Los días transcurrieron sin ningún tipo de altercado, como si Darío y yo viviéramos de repente en una burbuja de amor, comprensión y cariño. Las semanas pasaron sin siquiera darme cuenta. Nos habituamos a levantarnos juntos al amanecer y hacer el amor como si fuese la primera vez; nos amamos a cada momento y disfrutamos de la compañía del otro. Vivo en un paraíso. Me enamoré de mi esposo sin proponérmelo o buscarlo. Un día desperté y no pude imaginarme una vida sin él a mi lado. Si que menos sin Dante, ese regordete y juguetón hijo que la vida me otorgó. Lloriquea o ríe para que lo cargue.
Sin embargo, no todo es felicidad en nuestro paraíso. A veces Darío se vuelve un hombre desesperante, angustiado y furioso, pues habituarse a que él ya no puede ver, a que debía depender de nosotros para ayudarlo a cada rato, lo irrita. En ocasiones se olvida de los modales, de la paciencia y la tolerancia. Llegó a tirar la toalla y lanzar lo que tuviera en sus manos. Se enoja con sí mismo y con la vida por no poder ver.
Mientras tomamos el café de la mañana en el balcón, mirando el amanecer, con Dante en mis brazos, siento unas náuseas atroces. Me levanto de la mecedora y le doy el bebé a Darío. Platicamos sobre Dante, quien está cerca de cumplir su primer año. Comenzamos a planificar lo que queremos hacerle, puesto que el primer año de un bebé es muy importante. Yo, que me siento cautivada y enloquecida de amor por mi nueva familia, y que daría lo que fuera por verlos felices, tanto a mi pequeño hijo y al hombre que amo, no paro de crear escenarios perfectos para que todos se sientan complacidos, felices y alegres de vivir bajo el mismo techo.
Echo a correr a toda velocidad y termino en el baño, con la boca del inodoro recibiendo cada una de mis arcadas. Luego de un rato, al sentir que ya no tengo nada más que expulsar, me levanto del suelo y me lavo la cara con abundante agua. Trato de refrescar el malestar que se ha apoderado de mí cuerpo.
—Amor mío, ¿estás bien? —Subo la cabeza y me encuentro a Darío parado en el marco de la puerta con Dante en sus brazos, el cual me mira curioso sin entender lo que sucede—. Te levantaste tan rápido... ¿Te sientes mal? ¿Vomitaste?
—Estoy bien, cariño. —Me tiro un poco más de agua y me lavo la boca para evitar el sabor horrible que se me quedó después de vomitar.
—¿Segura? ¿Quieres que llame a un doctor? ¿Prefieres que vayamos al hospital?
—No —contesto con rapidez—. No, amor, no te afanes con eso. Seguro que es un virus.
—¿Un virus? No estarás embarazada, ¿cierto? —inquiere justo lo que intentaba no pensar.
Sí, cabe la posibilidad de que lo esté. Siendo franca, una parte de mí se alegra ante esa idea, pero la otra... la parte racional, la parte lógica de mí, se pregunta si este es un buen momento para algo así. Acabamos de arreglar nuestras diferencias y comenzamos a confiar el uno en el otro. Darío me ha compartido sus ideas, me ha platicado sobre sus finanzas, me narró cómo Dawson y él se han encargado de mantener el negocio familiar por todos estos años desde que sus padres no han estado con ellos. Me habló de Donatella y de su infancia. Nos hemos compenetrado de una manera que siento que un hijo ahora podría resultar como una invasión a nuestro mundo.
Y me reprocho por eso. Me odio por no querer pensar en ello, por lo menos no mientras nuestra relación matrimonial apenas se suelda. El hierro aún está caliente y puede ser doblado por cualquier fuerza mayor. Necesito sentir que estamos fuertes, que somos lo suficientemente unidos y que podemos con todo. Deseo tener una familia y la deseo con Darío, con mi esposo. Sin embargo, no sé si él quiera lo mismo. Ya pasó por algo traumático con el embarazo de Arianna.
—No creo, cariño —sueno dubitativa y eso solo provoca que Darío se ponga a calcular.
Lo sé, lo veo por cómo su ceño se frunce más y unas leves arrugas surcan su frente.
—Tati...
—No lo digas —le interrumpo—. No debiste venir con Dante en brazos desde el balcón. Pudiste haberte caído con él. —Cambio de tema y lo doy por terminado. No quiero hablar de ello.
