CAPÍTULO 29

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Inaya Bardeen

A mis oídos llegaba el ruido de ese llanto que me decía que debía abandonar la tranquilidad del sueño. Siento que André deja de abrazarme para levantarse e ir con ella, logrando calmarla por un corto tiempo hasta que vuelve a llorar con más fuerza.

No era un simple llanto, era el aviso de que debía alimentarla.

Me siento en la cama estirando mi cuerpo, sintiendo varios huesos crujir. Pongo los pies en la frialdad del suelo y así me dirijo a la cocina para ir por su biberón.

—Buen día, señora —saluda Camille —. ¿Necesita algo?

—Buenos días, Camille —abro la nevera, agarro el biberón y aprovecho para beber un vaso de agua —. Por ahora nada, volveré a desayunar en un rato.

—Si gusta puedo subirle el desayuno a la habitación.

—No te molestes, yo bajaré en cuanto Anaya vuelva a dormir.

Asiente y sigue con sus tareas.

Vuelvo a las escaleras para ir al cuarto de Anaya. André está sentado en el sillón junto a su cuna, hablándole para calmarla y sacando algunas risas por su parte. Me quedo unos segundos en la entrada mirándolo ser feliz y disfrutando de esos pequeños instantes.

Desde su nacimiento se volvió muy apegado a ella, todas las noches se queda sentado junto a su cuna hasta que vuelve a dormirse, aprendió a cambiar los pañales por su cuenta y siempre que saca tiempo para estar con nosotras también aprovecha para buscar más información sobre bebés.

Doy dos suaves golpes en la puerta y entro. Él la pasa a mis brazos y la alegría que se ve en sus facciones me hace verla anonada.

—Hola, mi rallito de sol —beso sus cachetes inflados —. Hoy has despertado más temprano que otros días.

Cada día aprendía algo nuevo con ella y descubría en mí una nueva faceta. La acomodo sobre mí para llevar el biberón a sus labios.

—Te quería dar las gracias —lo miro sin saber a qué se refiere.

—¿Por qué el agradecimiento?

—Por darme la oportunidad de formar parte de la mejor etapa de tu vida y de estar en la vida de esa niña —llevo una mano a su rostro, quitando una lágrima que rueda de su ojo —. Puedo sonar básico, pero de verdad ustedes son lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Y nunca me cansaré de decírtelo, te amo y no creo que eso pueda cambiar.

—Me harás llorar —finjo limpiar mis lágrimas —. También reconozco que me enamoré de ti desde aquella vez que regresé a tu casa y me hiciste sentir especial.

—Realmente te mereces más de lo que hice antes o lo que he hecho por ti hasta ahora.

Se sienta en suelo dejando su cabeza apoyada en mis piernas y acariciando los pequeños brazos de Anaya. Así pasamos el rato teniendo más conversaciones aleatorias, Anaya se acaba el biberón sin quedarse dormida y él se ofrece para cambiar su pañal y dormirla.

Él se va tras recibir una llamada y yo me voy a la ducha. Me tomo un tiempo para mí, lavando mi cabello y tomando un baño relajante que alivie la tensión de mi cuerpo. Tras acabar paso al cuarto de Anaya, con la suerte de encontrarla aún durmiendo. Bajo a la cocina para desayunar, por fin podía volver a comer alimentos con azúcar, pero sentía que mi cuerpo no se veía como antes. Cada que me veía al espejo, me sentía distinta, mis caderas se notaban más anchas, mi rostro más iluminado, "si es que eso era posible" y últimamente debía comprar una talla más en cuanto a sujetadores, mis pechos habían aumentado su tamaño debido a este período de lactancia por el que estaba pasando.

Ella es rubia pero NO tonta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora