CAPITULO 1. SERE SU ESPOSA

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Tatiana Mattew

Primera parte

Me miro frente al espejo. A pesar de sentirme bella con el vestido de bodas puesto, no puedo evitar sentirme triste por la decisión que otra persona tomó por mí, aquella que mi padre ha tomado para unirme en matrimonio con un hombre que solo he visto una vez. Me convertiré en madre de un pequeño que perdió a su verdadera mamá al nacer. No estoy lista para esa clase de cosas. Aunque me apena la situación que atraviesa ese pobre viudo, no puedo evitar sentirme acongojada y melancólica por mi propia posición.

—Quita esa cara, Tati. Ya verás que todo saldrá bien —escucho a mi madre decirme mientras intenta acomodarme el velo.

Ella decidió vestirme con todo para ver cómo me veré mañana.

—Es que no entiendo por qué esta es la única solución —refunfuño, aunque sé que de nada sirve ya.

En menos de veinticuatro horas contraeré matrimonio.

Aún no he hablado con Lucían. Lo cité para vernos esta noche.

Observo a mi madre otra vez. Sé que parece que imploro, mas no es lo que deseo.

No quiero que me tengan pena.

¡No quiero casarme!

—Ya sabes que es la única manera de conservar nuestra casa. ¿Es que acaso quieres que nos quedemos en la calle? Porque eso es lo que sucederá si no te casas con ese pobre viudo.

—No es un pobre viudo, está cagado en plata.

—¡Tatiana! No te expreses así. Pareces una cualquiera. —Con mamá jamás he podido ser ni expresarme como quisiera.

Para ella, tanto Teresa como yo, seremos siempre las niñas que dio a luz y a quienes les cambió los pañales durante años. Nunca tendremos edad suficiente para decidir qué hacer y qué no.

—Me están cortando las alas. Arruinan mi única y verdadera relación amorosa. ¿No te duele que le romperé el corazón a Lucían? ¿Has pensado en eso, mamá?

Se aleja un poco y agacha la mirada. La noto avergonzada.

Y es que no es para menos.

—No intentamos lastimarte. Estamos seguros de que... de que ese señor será bueno contigo.

—¡No lo conocen! ¡Ustedes no saben cómo es! ¿Qué tal que sea un sanguinario? ¿Un hombre depravado que me alquile por horas a sus amigos?

—Pero qué cosas dices, Tati. Magghio no es ningún depravado. Tú tampoco lo conoces. Si bien nosotros no debemos....

Me acerco a ella y la interrumpo al agarrar sus hombros, sacudiéndola como si fuese un felpudo.

—¡Ustedes nada! —grito—. ¡Nada! Tampoco lo conocen. ¿Cómo es que han podido venderme así? ¿Acaso no tengo nada que decir? ¿Me toca simplemente aceptarlo? ¿De eso depende que sea o no una buena hija?

Mi madre no sabe qué responderme, así que se limita a mirarme con sus ojos almendrados avergonzados. Ella sabe que está mal, lo sé, incluso mi padre, con toda la seguridad que quiso demostrarme el día anterior, también lo sabe: todo esto es un fastidio, una estupidez y, más que nada, un abuso. Un abuso de su parte contra mi confianza, un abuso por parte de ese hombre que pretende casarse conmigo para pagar las deudas de mi padre y conseguir una madre para su hijo huérfano. Una mujer que estoy segura de que solo querrá que esté al extremo cuidado de su pequeño, como una sirvienta, como una niñera. No he podido objetar nada ante esta situación. El corazón me late de prisa al saber que no podré refutar nada en el futuro. Seré de él. No seré más que una mercancía para Darío el Sombrío.

El vestido que llevo puesto, probándolo para estar perfecta el día de mañana, lo ha mandado a confeccionar mi madre. Cuando me lo entrego, sospeché de inmediato que esta boda no fue planificada de un día para otro. No fue planeada de repente. Ellos sabían que algo como esto iba a suceder conmigo y que tomarían esa decisión mucho antes de consultarme, pues no tuvieron la delicadeza de considerar mis sentimientos en ningún momento.

No puedo jurar que estoy enamorada de Lucian, pero no merece, después de todos estos años juntos, que lo deje por otro hombre, por uno que no he visto, uno con el que no he hablado, con el que solo crucé una mirada que me provocó escalofríos y que cada vez que recordaba sus ojos clavados en mí, sentía como si mi espina dorsal fuera recorrida por un ciempiés diminuto, uno que no podía tocar y que sentía en lo más profundo de mí en cada vértebra.

Así se sintió la ojeada de el Sombrío aquel día.

Y durante muchos días más.

Por eso sabía que no cabía duda alguna: jamás sería feliz con ese hombre.

¿Acaso no había otra concursante para el puesto de esposa sustituta?

Me horroriza la crueldad de mis pensamientos.

Pero es que no me siento yo misma.

Ya no puedo pensar delicada y amablemente.

—¿Hace cuánto sabían que iba a casarme con este hombre? —le cuestiono a mi madre. La veo parpadear, sorprendida y asustada—. Lo sabía —mascullo—. Esto no es algo de hace veinticuatro horas, ¡ustedes ya lo tenían pensado!

—No queríamos hacerlo. Le dimos tantas vueltas al asunto, pero es que él se acercó hace unos meses y nos propuso esto.... Yo le dije que no de inmediato. ¡No tenía idea de que tu padre se había introducido en este mundo!

—¡¿Cuál mundo?! Merezco saberlo, mamá. Por ustedes estoy a punto de contraer matrimonio con alguien que no amo.

—El amor es relativo, eso se construye con el tiempo.

—No me filosofes, mamá. No me vengas con esa terapia. Hace doscientos años, tus palabras hubiesen convencido a cualquier mujer tonta y de pocas neuronas. No estamos en esa época donde las personas se casaban para favorecer a ambas familias.

—Te equivocas, Tatiana. Esas épocas, como le llamas, jamás pasarán de moda.

Mi madre trae puesto un vestido gris de algodón, medio vaporoso, que llega hasta más abajo de las rodillas. Las mangas son cortas, pero no demostrativas. Josefyn siempre ha vestido así de recatada y conservadora. La única extrovertida es mi hermana Teresa.

Al pensar en ella, me preocupo. No quiero que ellos vayan a hacerle lo mismo.

Se lo expreso a mi madre, quien se espanta.

—¡Por supuesto que no! ¿Qué crees que estamos haciendo? ¿Que las criamos para venderlas? ¿Para obtener beneficios con ustedes? ¿No notas que esto es difícil para nosotros? ¡Sé menos inconsciente, Tatiana!

Cada palabra suya me hace enojar más. De lo único que tengo deseos es de cavar un hoyo y meter la cabeza hasta que todo pase.

—¿Qué haré cuando quiera acostarse conmigo? ¿Qué le diré si quiere tener otro hijo? —indago para que mi madre entienda por fin la gravedad de esta situación en la que me han puesto.

Sin embargo, su respuesta no me tranquiliza. Todo lo contrario, solo me derrota.

—Serás su esposa y cumplirás con tu deber en todo el sentido de la palabra esposa.

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