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El calor. El olor a crema de sol. Las ondas en el pelo después de salir de la piscina. Merendar sandía.

Puro verano.

El sonido mecánico del ventilador me hace compañía mientras bajo de forma continua en mi feed de Tik Tok. La temperatura fuera de casa es asfixiante, podría freír un huevo frito en la acera si me lo propusiera.

A estás alturas, si Liliana no hubiera decidido volverse a Australia a pasar allí el verano, la castaña y yo llevaríamos ya dos horas en la piscina de nuestra urbanización poniéndonos morenas.

El objetivo de todos los años era hacer que pareciera que veníamos de estar una semana en Tenerife o Mallorca, cuando en realidad lo más lejos que habíamos estado es en el centro de la capital Española.

Últimamente ni eso, pues el asfalto de Madrid resultaba abrasante a ciertas horas de la tarde.

Sin embargo, este año las cosas no están yendo de acuerdo al plan. Con mi mejor amiga fuera del país, no me ha quedado otra que ocupar mi tiempo de otra manera.

Por suerte una antigua amiga del instituto me ha ofrecido trabajo en su restaurante italiano y así es como paso las horas de mi día.

Trabajando.

Glamuroso desde luego.

Sigo viendo los vídeos de quince segundos en mi pantalla. Debería haberme ido con Lili a Australia, tal vez así mi vida no sería asquerosamente aburrida, como lo es ahora. Un verano sin fiestas, sin mi mejor amiga y sin playa.

¿Qué más?

Una notificación de Instagram llama mi atención.

@quevedo.pd ha subido una historia

Esto tiene que ser broma.

Tardo de menos de tres segundos en tener delante de mí la foto. Una captura de pantalla del calendario, con el veintinueve de junio marcado en rojo .

Hago un cálculo rápido en mi cabeza. Quedan diez días para eso.

Mis redes sociales no tardan en inundarse de reacciones varias, la gran mayoría esperando la vuelta del cantante. No me escondo, soy la primera que quiere que Quevedo vuelva.

Sus canciones han marcado los últimos años y veranos, no puedo esperar al próximo éxito que voy a cantar a todo pulmón.

Bueno, que cantaría dejándome toda la voz, si no fuera por cierta castaña que ahora vive en el hemisferio sur.

Sigo pasando historias hasta que la alarma que tengo en el móvil salta. Es hora de vestirse.

Con toda la pereza del calor, me despego de la comodidad de mi cama y del fresquito del ventilador. Lo único que agradezco es dejar de escuchar el sonido monótono de las aspas cortando el aire denso.

El italiano en el que trabajo es el nuevo sitio de moda de la zona. Servimos cenas de todo tipo y cuando cae un poco más la tarde copas.

Lo mejor del lugar es Paola, sin duda. La italiana me entretiene con su acento rasposo y sus críticas a los hombres españoles. Según ella no hay nada como un buen italiano, y no habla de comida.

En el baño de mi casa comienzo la rutina de cada día . Mis padres están en la piscina de la comunidad, tostándose con los vecinos. Ambos son doctores, y pasan las pocas tardes que no tienen de guardia tomando el sol y poniéndose morenos.

Recojo mi pelo en una cola de caballo alta y luego me hago un maquillaje ligero. Algunas de las camareras nos doblamos, turnos de servicio en mesa y luego atendemos la barra de las copas. Y a una servidora le gusta ir guapa, pues nunca sabes cuando vas a encontrar el amor.

Es broma, en realidad lo hago buscando propinas.

El uniforme son unos pantalones negros y una camisa que luego alterno con un top de estilo más de fiesta para la barra.

Miro la hora en el móvil. El momento de salir.

Desde mi casa hasta allí hay veinte minutos, por lo que Mario, amigo de Paola y amigo mío del pueblo pasa a recogerme con el coche. Es un acuerdo táctico, yo le hago el viaje entretenido y él me hace el favor de acercarme.

De todas formas, él también trabaja ahí.

—Puntual, como siempre.—me saluda cuando entro en su coche. El reloj del salpicadero marca las siete y dos.

—Bro, me estás regañando por dos minutos.—me quejo acomodándome en el asiento.

—El tiempo es oro, Alejandra.—lo dice como si fuera una verdad como un castillo, como si estuviera recitando un antiguo proverbio chino.

—Paso.—es mi respuesta. La playlist de éxitos España que tiene de fondo nos acompaña en el trayecto. A veces canto alguna de las canciones, pero la mayoría del tiempo aguanto mis ganas de participar en la Voz.

Por desgracia para todos canto bastante mal. Una pena.

—A ti te gustaba Quevedo, ¿verdad?—asiento con un movimiento de cabeza que percibe a pesar de estar mirando los espejos.—Ha subido algo.

—Lo estaba viendo antes de salir. Se vienen cositas.—vuelvo a abrir instagram. Si es que es verdad, todo mi feed está hablando sobre el canario.

Desde luego que tengo una increíble obsesión con él.

En concreto una de las historias que me llama la atención es una encuesta.

Quevedo
o
Saiko

Ni lo pienso, contesto la historia. La respuesta es más que obvia.

obviamente Quevedo es mejor que Saiko

No me da tiempo a leer la respuesta. Mario aparca en el italiano y no me queda otra que alisarme las arrugas de la camisa y comprobar que ningún pelo escapa de mi recogido.

Chao.—nos saluda Paola cuando cruzamos la puerta.

El restaurante ya está hasta arriba y el olor a pizza y carbonara impregna la sala. Adoro que mi trabajo sea estar entre la comida mas deliciosa del mundo.

El servicio comienza como siempre, atendiendo las mesas y llevando las comandas. Luego comienza la noche, y con las mesas recogidas el restaurante se transforma en ambiente.

Aprovecho para mirar el móvil mientras me cambio la camisa por algo mas apropiado y juvenil.

Un nuevo mensaje.

@adridobylus: una polla.
@adridobylus: no tienes ni idea Alejandra

No me da tiempo a responder, pues hay un montón de Roncolas que servir.

Mientras ayudo a Paola a servir las bebidas, analizo las preguntas que rondan mi cabeza.

Por un lado, él que no tiene ni puta idea es claramente él. Y por otro, ¿quién coño es @adridobylus?








☀️
Breve introducción a esta historia jiji, espero que os haya gustado.

Nos leemos pronto ;)

Verano | Adrián IglesiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora