Capitulo 32. Sueño ligero

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—¿Estás seguro? —pregunta mi esposo.

¿Seguro de qué?

Parpadeo varias veces. ¿Estoy dormida?

Poco a poco recobro la memoria, los recuerdos me asaltan y llenan mi cabeza. ¡Me desmayé! Jamás me ha pasado algo así. Soy bastante fuerte, normalmente lo soy.

Recuerdo los brazos de Dawson cargándome como si pesara menos que una pluma, a preocupación de Darío...

«Teresa». Mi hermana llega a mi mente de repente.

«¡Lucian!».

¡Oh, no!

Intento abrir mis ojos, pero los muy malditos no cooperan.

—Hola, hermosa libélula. —Darío se sienta a mi lado. La cama se hunde suavemente bajo su peso—. Ve con calma. Todo está bien.

—Darío... —mi voz es ronca, mi lengua me pesa en la boca y siento una bruma en mi garganta, casi como si hubiesen pasado días desde la última vez que hablé—. Qué... ¿qué paso? —indago, aunque sé que mi último pensamiento consciente fue el desmayo, la cama y los hermanos discutiendo si debían o no llamar a emergencias.

Todo me resulta tan confuso.

Me estremezco bajo la sábana. Termino de abrir los ojos todo lo que los párpados pesados me permiten.

—Estás en la clínica, amor. Te desmayaste. Me has dado un susto de muerte. Por un momento creímos que te habías dormido, pero cuando Dawson intentó despertarte... ¡Dios! Casi me matas del terror.

—Lo sie-siento, cariño mío —murmuro, débil—. ¿Qué me paso? —Pestañeo varias veces seguidas. Mi cuerpo está débil, lo siento por cómo se estremece y tiembla por el simple viento que entra por la puerta abierta.

—Tienes anemia —contesta mientras se pasa la mano por el cabello. No me mira, no lo hace porque a fin de cuentas no puede verme.

Observo la puerta por donde entra una corriente de aire frío. Dawson no está cerca y no quiero incomodar a Darío, el cual sé que se levantará e intentará cerrarla, pero no conoce este lugar. Lo que menos me apetece es hacer que se sienta inútil, como él suele repetir, dada su condición.

—¿Anemia? —Nunca he sido una mujer enferma. No tengo problemas para comer ni para tomar vitaminas.

—Si, bella. El médico ha sido muy amable y te ha recetado algunas vitaminas para que consumas. —Su tono de voz y la manera en cómo se retuerce las manos con nerviosismo, me dan a entender que algo le sucede.

Me incorporo como puedo en la cama, hasta que logro pegar la espalda en el cabezal. Tengo una intravenosa colocada en la mano derecha. ¿Tan mal estoy que es necesario canalizarme?

—Darío —coloco mi mano canalizada sobre su hombro y hago que se gire hacia mi voz—, ¿qué sucede, amor? Te noto pensativo... distante.

—Todo está bien, hermosa. —Sonríe, pero el gesto no llega a sus luceros, lo cual hace que me preocupe aún más.

—¿Y por qué siento que me ocultas algo? Ya pasamos de escondernos las cosas, cariño. ¿Por qué no me dices de una vez qué es lo que te molesta? —Pienso en la desesperación que debe haber sentido cuando me desmayé al no poder hacer nada. Dawson tuvo que ayudarlo. Gracias a los ángeles que su hermano, a pesar de todas sus diferencias, no se ha ido de su lado.

—Nada. Es en serio, nena. No pasa nada. Descansa, es lo único que en este momento debe preocuparte. —Se levanta, despacio.

—¿Adónde vas? —sueno más alarmada de lo que deseaba.

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