a entender que mi sensei está en un lugar público y no en la central. No puedo evitar preocuparme al percatarme de que pasan de las diez de la noche y el anciano debería estar en nuestro hogar. A pesar de sus intentos, constantes negativas y de su aparente rejuvenecimiento, sé que tal y como intuí ese lejano día en el que La Grieta desapareció, la salud del Viejo está mermada.
—Sí, están todos en la central —responde finalmente con su habitual voz ajada.
La central es el edificio en el que vivimos. En el ático del mismo, nos reunimos y realizamos algunas tareas cotidianas como comer o simplemente pasar el rato. Aunque el Viejo siempre lo llama la central, Randy lo denomina "la guarida" y cada vez, este sobrenombre va ganando más fuerza. Tras el arresto y nuestra posterior fuga del correccional de menores, el edificio pasó a convertirse en nuestro nuevo hogar. La central está situada en un bloque de pisos propiedad del Viejo en el que no vivía nadie, una de las tantas propiedades de nuestro sensei desperdigadas por la ciudad de Tokyo.