CAPITULO 7. LA BODA

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Entro lentamente en la capilla, un lugar que solo visitaba los domingos con mis padres. El día me parece como cualquier otro, aunque mi corazón me grita que no es así, que a partir de hoy cambiaré. Mi vida cambiará por completo. Seré de ahora en adelante la señora de Magghio, una mujer hecha y derecha, una esposa y madrastra para un pequeño bebé. No tendré voz ni voto sobre esa casa, sobre ese hogar. Por más que intento recomponerme de esta tortura, no puedo evitar morder mis labios para no llorar. Recluida en el castillo de el Sombrío, el temor aprieta mi pecho y me impide respirar como se debe. El aire no llega con facilidad a mis pulmones y siento cómo me sofoco a cada paso que doy. Entretanto, la marcha nupcial comienza a sonar, pero para mí es una marcha fúnebre.

Entro a un funeral. Para ser más específicos, al mío específicamente. Hoy moriré y no sé cómo evitarlo.

—Sonríe, hija mía —pide mi padre, o quizá me ordena.

No dejo de pensar en el hombre que me amó horas antes, con aquel que perdí mi virginidad, esa que atesoré por años. Aun estando con Lucian por tanto tiempo, nunca me sentí cómoda o preparada para tal entrega, pero con este hombre, con mi futuro esposo, ¡no tuve miedo! Era como sentir que pertenecía a su lado de inmediato.

—No estés triste, las cosas son como son. Solo fluye con la vida. —Él parece pensar que me da el consejo de mi vida.

Quiero chillar, morderlo, golpearlo hasta provocarle el dolor que me ha causado al tomar la decisión de casarme con Darío Magghio. Algo tengo por seguro: ese sujeto que me mira con sus penetrantes y fríos ojos grises desde el altar, no es ni por asomo el hombre con el que hice el amor anoche.

¡Me importa que sean el mismo hombre! Dios, pierdo la cordura.

—No puedo —musito.

El nudo en mi garganta se hace más difícil de contener. En verdad quiero llorar.

—Lo harás, Tatiana. Lo harás. Simplemente sigue caminando, repite todo lo que el padre te diga y al final di que aceptas casarte con Darío. No es muy difícil, ¿o sí?

«¡Ay, padre, no tienes ni idea de lo difícil que es lo que me estás pidiendo!».

—Papá...

—Camina, Tati. Camina con la cabeza en alto. Es el día de tu boda. Estoy muy orgulloso de ti y de cómo has llevado tu vida.

—Papá... —Tal vez solo lo escucho yo. Quizá no dije nada y solo creí hacerlo.

Él sigue normal a mi lado y con mi brazo entrelazado en el suyo. En definitiva, va a entregarme a ese hombre.

—Que la bendición del padre te acompañe, que puedas darme nietos y puedas cumplir con todo el deber que tendrás al ser esposa de Magghio, el cual te corresponde a partir de ahora. Ya no eres una niña ni una adolescente. Aprenderás el verdadero significado del sacrificio y de la adultez.

Llegamos hasta donde el padre nos espera junto a Darío y a un joven que no conozco.

Con la reputación que Magghio tiene, no me extraña que nadie quiera estar cerca de él.

Los allí presentes son del pueblo, gente con la que me crie y a la que vi durante años. Todos quieren celebrar mi boda o presenciar mi condena.

—Le entrego mi hija, el más preciado tesoro que tengo, mi primogénita, la más inteligente y capaz de mis hijas. Espero que sepa que se está llevando a una gran mujer.

—Cumpliré con mi palabra. La cuidaré de ahora en adelante. —Darío me extiende su mano como si yo fuese a sostenerme de ella.

Levanto los ojos y lo miro, airada. Estoy enojada con él.

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