Seguro que es solo una indigestión.
—Puedo recorrer ese espacio sin tu ayuda ni la de nadie —masculla.
No quise incomodarlo, pero tampoco puedo dejar que haga eso con impulsividad sin pensar que puede caerse o tropezar con cualquier objeto o pared. Darío ha aprendido a moverse en la casa, más que todo en el segundo piso, ya que allí solo hay un pasillo, las habitaciones y el balcón que da al jardín, espacio que él conoce a la perfección y que esta semana nos hemos esforzado para que aprenda en dónde está cada uno de los muebles, columnas, esquinas y mesas esquineras, para así evitar un accidente y que él se sienta cómodo en su hogar, que no se sienta como un intruso o como un inútil, palabras que él mismo empleó para referirse a cómo se sentía días atrás.
—Dame a Dante. —Extiendo las manos y las coloco sobre la espalda del bebé—. Te amo. No seas un gruñón. —Le doy un beso en la boca y su cuerpo reacciona. Me abraza y me aprieta con suavidad.
—Hoy tengo deseos de tenerte solo para mí —me susurra, besándome una y otra vez.
—Ummm...
Cuando me besa, no puedo concentrarme en nada más. Sus labios son adictivos. Su sabor es mi perdición. Quisiera besarlo todo el día, darnos placer y acariciarnos cada parte del cuerpo.
—Si no se cuidan, terminarán haciendo un hermanito para Dante antes de cumplir dos meses de casados.
Me alejo despacio de mi marido y miro con una sonrisa a Dawson, que está al pie de la escalera. Nos observa con diversión.
—Solo estás celoso —manifiesta Darío con una sonrisa también.
Lo veo feliz y eso me llena de felicidad. Ha vuelto a sonreír. A pesar de las circunstancias y de su ceguera, Darío ha sonreído en incontables ocasiones. Según Donatella, tenía meses sin hacerlo. Desde que Arianna murió. No puedo evitar sentirme pletórica y orgullosa.
—¿Celoso? Me has dejado todo el trabajo a mí. Más te vale que te reintegres rápido para que yo pueda tener mi propia vida.
—¿Ya sabes cuándo te vas con Teresa? —cuestiono. Agarro de la mano a Darío y le indico cada escalón mientras bajo despacio para encontrarnos con Dawson. Poco a poco me he habituado a su relación con mi hermana. Ya no lo veo tan extraño ni abusivo.
—Hermano, ¿me permites a tu esposa un par de minutos? —indaga al tenernos enfrente.
Me paso a Dante de un lado, de la cadera a la otro. Empieza a pesar mucho para mí y más ahora que ha comenzado a caminar. Despacio, pero con muchos deseos de correr. Es hermoso verlo crecer y poder aprovechar esa oportunidad al máximo. Su amor es incondicional y sin medidas. Ese pequeño pedazo de carne con ojos y una mata oscura de cabello, me ama y me lo demuestra en cada abrazo.
Darío se tensa y sé que debo responder rápido. Quiero evitar malos entendidos a toda cosa.
—¿Qué quieres con Tatiana? ¿Por qué no lo puedes decir aquí?
—Es algo relacionado con su hermana. —contesta Dawson, me ve con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho ancho, igual que el de Darío.
—Lo que me quieras decir puedes hacerlo aquí con Darío. No tenemos secretos —le comunico.
Poso la mano libre en el brazo de Darío para que sepa que no oculto nada.
Aunque el pasado esté un poco saldado, sé que la situación con ambos hermanos es un poco dificultosa. Entiendo que debido a que soy su esposa y que tenemos unas semanas conociéndonos en realidad, es bastante complicado todo. Sé que para Darío, con su pérdida de visión y su inseguridad en nuestra relación, no debe ser fácil escuchar a Dawson querer hablarme en privado.
—Como gustes. —Sube los hombros, despreocupado
—¿Quién demonios es Lucian? ¿Por qué está asediando a Teresa? —espeta Dawson.
ESTÁS LEYENDO
Novia Fugitiva - DE VENTA FISICO EN AMAZON-
Teen FictionTatiana Mattew es ofrecida como pago a un hombre viudo para ser su esposa y así su padre poder pagar la deuda colosal que tienen con banqueros corruptos. Ella no desea contraer matrimonio, mucho menos con ese hombre al que todos apodan el Sombrío. T...