Capitulo 29. Hacer el amor

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Sus manos acarician mi cuerpo y sus labios recorren mi cuello para transportar mi ser a un lugar donde solo existimos él y yo. Deseaba esto tanto como respirar. Deseo a Darío. Lo quiero dentro de mí mientras susurra mi nombre y me ama como lo hizo en el lago.

—Eres hermosa. —Besa uno de mis pechos; su boca es como cielo.

Sus palabras me resultan chocantes, pues él no puede verme.

Me chupa y me saborea. Muerde ligeramente mi aureola y mi cuerpo vibra seducido por la humedad de sus labios.

—No me ves. —Sonrío con timidez.

Por fin estoy con Darío, sin reservas, sin mentiras de por medio. Confiamos el uno en el otro.

—Que no te pueda ver ahora no significa que no sepa cómo eres, que no sienta tu cuerpo y tu piel junto a la mía. Eres perfecta para mí. Si me dejas amarte... si mi ceguera no...

—Estaré aquí, ya te lo dije hace un rato. Si tú me quieres en tu vida, no tengo intención de dejarte.

—Te quiero en mi vida, Tatiana —susurra. Una de sus manos baja por mi vientre para dejar a su paso mi piel erizada y deseosa de que me acaricie allí donde se esconde mi placer.

—Vas a volverme una demente. —Beso su cuello.

Su espalda tiene vellos escasos, finos, tan finos como pedacitos de hilos de coser. Su pecho también los tiene, quizá en menor cantidad.

Se lanza a mis labios. No sé cómo es posible que con solo tener su cuerpo a mi lado lo sienta en todas partes. Me gusta. ¡Me encanta!

—Nunca demente. Te haré ver las estrellas. —Sus dedos comienzan a acariciar mi sexo.

Mi clítoris erecto y grueso, está elevado, hambriento y feliz de la atención que los dedos conocedores de Darío le prestan.

—Es magia —murmuro. Casi no reconozco mi propia voz.

—Aún no sabes nada, preciosa. La magia está a punto de llegar.

Su voz es como un afrodisíaco. Me envuelve y me seduce.

Lo rodeo con mis brazos y lo aprieto contra mí. Separo mis labios aún más y suavemente atraigo su boca, al igual que su lengua para que se adentre más y el placer sea aún más intenso. Él se mueve como me encantaría que lo hiciera dentro de mí. A la vez que me besa, sus dedos intensifican la caricia en mi clítoris. Me deshago bajo el toque de sus manos.

Sus manos son un transporte al paraíso, directo hasta el cielo.

Estamos desnudos sobre la seda de la sábana. La cama me resulta cómoda y tan suave, así como las manos de Darío, aunque puedo sentir la fuerza que esconden esos brazos. Nada nos cubre, solo somos piel contra piel. Nos arrancamos la ropa deprisa. Por la fuerza y el deseo que nos sobrepasa, todo está esparcido en el suelo. Tiramos cada prenda sin pensar en dónde cayó, pues nos apresuramos demasiado al entrar en la habitación.

—Sigue, por favor —le ruego cuando siento que me acerco más al clímax—. Por favor...

No sé de mí y lo que quiero. Lo único que tengo por certeza es que deseo a Darío. Es a él a quien quiero, en quien pienso.

Lo único que puedo concebir en este momento es saborear cada parte de su cuerpo.

—Tranquila. —Me remuevo entre sus manos, hasta que logró salir de debajo de su cuerpo—. ¿Qué haces?

—Quiero más de ti. Quiero probarte. —Mi sexo grita por su tacto, pero lo ignoro.

Necesito esto: darme por completo, acariciarlo y saciar cada parte de mí que necesita de él. Explorar aquello que no pudimos explorar por no tener tiempo. Esta es la oportunidad de ambos para disfrutar de nuestra alianza.

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