Capitulo 19. Preocupación

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Me acomodo en el departamento que alquilé solo por esta semana, el cual está ubicado en el mismo centro de la ciudad, cerca de la clínica donde me realizaré la operación dentro de unos días. Está pautada para salir rápido. Si el cuadro médico sale bien, dentro de una semana estaré de vuelta en el castillo Magghio. Procuro ser lo más optimista posible, aunque sé que las posibilidades de joderme son mayores que las de salvarme. Debo intentarlo, pues no me siento yo mismo olvidando detalles. No puedo pensar en qué sucederá cuando mi hijo dé sus primeros pasos, cuando vaya a la escuela por primera vez y el día que le toque hacer su función de música o de artes. Deseo estar allí. Además, no quiero olvidarlo u olvidar el color de sus ojos o cómo sonríe. El problema de esta deficiencia en mi cerebro es que se agravará y empeorará con el tiempo. Dentro de algunos años el pronóstico es afectar mi memoria a corto plazo. Los detalles del día a día pasarán a ser más que un sueño y un borrón en mi memoria. No puedo permitírmelo. No puedo alejarme tanto de la realidad. No quiero ser un estorbo para mi familia... y mi única familia es mi hijo Dante.

Hace meses que no considero a mi hermano parte de mi familia. Él está ahí y mi corazón me grita que lo perdone, pero no puedo hacerlo, no me permito hacerlo. Al mirarlo a los ojos, lo único que puedo ver es su traición.

Me siento en el balcón. Agarro el celular para llamar y verificar cómo está Dante.

Ese pequeño bambino es lo único que me espera en casa, feliz y contento de verme. Solo por él hago las cosas que hago. Solo por él me someteré a esta cirugía para darle un mejor futuro y no tener que dejarlo en manos de alguien en quien no puedo confiar ni creer. Alguien como mi hermano. Es por eso que decidí casarme de nuevo, pero haciéndolo consciente, sabiendo que en las mujeres no se puede creer, mucho menos cuando estas tienen rostro angelical y perfecto. Preferí casarme sabiendo que el amor no está involucrado. Lo hice con una persona en quien podré creer y que cuidará a mi hijo, con ayuda de Donatella, por supuesto, porque sé que esa señora es lo mejor que pudo quedarme después de la muerte de mis padres.

—Castillo Magghio —responde Donatella con el primer timbrazo.

—Hola. ¿Cómo va todo? —Me siento cansado por el viaje y la vida. Paso la mano por mi rostro para intentar despertarme. Mis ojos quieren cerrarse y dejar de colaborar.

—Señor Magghio, ¿qué tal su viaje? —Ella es la única que sabe para qué he subido al centro del país. Tiene órdenes de no comentarlo con nadie más.

—Bien. La cirugía se hará pasado mañana.

—Todo saldrá bien —suelta después de un largo silencio.

Para Donatella, nosotros dos somos como sus hijos, los que nunca pudo tener. Eso lo valoro y lo aprecio. Esa señora de pocas palabras es la única que no me ha dejado, no porque yo fuese el mejor hombre del mundo después de descubrir la infidelidad de Arianna, sino porque ella me soportó, me entendió y me enseñó que mi hijo no tenía la culpa de las desgracias que estaban a su alrededor. Un hijo jamás tendrá la culpa de haber nacido ni de ser hijo de sus padres. Los hijos no tienen la facultad de escoger a sus progenitores, si que menos de elegir la situación económica o sentimental en la cual nacer.

—Esperemos que sea así. —Suspiro—. Si algo llegara a pasarme...

—Nada va a pasarte, Darío —interviene—. Estoy harta de escucharte con ese pesimismo. Tienes que revestirte de confianza. No vas a morir en esa mesa. —Soltó ese respeto y lejanía que habíamos creado desde la muerte de Arianna.

—No lo sabes.

Ambos salimos perjudicados y afectados por la muerte de alguien que solo fue capaz de hacerle daño a quienes la querían.

