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Unos buenos días nunca habían sido tan buenos. Literalmente.

Y eso que la resaca me regala un dolor de cabeza cuando abro los ojos.

—Buenos días, Ale.—Adri bosteza a mi lado, con una sonrisa calmada en sus labios.

Hemos despertado en un lío de sábanas, pero el uno pegado al cuerpo del otro. Su respiración tranquila sobre mi mejilla, me ha regalado el mejor amanecer en mucho tiempo.

—Buenos días Adri.—le devuelvo la sonrisa, y el chico me deja un beso suave en los labios.

No lo pienso, y por instinto se lo devuelvo. Sus manos acarician mi mejilla, para acabar colocando mi pelo detrás de la oreja.

El roce de nuestros cuerpos hace que el beso aumente de intensidad. Su lengua se hace paso en mi boca, y sus manos se mueven por mi cuerpo hasta mis caderas.

—Parece que alguien se ha levantado de buen humor.—bromeo al sentirle.

—Calla, morena.—son sus labios los que me silencian.

No sé cuanto tiempo nos pasamos el uno mezclado con el otro, pero para cuando nos separamos, es casi la hora de comer.

Menos mal que avise a mis padres de que llegaría tarde, porque si no les da un algo al no verme en casa. Y eso que están acostumbrados a que llegue a altas horas de la noche.

Las cosas de trabajar en el restaurante, que la mitad de los días de la semana no llego a casa hasta en medio de la madrugada. Pero bueno, ellos tampoco se quejan, porque como tienen guardias, tampoco tienen los mejores horarios.

Aún con su pijama, bajamos a la cocina. Los chicos están allí, haciéndose la comida. Jopa calienta una pizza en el horno, y Plex prepara una fuente de macarrones como para alimentar a una familia entera.

Al principio, quiero morirme de la vergüenza. Pero a ninguno le importa que yo este allí, y en cuestión de minutos ya me siento como en casa. Adri y yo le mandamos una foto a Lili mientras decidimos que es lo que vamos a comer.

La resaca no me quita el apetito. Es una de mis mejores cualidades, que por mucho que beba la noche anterior, a la mañana siguiente me levanto fresca como una rosa.

—Creo que he hecho demasiado.—señala Plex, alternando su mirada entre nosotros y el plato gigante de pasta.—Solo viene Mía a comer, así que creo que puedo compartir con vosotros si queréis.—asiento con la cabeza disimuladamente, no iba a admitirlo en voz alta, pero el olor estaba haciendo que se me hiciera la boca agua.

—Bro, gracias.—le responde Adri, que procede a coger varios platos y cubiertos de uno de los cajones. 

Entre los dos, ponemos la mesa mientras el youtuber más famoso de España termina de prepáranos la comida.

—Mía acaba de llegar.—nos hace saber el medio boxeador.—Adri, ¿puedes abrirle la puerta?

Como un pollito y su mamá, sigo a Adri por los pasillos de la casa hasta la terraza, y desde ahí hasta la puerta. Al abrirla, aparece una chica guapísima y bastante alta. Tiene un cuerpo atlético y carga bajo el hombro una bolsa de gimnasio.

Verano | Adrián IglesiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora