Veo a Darío de pie frente a mí. Lo noto cansado. Es increíble cómo el cuerpo humano puede reflejar tantos sentimientos en cuestiones de horas. No me fui por mucho tiempo, pero sí por el suficiente para poder entender y aceptar lo que debo hacer. Mis manos sudan, nerviosa. Estoy asustada y angustiada, pues la situación en la que me encuentro no es la idónea. Sus palabras se hundieron en mi cerebro, volviéndolo loco, mientras escuchaba cada una de sus acusaciones. La única que me afectó era el hecho de haber comparado a su ex esposa conmigo.
No soy como ella y jamás lo seré.
— Tatiana... —me llama. Veo que tiene intenciones de acercarse.
No puedo evitar sentirme pésima por la forma en la que estoy ahora mismo. Quiero golpearlo. Quiero que entienda que me ofendió. Con sus palabras puso en duda mi honestidad e hicieron mella en mi corazón.
—No, tú escucharás. Vas a escuchar todo lo que yo tengo que decir. Luego, si sientes que debes decirme algo, lo harás.
—Lo acepto. Estás dolida y créeme cuando te digo que...
—¿No oíste? —Camino despacio, me acerco a él e intento controlar mis nervios—. No digas nada, no lo hagas porque soy débil, porque aún no me has dado la oportunidad de conocerte y conocerme. No sabes que, cuando estoy triste o lastimada, si me interrumpes, me quiebro y comienzo a llorar.
—No quiero que llores. No es mi intención lastimarte. Si tan solo me escucharas un segundo...
—Siéntate. —No es una petición. Me ubico detrás de su silla y pongo las manos en sus hombros—. Te tengo, solo siéntate y escúchame.
Salgo de detrás del sillón. Mis pasos, aunque son lentos y precisos, resuenan sobre el suelo. Las sandalias que suponían ni siquiera debían de sonar, a cada paso, cada golpe de mi talón, de mis dedos en la baldosa, repican como si fuesen un tambor. Al parecer, mi corazón late tan deprisa, que todos los sonidos se intensificaron. Era el sentimiento de ser perseguida, quizá por mis propios demonios, porque no quería que él malinterpretara mis palabras, o tal vez porque de esto dependía que nuestra relación pudiera o no funcionar. Me siento frente al él, halo una silla y acomodo mis piernas. Nuestras rodillas casi pegan con suavidad. Su calor me hace cosquillas. Saber que no puede verme y tener conocimiento sobre lo destruida que estoy por cómo terminó el momento especial que íbamos a tener por fin después de habernos casado, todo se vio arruinado por su desconfianza.
—No me acosté con Dawson. No lo hice ni lo haré. No tengo otra forma de decírtelo y que lo entiendas, tampoco pretendo sonar inocente ni débil. Sé que no soy versada en estos temas de relaciones, pero quiero que sepas que nunca te traicionaría. —Tomo aire. Veo que él tiene las manos entrelazadas y que sus ojos me enfocan pese a que no pueda verme.
Su ceguera no me incómoda o me molesta. No siento pena por él, realmente no lo hago. Sé por lo poco que él me dejó notar y lo que los demás hablan de su persona, que no es un debilucho y es de armas tomar. Es valiente. El simple hecho de decidir hacerse cargo de su hijo después de la muerte de su esposa, dice mucho más de él que cualquier currículum vitae. Es fuerte y tendrá mi admiración por siempre.
—Estuviste conmigo la noche antes de nuestra boda —continúo, pero esta vez mi voz me traiciona y mis ojos se humedecen. Carraspeo para recuperar el control, mas es en vano—. Me llamaste libélula. Tu libélula. Me amaste y me hiciste el amor. Llegué virgen a tus brazos.
Darío aprieta los labios. Por un instante llego a creer que va a interrumpirme para decirme que no es cierto, pero se queda quieto y no pestañea. Está ahí, frente a mí, escuchándome sin objetar. No parece el mismo hombre que, sin camisa, en medio de la cama, me dijo que tuve una confusión entre hermanos aquella noche en el lago.
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Novia Fugitiva - DE VENTA FISICO EN AMAZON-
Teen FictionTatiana Mattew es ofrecida como pago a un hombre viudo para ser su esposa y así su padre poder pagar la deuda colosal que tienen con banqueros corruptos. Ella no desea contraer matrimonio, mucho menos con ese hombre al que todos apodan el Sombrío. T...