CAPÍTULO 30

366 48 18
                                    

Inaya Bardeen

El crujir de las hojas secas bajo mis pies hacía eco en el silencio sepulcral del lugar. No había nada ni nadie más alrededor que los hombres que me escoltaban. Al poner un pie dentro de lo que había sido "mi hogar" por varios meses, sentí un vacío en mi interior, dándome esa fea sensación de que había perdido todo; aunque no sabía si era una pérdida definitiva.

Las paredes están teñidas por el polvo negro de las cenizas, así como el suelo y todo lo demás. Cada espacio había sido consumido por las llamas. No queda nada que pudiera ser recuperado.

Me paro al pie de la escalera, gran parte de su estructura está igualmente dañada, algo que me agobia más, al saber que ni siquiera puedo llegar por última vez a esos recuerdos recientes. No me molesto en caminar más allá para no seguir dañandome a mí misma. Ya había sido difícil la decisión se volver aquí.

Regreso sobre mis pasos, pisando algo en el césped de la entrada, me agacho para ver de qué se trata, encontrándome con un pequeño broche simulando el sol. El mismo broche que llevaba puesto Anaya en su ropa y que contiene una pequeña foto suya en el interior; un regalo de André. Dos semanas y no había encontrado a mi hija, sólo pequeñas e insignificantes pistas, cada día se sentía más angustiante que el anterior. Pero me negaba a perder los estribos y actuar sin pensar, un paso en falso y lo poco que había descubierto, sería en vano.

Muchos de los hombres que salieron ilesos del suceso de hace semanas, han estado pendiente a mí y a la búsqueda de mi pequeña desde ese entonces, pero lo veía como estar detrás de una sombra que con cada paso que dábamos a ella, volvía a esconderse.

Continúo caminando de regreso, antes de subir a la camioneta, la voz de uno de ellos me detiene.

—Señora, hemos encontrado esto en el jardín. Supongo que debe ser importante para usted —deja en mis manos una manta con flores, un poco sucia. En ella hay envueltos unos pequeños zapatos de bebé.

Me trago el nudo que se instala en mi garganta.

—Gracias —respondo en un hilo de voz.

—Eso fue todo lo que encontramos aquí, pero seguiremos con la búsqueda en cada sitio

No soy capaz de decir algo más. Me subo al asiento trasero de la camioneta para regresar.

Estando en casa, me voy directo a la cama; su cama y la que alguna vez compartimos. No quería pensar, sentir o recordar. Sólo quería dormir y de ser posible no volver a despertar hasta sentirlos de nuevo a mi lado.

❀•°❀°•❀

La mecía en mis brazos para hacerla dormir. Sus grandes ojos me miraban con adoración, así como yo a ella. Reparto besos en su rostro, haciéndola reír, era un sonido tan embriagador y relajante, que me hacía olvidar lo demás.

Quito mis ojos de ella por un segundo, al verla otra vez, ella ya no estaba en mis brazos. Todo mi cuerpo comenzó a temblar, tenía ganas de gritar su nombre, pero ni siquiera las palabras salían de mi garganta. Corro fuera de la habitación, pero el fuego bloquea mi camino, no tenía por dónde escapar. Por medio de las llamas veo su silueta, no podía distinguirlo del todo, pero sabía que era él, sentía su mirada en mí.

Alrededor de mis pies el suelo caía, todo se desmoronaba en un abrir y cerrar de ojos, mis pies estaban descalsos y podía sentir que la ardentía de las brasas quemaba cada espacio de ellos.

«Esto no es real» Repetía en mis pensamientos al tiempo que sentía las quemaduras arder en cada extremidad de mi cuerpo.

«Ella aún está viva»

«Él regresará por mí»

Despierto sudada, agitada y con los latidos del corazón disparados. Desde la noche anterior a lo que sucedió, las pesadillas me han estado jugando malas pasadas. Siempre era el mismo escenario: ella desaparece de mis brazos sin explicación, su figura entre aquellas llamas vehementes y luego soy devorada por el fuego.

Sentía que me estaba volviendo loca.

Salgo de la cama para ir por alguna pastilla que aliviara el dolor de cabeza que siempre quedaba después de revivir esa pesadilla tan inquietante.

Me voy a uno de los sofás para recostarme. No me quedaban ánimos de hacer nada, tampoco quería pintar por más que eso me ayudara a despejar la mente; nada me devolvería a mi hija.

—Señora, no quiero molestarla pero hay algo que debe ver.

Me incorporo en el asiento con rapidez.

—¿Encontraron algo de importancia? —hablo ociosa, a lo que él niega con la cabeza gacha.

—Hace un rato alguien merodeaba la casa, ha dicho que sólo hablará si es con usted y que tiene algo importante para decirle.

—¿Sabes si es alguien cercano a André? —niega —. ¿A sus negocios? —vuelve a negar.

—Nunca antes lo habíamos visto. Ningún conocido cercano al señor tiene conocimiento de lo sucedido.

Y los problemas seguían sumando. Lo sigo hasta una caseta apartada al fondo del jardín. Frente a esta cuatro de esos hombres armados se encargan de hacer su trabajo. Como siempre al pasar junto a ellos hacen esa reverencia que a mí se me hace patética. El chico abre la puerta por mí, guiándome a donde aquella persona yacía esposada y sentada en una silla.

—Estaré afuera por si me necesita —avisa.

—No tardaré mucho.

El chico se regresa por el mismo camino.

Recuesto mi cadera en una mesa de metal, detallando al hombre frente a mí. Vistiendo un traje gris a la medida, el cabello peinado a un lado sin dejar un solo mechón fuera de lugar. Me detengo en su rostro, en sus labios se mostraba una sonrisa ligera, su postura era la de alguien que mostraba grandeza. No parecía intimidado o algo parecido.

—¿Quién eres y por qué estás en mi propiedad? ¡¿Acaso fue esa cualquiera que ha enviado a su secretario para que acabe lo que ella no pudo?! —suelta una risa burlesca.

—No soy el perro faldero de nadie y no vengo con intención de hacerte daño. Sólo sentía curiosidad de conocer a alguien.

Se encoje de hombros si más. Mis dudas se disparan.

—¡¿A quién?!

—Haces muchas preguntas, Inaya.

Mi boca se abre por sí sola ante la mención de mi nombre. Formo puños con mis manos para hacer menos evidente la reacción que sus palabras me han causado.

Se quita los lentes de sol que llevaba puestos todo este tiempo, revelando unos ojos heterocromaticos, lo que me deja más asustada y a la vez perpleja. Esta vez muestra una sonrisa enigmática.

—¿Tú cómo sabes mi nombre?

—Ya te dije que haces demasiadas preguntas.

—¿De dónde me conoces? —perdiendo la paciencia golpeo la mesa, haciendo eco de su sonido.

—Somos más cercanos de lo que crees y conozco más de ti, que tú misma.

—Te preguntaré una última vez —doy dos pasos al frente —. ¿Quién carajos eres y de dónde conoces mi nombre?

Esboza una sonrisa más abierta.

—Mi nombre es Vincent.

—Espero otra respuesta.

—Soy tu hermano.

FIN

Ella es rubia pero NO tonta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora