CAPITULO 6. UN DESCONOCIDO CONOCIDO

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Despierto con un dolor horrible y el cantar de un ruiseñor madrugador.

Poco a poco mi consciencia cae en cuenta en mi noche anterior.

—¡Ay, Dios! —murmuro al levantarme de la grama verde, que está humedecida por el amanece. Me observa, chismosa.

Miro a todas partes. No hay moros en la costa.

Me acomodo el vestido, el cual casi me dejaba ver un pezón.

¿Qué demonios hice?

Mis sandalias están a un lado puestas con delicadeza. Me las calzo sin pestañear.

¿Habrá sido un sueño? ¿Un sueño hermoso, pero no más que eso? ¡Un sueño de fantasías y deseos cumplidos!

Mi curiosidad puede más que mi pudor, así que, sin pensarlo, separo un poco las piernas y paso mis dedos por mi vulva.

¡Mojada!

¡Mierda, mierda, mierda!

¡Me acosté con un desconocido en el lago!

Pero ¿en qué pensaba?

«En su voz seductora y en el palpitar acelerado de mi corazón». Mi consciencia siempre llega cuando ya es tarde.

—¿En dónde estuviste anoche cuando entregué mi virginidad a un desconocido? —reclamo en voz alta.

Parezco demente, pero ¡es que me siento una!

El sol apenas sale. No deben ser más de siete de la mañana; mi madre debe estar sirviendo el café y los panes recién hechos.

Va a matarme.

Me paso las manos por el cabello, que está desarreglado y lleno de hierba. Me la quito deprisa mientras comienzo a caminar hacia mi casa. Como por arte de magia, llega a mi mente mi futuro esposo: su mirada fría y acerada.

¡Hoy es mi boda!

Suelto la delicadeza y emprendo la huida, desesperada, corriendo a mi hogar para ducharme e intentar pasar desapercibida. Corro a través de los árboles, quienes parecen juzgarme. Las ardillas me ven, furibundas. Los pájaros cantan una melodía de prejuicios e infidelidades.

¡Debo de estar volviéndome loca!

Ya no soy virgen.

Recuerdo sus manos sobre mi piel, sobre mi sexo, dentro de mí. No puedo evitar cerrar los ojos con nerviosismo al recordar cómo ese hombre desconocido me amó como nadie lo había hecho. Dadas mis circunstancias, como nadie más lo hará.

Él me amó con el corazón y el alma.

Me entregué...

¡Oh, no! ¿Cómo es posible entregar el corazón a un hombre que ni siquiera vi por completo?

«Mira las estrellas, libélula. Míralas y admíralas —me susurró después de hacer el amor. Me abrazaba y mantuve la cabeza sobre su pecho—. Si pudiera alcanzar al menos una, sería tuya.

No puedo creer que haya hecho el amor contigo —le había dicho. Me debatía entre la euforia y el miedo—, ¡y sin protección! Debo estar perdiendo la cordura.

—No —me frenó él—, no digas nunca eso. No has perdido la cordura. —Besó mi coronilla, dejó sus labios unos segundos y aspiró mi aroma—. Cuando dos almas se pertenecen, se identifican de inmediato. Aunque la mente se resista, el corazón todo lo sabe.

Y así me tranquilicé, hasta que me quedé dormida entre sus brazos».

—¡Por el amor de Dios, mujer! —gruñe alguien.

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