Capitulo 14. La llamada

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No espero la respuesta de Darío, salgo de la habitación a toda prisa. Mis pasos suenan en la baldosa. No sé a donde me dirijo, no me interesa, solo quiero llegar a casa de mis padres. Necesito hablar con Teresa antes de que cometa una estupidez, una mayor, porque el simple hecho de considerar casarse con Dawson es absurdo y una muy mala decisión. Y pensar que por un corto lapso de tiempo creí que con él era con quien pasé la noche.

—¡Tatiana! ¡Espera! —la voz de Darío resuena en todo el lugar.

Termino de bajar los escalones y me giro un segundo para verlo.

—¿Qué? No irás a decirme que ellos son libres de casarse con quien deseen, ¿verdad? Porque si es eso, déjame ahorrarte la saliva. ¡No dejaré que Teresa se case con tu hermano!

Baja los escalones, despacio. Su tranquilidad me ofende y me hace desear pegarle. Al llegar frente a mí, me mira con una sonrisa de lado. Nunca sonrió ante mí, no hasta ahora.

—¿Qué pasa? ¿Te sientes bien? ¿Te está dando un derrame cerebral? —le pregunto, sarcástica.

—Tu voz chillona casi lo logra, pero no. No me está dando un derrame. En cambio, me siento bastante bien, incluso mis deseos de irme por unos días han menguado considerablemente. —Da un paso más hacia mí. Me quedo en el mismo lugar, la confusión no me deja ejecutar movimiento alguno.

No sé si es el brillo en sus ojos, ese color gris que en ocasiones está opaco como las nubes del cielo antes de llover y otras veces está tan claro como el agua del mar.

—Invades mi espacio —susurro, nerviosa.

—No voy a morderte. —Sonríe más.

—¡¿Qué diablos te causa tanta gracia?! —estallo.

Pongo las manos en mis caderas y doy un zapatazo en el suelo.

—Pareces una furia, una sirena enojada.

—No soy una sirena —replico.

—Pero lo pareces.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué te acercas como si tus intenciones fueran otras y cuando ves que voy a ceder, te alejas? ¿Acaso no te gusto? ¿No me encuentras atractiva? —De verdad empiezo a hartarme de este jueguecito que tiene. No puede estar tan cambiante y tan explosivo. No puede mirarme como si fuese el más delicado tesoro, luego abrir la boca y alejarse como si yo tuviese la peste negra.

—¿Quieres llamar a tu hermana antes de salir de aquí como una desquiciada?

Le miro, furibunda. Es absurdo que siempre cambie de conversación, que me deje así, sin respuestas. De alguna manera, las voy a obtener. Desde luego que no voy a rendirme. Quiero vivir con alguien que no tenga miedo a amarme, a entregarse, a quererme sin medidas. No quiero nada a medias. No me siento capaz de estar con una persona que una noche me ame como a ninguna y al día siguiente me borre de su cerebro.

¿Acaso pensó que yo era una fulana? ¿Será que en verdad no sabe que pasó la noche conmigo?

No pude haberlo imaginado. No es un producto de mi imaginación. No es un cuento creado por mi cerebro para sobrevivir al matrimonio con un desconocido.

Me toqué, me sentí... sentí la humedad entre mis piernas.

Incluso anoche, en lo poco que pude conciliar el sueño, tenía dos pensamientos recurrentes: la escena del balcón, Darío jalándome para que me alejara y las manos de ese hombre sobre mi cuerpo, dentro de mí y sus besos en mi cuello.

Dios, ¡si todavía me pone la piel de gallina y me hace palpitar el vientre!

—Toma. —Saca su celular de último modelo, un apartado con cuatro cámaras y del tamaño de un cuaderno—. Llámala y dile que quieres verla. Si deseas que venga a vivir aquí para mantenerla vigilada de algún modo, hazlo. Si alguien decide casarse, aunque tú le hables y le bajes el cielo, no creo que puedas evitar que lo haga.

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