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La coleta de Paola se mueve de lado a lado mientras sirve copas a diestro y siniestro en la barra.

Mario y yo sólo tratamos de seguirla el ritmo, pero desde luego que nos falta mucho para estar a su nivel.

—Es flash.—bromeo.

—Rayo McQueen.

Polizzia.—sisea la italiana pasándonos tres botellines de CocaCola.—Os estoy oyendo.

Franchesco Bergolini...—empieza Mario de nuevo, pero no puede acabar la frase, pues mi amiga le da una colleja bien fuerte con la palma abierta de la mano.

Si no fuera por la música comercial, todo el restaurante lo hubiera oído.

Eso me recuerda a Adri. El editor dijo ayer en videollamada que se atrevería a venir, pero en realidad no creo que sea capaz.

Además, Mario y él son amigos, quiero pensar que de alguna manera me hubiera enterado. No me gustaría que nuestro reencuentro sea así, sucia y sudada, oliendo a carbonara y sirviendo copas como si la vida me fuera en ello.

—¿Qué hora es?—pregunta Paola dando un sorbo rápido a su mezcla. El problema de los jueves es que hay siempre un momento de pico antes de que abran las discotecas de la zona.

Parece que todos los mayores de edad se ponen de acuerdo para venir a hacer la previa al bar.

—Casi la una.—mascullo mirando el reloj de la pared. El móvil, como siempre, esta lejos de mi alcance en la taquilla donde también está mi ropa limpia.

—No puedo más.—resopla Mario a mi lado. No acostumbra al ajetreo de la barra, y frunce el ceño molesto cuando un chico le pide con una sonrisa burlona un Ron Cola.—Encima vacilando.—susurra hacia mi.

—Cómo si no me reconocieras.—le dice el chico que acaba de pedir.

Los dos levantamos la cabeza despacio; tenemos que aprender a hablar más bajo.

—Iglesias.—Mario sonríe de oreja a oreja y le choca los cinco a su amigo, todo sin dejar de servirle los hielos y el alcohol.

Una puta broma tiene que ser esto.

Me encantaría poder marcarme un Quevedo, y mirarme en el reflejo de la copa, pero no me hace falta para saber que no estoy ni presentable.

Esta no es la imagen que quería que Adrián Iglesias tuviera de mi. Aunque la que se llevo anoche, al verme a las tres de la mañana, oji plática y probablemente consciente de que le estaba stalkeando tampoco debió ser mucho mejor.

—Está a tope esto.—comenta el chico. Paola cruza una mirada conmigo, como diciendo ¿de que narices va esto?

O como se diga en italiano.

—Es la hora punta de los jueves.—sonrío pasándole otro botellín a mi mejor amiga. Claramente estoy esquivando los ojos castaños de el editor.

—¿Es mal momento? Puedo venir luego.—se rasca la cabeza incómodo el chico. Genial, encima ahora le he asustado.

—Para nada, tú dinos que quieres y Alejandra te lo lleva a la mesa ahora mismo.—puto Mario. Lo hace solo para colocarme en una encerrona.

Verano | Adrián IglesiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora