CAPITULO 4. MI DESCONOCIDO

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Salgo de la habitación después de haber acostado a Teresa, de haberla escuchado y prestado la atención que debí haberle dado hace un mes. Jamás dejaré de recriminarme por no haberme percatado de los pequeños detalles, de esas miradas cruzadas, de esos movimientos involuntarios, del recelo y el odio que tenía mi hermana hacia mi ex novio. Ahora lo sé.

Quiero que el mismo infierno me trague y me lleve por pecadora, ya que no me puedo imaginar lo que ese hombre pudo haber hecho si no hubiese llegado al lago ese día, si no hubiera llegado a tiempo.

Teresa me narró que esa tarde, pasadas las seis, estuvo tirando piedras en el lago mientras pensaba en cómo largarse del pueblo. Sentía que este lugar no estaba hecho para ella. Me dijo cómo Lucian intentó besarla en varias ocasiones. Ella, tomándolo con calma, le pidió que dejara de hacerlo, pues él estaba conmigo y, más que nada, ella nunca tendría este tipo de interés por él. Llegué poco tiempo después, justo cuando se lo quitó de encima. Lucian aseguró que ella lo provocó. La rabia en mí crece a cada segundo.

Según él, por culpa del alcohol, se abalanzó sobre Teresa e intentó aprovecharse.

Se me parte el alma al imaginar el rostro de mi hermana, compungido y adolorido, junto al pensamiento recurrente de las manos de Lucian sobre su cuerpo. Una imagen que nunca podrá ser borrada de su cabeza.

Ella no tiene la culpa por haberme metido con un degenerado.

Mi hermanita no me mentiría. Si ella dijo que él lo había intentado antes, es porque así lo hizo.

Salgo de la casa. Necesito aire fresco.

Camino sin darme cuenta por las calles oscuras del pueblo. Me puse nada más que el vestido y el frío me eriza por completo.

Me arrodillo a orillas del lago di Tenno. No me importa nada si me mojo los pies o mi ropa. Esta noche quiero desaparecer. Mañana contraeré matrimonio con un hombre oscuro y desconocido, uno que lleva una carga y no es su hijo; es su esposa muerta y el dolor que esto debe ocasionarle.

Escucho un ruido en uno de los arbustos y me levanto con rapidez. Casi no veo nada, solo la luz de la luna ilumina con pequeños destellos los alrededores. Vuelvo a oír el murmullo, pero esta vez acompañado de pasos.

—¿Quién anda ahí? —interrogo de inmediato.

Conozco a todos en Canale di Tenno, incluso más allá del pueblo. Puedo decir que podré reconocer una que otra cara.

—¿Hola? —repito cuando veo que nadie me responde.

Me cruzo de brazos, abrazo mi pecho e intento sosegar mi rápido palpitar del corazón.

No me gustan los juegos.

Siento que alguien me observa.

Me aterra la idea de que sea Lucian. No puedo evitar pensar que él puede arremeter contra mí por el golpe que le di. Es que la rabia fue insostenible.

—Quién quiera que seas, sal de inmediato. Déjate ver. —Mi seguridad comienza a esfumarse y eso se transmite en mi voz.

Sé que mi hermana echaría a correr del lugar. Eso sería más inteligente. En cambio, mis pies parecen no querer obedecer la orden que les envía mi cerebro.

Un hombre sale de detrás de los arbustos y camina despacio hacia mí.

Está descalzo, lo sé porque lo evalúo con recelo. Lleva una camisa, la cual, por la oscuridad, no puedo saber si es oscura o no. Es alto, mucho más que yo, incluso más de lo que es Lucian.

Se acerca como una gacela y yo no muevo ni los orificios de la nariz para respirar.

En serio deseo esfumarme del lugar.

Este hombre parece peligroso, oscuro, tentador.

Su aroma a bosque y canela llena mis fosas nasales.

Algo palpita dentro de mí y me hace querer tocarlo. No solo eso, también saborearlo.

¿Qué me sucede? ¿Un desconocido del que ni siquiera distingo el rostro, me hace querer besarlo sin siquiera hablar? Creo que mi noche es peor de lo que imaginé.

—Muy tarde para que una joven mujer esté en el lago. —Su voz... ¡Oh, qué voz!

«El seductor tono de un locutor de noches sensuales». No tengo idea de dónde ha salido ese pensamiento, pero es la verdad.

Deseo al instante tenerlo en el oído susurrándome palabras llenas de placer y deseo.

—No soy tan joven —me justifico para quitarle peso a sus palabras—, sé defenderme, así que ni se le ocurra acercarse más.

—No pretendía asustarte —me tutea. Siento cómo mis rodillas quieren dejarme caer.

Pero ¿quién es este hombre? ¿Por qué tiene una vis tan peligrosa?

—No me asustó.

—Te vi levantarte como si hubiera cien cangrejos en tu culo.

Mi boca comienza a resecarse.

¿Son ideas mías o ha dicho «mi culo»? Es la única parte que logré entender.

—¿Vienes seguido aquí? —curiosea mientras da otro paso hacia mí.

Sigo estática en la orilla del lago con mis brazos cruzados y mi corazón desbocado a punto de salirse de mi pecho. Tengo un zumbido constante en mis oídos. Aun así, no corro. No puedo dejar de mirarlo.

—Casi todos los días vengo a este lago. Me sirve para olvidar.

—¿Qué quieres olvidar?

No sé por qué he dicho tal cosa. Es una falacia. O quizá no.

¿Por qué vengo al lago? Es el único lugar donde nadie me molesta, ni me juzga, ni me controla. El espacio donde puedo ser yo y nadie decide por mí. Tengo dos noches viniendo aquí, dos noches seguidas en las que me siento y espero por el amanecer para ver el sol reflejado en las montañas; posa sus rayos en el agua fina y delicada. Me quedo aquí hasta que el frío me hace regresar.

Vine antes esta noche en particular.

—No sé cómo terminé hoy aquí —admito—. Vengo casi todas las noches. Hoy... hoy me enteré de algo y tal parece que de igual manera terminé aquí sin proponérmelo.

El hombre da un paso más. La luna alumbra sus facciones, no mucho como para verlo con claridad, pero sí lo suficiente para notar que lleva barba y que sus ojos son claros.

—¿Y tú vienes mucho? ¿Eres de por aquí? No creo conocerte. —No es que sea la más observadora, mas no hay un solo habitante en este pueblo que no reconozca, incluso sin luz.

—Soy de un lugar cercano, pero mi corazón pertenece a este lago.

—No creo haberte visto, y vengo casi cada día. —susurro. Mi voz se ha visto cautivada por su cercanía. Nos dividen solo dos pasos, puedo casi tocar su pecho y sentir su calor.

No sé qué me sucede, pero este hombre despertó algo en mí que jamás sentí antes.

—Parece que no estábamos destinados... hasta ahora. 

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