—Tampoco sabes si morirás. Nadie sabe eso, niño. Nadie sabe cuándo dejará este mundo. Sí, te harás una cirugía delicada, lo sé, temo por tu salud, pero confío en el Todopoderoso. Saldrá bien, ya verás.

—Esa confianza es la que no tengo por más que quiera ser positivo. El cuadro que me ha dado David no es bueno. Puedo quedar ciego, incluso...

—Tu hijo está bien y tu esposa también. Salió a donde su hermana. La mandé con Serafín. Creo que algo la preocupa. Ella es un poco... callada.

—Gracias. —Sé que ella cambió el tema a propósito y no puedo más que agradecerle por eso.

—No te atormentes por lo que no puedes controlar, no sirve de nada.

Si existe una persona capaz de tranquilizar mi consciencia, es Donatella Mognon.

—¿Qué tal ves a Tatiana? —Desde anoche quise preguntarle, pero me limité a hablar con Dawson sobre su viaje a Suiza. Los negocios que tenemos allí ameritan la presencia de uno de los dos en esta semana. En vista de que yo debo someterme a la cirugía, el único que puede sustituirme es él.

—¿Qué quieres saber, Darío? ¿Te preguntas si fue una buena opción como esposa? Deberías dejar de pensar en esa chica como un objeto desechable.

—No creo que ella sea un objeto —me defiendo, molesto, mientras subo los pies en el ottoman negro frente a mí.

La decoración del apartamento es escueta. Los tonos grises abundan en la estancia y no puedo afirmar si es así en la habitación, pues no he entrado en ella.

No creo que me sorprenda nada aquí. Las paredes parecen pintadas por un daltónico.

—Hablas de ella como si lo fuera. ¿Qué opinas de Tatiana? —simula mi voz—. ¿Crees que sea buena madre para mi hijo? ¡No seas ridículo, Darío! Y eso que eres muy inteligente.

—No me hables así.

—Estoy harta de verte dar palos a ciegas. No puedes vivir por el mundo como si nada te importara. No es justo que arrastres a esa pobre mujer a un matrimonio que no le dará felicidad.

—Soy un buen partido.

—Un buen partido mi trasero. No te veo comprándolo.

—¡Donatella! —exclamo, sorprendido por tales palabras. ¿Desde cuándo esa mujer me habla así?

—No estás viendo lo que tienes ante tus ojos. Entre ustedes dos hay algo más, una conexión que nunca te vi tener con la señora Arianna, que en paz descanse su alma.

Me agarro el puente de la nariz e intento contener el deseo de gritarle que el alma de Arianna debería estar ardiendo en la lava del infierno. Pero me contengo. Donatella es una señora adulta y de creencias religiosas muy arraigadas. De nada me sirve expresar mi odio y rencor a alguien que ya no está en este mundillo.

—Tengo que hacer la merienda. Llama luego para que hables con tu esposa, así dejas de preguntarme qué me parece.

—¿Quién eres y qué hiciste con Donatella? —le pregunto entre risas.

—Esto es lo que te toca, asúmelo. Así seré contigo de ahora en adelante. Ya es tiempo de que dejes esa fachada de hombre duro y sin sentimientos, cuando ambos sabemos que te preocupas más por todo que cualquiera.

—Hasta luego, Donatella. Dale un beso a mi hijo.

—Descansa, Darío. —Cuelgo.

Siento que mi preocupación ha cesado un poco. En momentos así, como este que atravieso, es cuando en verdad nos damos cuenta con quienes contamos.

El sonido de la puerta me espanta un poco. No espero a nadie y tampoco le dije mi ubicación a Donatella. Me dirijo al recibidor con el pensamiento de que puede ser uno de los vecinos del edificio. Aunque solo estaré aquí una semana, o eso pretendo, no quiero que toquen mi puerta pidiendo azúcar o sal.

Lo mejor es decirle al vecino que se largue y no vuelva a tocar.

No tengo intención de hacerle buena sangre a nadie.

Abro la puerta y casi suelto una maldición al ver a la persona que está frente a mí.

—Hola, hermano. ¿Pensaste que ibas a atravesar esto solo? 

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