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Verano de 2019, Julio



—No, no.—me grita Adri entre risas.—Tu sigue corriendo.

Esta idea ha sido una mierda, pero una mierda de las que van a quedar para la posteridad.

Como siempre, una vez más, ha sido culpa de Mario. Al final va a ser él quien tenga que venir a sacarme de la cárcel algún día.

—Pero no chilles, que nos van a pillar.—mi susurro es lo suficientemente alto como para que se oiga por encima de nuestras pisadas. Tal vez no deba contarlo siquiera como susurro.

—Paranoica.—se burla el chico cuando llega a mi lado. Yo prefiero considerarme precavida, pero acepto el apodo.

El cielo oscurecido y la luz de las farolas nos acompañan mientras terminamos de trotar a nuestro destino: la piscina municipal.

Hemos salido de casa de Mario hacía media hora por lo menos, y en un intento de ser agradable y para nada presionada por las miradas insinuantes de mis dos amigos, me he ofrecido a acompañarle a casa. O bueno, más bien a enseñarle el camino hasta la estación para que pueda llegar a su casa.

Con lo que no contaba es con que me retara con un del uno al que. Y mucho menos contaba con que los dos fuéramos a decir el mismo número. Supongo que esa es la explicación de porque estamos a punto de cometer allanamiento de morada.

La verja que tenemos delante no es demasiado alta, y no es un problema de saltar. El principal problema al que nos enfrentamos es el pequeño muro que levanta ese alambre de metal un metro y medio del suelo.

—Vale, ¿Cuál es el plan ahora?—el moreno me mira con picardía antes de responder.

—Yo te ayudo a subir y luego escalo detrás tuya.—a simple vista, no parece haber nada extraño en sus palabras, así que me acerco al muro de ladrillo y coloco las manos en lo alto de la cornisa. Espero que esto salga bien porque si no la ostia que me voy a meter va a ser monumental.

Y no me gustaría partirme la crisma delante de este chico.

Lo que no me espero, es que el punto de apoyo que utiliza para lanzarme arriba del muro sea mi culo.

—IGLESIAS.—exclamo sorprendida por el contacto. Esto era lo último que pensaba que iba a pasar.

—Nos van a pillar, por tu culpa.—se ríe. De un salto, llega a mi lado.

De pie, encima del muro, el uno frente al otro, no puedo evitar reirme. Y él tampoco. Debe ser por la locura que estamos a punto de cometer.

Mentalmente me preparo para enfrentarme ahora a la verja de metal, el fino alambre es lo único que nos separa del césped y de la piscina olímpica que se extiende a un par de metros delante nuestra. En el reflejo del agua, se puede ver la mitad de la luna, que baila mecida por la brisilla de la noche.

Sin embargo, antes de que pueda ponerme manos a la obra, una caricia en mi mejilla me distrae. El cuerpo de Adri se contrae, acercándome. En cuestión de un instante, quedamos el uno pegado al otro.

Sus dedos guían mi mandíbula hacia arriba, y cuando nuestras miradas chocan, deja un pequeño beso en mis labios.

—Ni con esas vas a conseguir que me olvide de que acabas de manosearme el culo.—susurro contra su boca.

—Tenía que intentarlo.—responde. No puedo evitar reírme.

No sé si es por la conexión y la cercanía que he tenido con Adri desde el minuto uno, o porque, pero me siento tan cómoda estando a su lado. No siento que tenga que tratar de gustarle, si no que puedo ser yo misma.

Al final, conseguimos meternos dentro del lugar. Ahora si que no podemos hacer ruido o estaremos jodidos.

Por suerte los dos llevamos el bañador debajo, así que caminamos por el césped como si fuéramos espías y a un metro del bordillo empezamos a quitarnos la ropa.

No se me escapan las miradas del proyecto de editor, que son todo menos disimuladas.

—¿A la de tres?—pregunto cuando estamos listos para sumergirnos.

Adrián asiente con la cabeza.

Los dos a la vez nos acercamos al bordillo de cemento, el agua fría rozando la punta de mis dedos.

No puedo creer que me haya colado en la piscina del pueblo con un chico que hace una semana ni sabía que existía. Pero aquí estamos, a punto de vivir la noche más inolvidable del verano.

—Una...—comienza a contar el moreno en un susurro. Si no fuera porque estamos al lado, tal vez hubiera pensado que eran imaginaciones mías.

—Dos.—digo yo esta vez. Mientras pronuncio las palabras, me doy cuenta de que hemos entrelazado las manos.

—Tres.

El líquido nos traga de golpe, nos sumergimos un par de segundos antes de volver a la superficie. Las estrellas apenas son visibles a causa de toda la contaminación lumínica, pero hay una que destaca.

La estrella polar titilea encima de nuestras cabezas, como a los viejos marineros, guiándonos de cual es el norte.

—Esta fría.—confieso moviendo las piernas para mantenerme a flote.

—Ven, anda.—Adri tira de mi hacia su cuerpo y me envuelve con un brazo mientras con el otro nos sujeta al bordillo.

No puedo controlarlo, no se si es a causa de las hormonas adolescentes que fluyen por mi sangre. O si es la adrenalina del momento.

Lo más seguro que una mezcla de ambas. Pero los latidos de mi corazón van a dos mil por hora, y mi mente esta bulliciosa de ideas.

Porque nunca antes en mis quince años de vida me había sentido así de ilusionada. Y la verdad es que me da miedo.

Me gustaría saber que es lo que está pensando Iglesias ahora mismo. Pero no puedo.

Por el momento, solo puedo disfrutar de las caricias de sus yemas en mi piel sumergida, y en lo que sea que estemos compartiendo, bajo la luz de polaris.









☀️

estoy amando a estos dos jej
¿que os parece?

espero que os haya gustado mucho
nos leemos pronto

Verano | Adrián IglesiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora