Una detective integra e incorruptible. Un alto mando criminal decidido a conseguir la hegemonía de la ciudad. Un trato capaz de unirles. Una atracción
desmedida. Un amor prohibido. ¿Será ella capaz de cambiar sus convicciones?
¿Puede alguien condena...
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Mis ojos permanecen cerrados, esperando mi inminente muerte cuando noto como el tacto frío del cañón del arma contra mi cabeza, desaparece. Al instante oigo un sonido sordo a mis pies. Abro los ojos y me volteo con incomprensión para ver el cuerpo abatido del teniente Oisho en el suelo.
Un charco de sangre se está formando en el piso, justo debajo de su cuerpo inerte; observo con atención y me percato de que su cráneo presenta una herida de bala que, sin duda, ha sido mortal. Me doy la vuelta con precaución, aún con los brazos en alto para ver quién ha disparado al teniente, y el sentimiento de confusión que me acompaña desde que vi al sargento disparar contra mi equipo, se incrementa al encontrarme enfrente de mí a Randy Keitani sosteniendo un arma aún humeante.
Su gesto es serio, pero cuando nuestras miradas se cruzan, esa inconfundible y peligrosa sonrisa de niño travieso ilumina su rostro. Randy también viste un equipo de asalto, a diferencia del mío el del menor de los Keitani es de color negro y no lleva el casco reglamentario.
Juro qué no comprendo qué mierda está pasando.
Randy amartilla su arma y se acerca a mi posición.
—Hola cuñadita... ¿Estás bien? —pregunta mirando con interés la herida de mi hombro y mi rostro magullado.
Yo asiento aún en estado de shock por todo lo sucedido hace unos segundos y él me observa con preocupación.
—Sí —respondo—. Es una herida limpia —explico señalando mi hombro, él vuelve a centrar su mirada en mi rostro lastimado y niega.
—Alguien va a cabrearse cómo no tienes idea cuando sepa que estás aquí... —comenta dejando salir un suspiro de hastío, al instante le veo unir sus labios y deja salir un fuerte y extraño silbido—. Estás sangrando mucho... —observa borrando esa divertida sonrisa de su cara.
Veo una sombra moverse tras el hermano de Ren y mi corazón se salta un latido al ver a unos metros de nuestra posición a un miembro de la banda filipina alzando su arma para apuntarle desde detrás. Sin duda el menor de los Keitani está en su línea de fuego. Sé que a Randy no va a darle tiempo a voltearse y disparar. Trago duro y en una milésima de segundo tomo la única decisión que puede salvarle de recibir un disparo en la cabeza.
Me acerco a él con rapidez, el rostro del menor de los Keitani denota incomprensión al verme abalanzarme sobre él. Mi mano se acerca a su cintura y agarro con rapidez el machete reglamentario que cuelga de su cinturón de asalto. Tomo el arma por la afilada punta y lo lanzo con rapidez y precisión contra nuestro atacante.
Tirarme sobre Randy para caer juntos al suelo no es una opción viable, ya que, aunque puede que evite el primer disparo, sin duda el filipino tendrá un blanco más fácil cuando ambos estemos en el suelo.
El menor de los Keitani se voltea con una expresión de sorpresa en dirección a nuestro atacante y ambos contemplamos con inquietud como el machete que he lanzado se acerca al hombre que ya está apuntándonos. Apenas han pasado unos segundos, pero éstos asemejan horas hasta que, finalmente veo como el machete se clava en la frente del traficante y nuestro agresor cae muerto al suelo sin tiempo a disparar su arma.