CAPÍTULO 28

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Inaya Bardeen

—¡Inaya, abre la puerta! —sigue golpeando la madera.

—¡Largo de aquí! —subo el volumen de la televisión —. ¡No quiero verte, ni mucho menos escuchar tu patético discurso de disculpa!

Me llevo un puñado de uvas a la boca y sigo viendo la serie muy a gusto.

Desde la media mañana me había encerrado para no verlo, ni hablarle. No sabía a ciencia exacta si de verdad se había revolcado con esa rata arrastrada, pero aún así no quería ceder a cruzar palabra con él.

—¡Déjame decirte como sucedieron las cosas! —otro golpe impacta en la puerta —. ¡Antes de estar entre las piernas de otra mujer prefiero quitarme la vida!

—¡Pues ve y quitátela de una vez! ¡No voy a llorarte!

—¡Inaya, abre la maldita puerta o la echo abajo!

Doy un salto en el lugar ante lo grotesco de su tono. Sé que era muy capaz de echar la puerta abajo, dejo el tazón de frutas a un costado y me levanto para quitar el seguro.

Su rostro está rojo, no sé si de enfado o algo más. Su mirada tampoco es la más amable, el negro de sus ojos se ve tan intenso, que espantaría a quien no lo haya visto así de colérico y eso ya no me asustaba, había aprendido a lidiar con sus ataques de rabia repentinos.

—Habla, te escucho —me quedo en medio de la entrada, de brazos cruzados y esperando por sus palabras.

—Pasemos adentro —da un paso que freno con una mano en su pecho.

—Hablemos aquí, no quiero que contamines mi espacio con tus malas energías.

Pone los ojos en blanco.

—No estuve con ella y jamás lo he estado. Puedo jurar que cerré la ducha y subí a buscarte porque escuché tus gritos —pongo una mueca de desagrado. No me sentía muy convencida del todo, pero sabía que ella víbora haría cualquier cosa para sacarme de la vida de André —. Salí directo a la habitación y en todo el camino aquí, ella no estaba. No sé de dónde salió esa ropa que viste.

—Te preguntaré esto una única vez y quiero que me respondas con la verdad. ¿Tienes algún tipo de pasado con ella?

Sus labios se quedan entreabiertos, su respiración se vuelve algo cortante y su entrecejo se arruga. Era la expresión que siempre ponía cuando dudaba entre decir la verdad o mentir, en este caso, confesar si en verdad había pasado algo entre ellos. No sabía si me afectaría la respuesta a esa inquietud, pero no me atrevía a quedarme con esa espina que me llevaba molestando desde hacía meses.

—¿Y bien? ¿Sí me dirás la verdad esta vez o debo descubrirlo por mi cuenta?

Me hago a un lado para que entre. Cierro la puerta y voy a su lado en la cama.

—Tuvimos una relación de poco tiempo hace dos años. Nada más allá de besos, nunca tuvimos sexo o algo similar —se cubre el rostro —. Siento vergüenza de mí al decir esto, en ese tiempo dejé que hiciera conmigo lo que le viniera en gana. Se aprovechó de mí de muchas maneras y siempre me tuvo en su mano. Corté con ella al mes de estar juntos y nunca más la volví a ver... hasta ese día que la viste.

No sabía si sentirme mal por él, o sentir más repulsión y desprecio por esa arrastrada.

—¿Y por qué está aquí? —destapa su cara —. ¿Cuál es la razón por la que no la alejas? —protesto.

—Tengo negocios con su familia y es su obligación cubrir el puesto de su padre.

Resoplo con angustia.

Ella es rubia pero NO tonta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora