Capitulo 20. Dawson Magghio

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—¿Qué haces aquí? ¿Quién te dijo dónde encontrarme? —le pregunto con un pie en la puerta, impidiendo que él entre.

—¿Crees que eres el único que puede localizar a las personas, hermano? —Esboza esa sonrisa que era capaz de convencer a nuestra madre de cualquier cosa cuando éramos pequeños.

Hace muchos años dejamos de ser esos niños que retozaban en el castillo. Ya somos adultos, dueños de nuestras propias decisiones y culpables de nuestros propios errores.

—Hay formas de localizar a tu gemelo, ¿o se te olvida todo lo que hicimos en nuestra adolescencia? Ahora vienes con tu santidad, siendo el más correcto de todos, creyéndote superior, como si tú no fueras capaz de cometer errores. ¡Todos cometemos errores!

—Vuelvo y te pregunto: ¿qué haces aquí? ¿Qué diablos quieres? —Ignoro cómo torna la situación a su favor.

No me interesa que quiera disculparse, es tarde para arrepentimientos. Si a lo mejor hace meses él me hubiese dicho que estaba interesado en mi esposa, quizás era probable que yo pensara todo de manera distinta. Si él hubiese sido sincero y me hubiese dicho que cometió el error de acostarse con ella, porque estaba bajo la influencia del alcohol, lo hubiera perdonado, tal vez no al otro día, ni aún en una semana, pero sí lo habría hecho. En cambio, esperó dos días a que yo regresara de viaje y fue Arianna quien me lo confesó, graciosa y realizada.

¿Qué tanto daño le causé a mi esposa para que hiciera algo así y se sintiera satisfecha por lo cometido?

No estoy para juegos. Mi humor está para yacer recostado, con los ojos cerrados y a la espera de la sentencia. Es absurdo pensar que en un momento así puedo reírme de los chistes de alguien que me clavó un puñal por la espalda. No, no fue por la espalda, fue en el mismo frente, en mi cara: se acostó con mi mujer. Ahora viene con su sonrisa lobuna y sus ojos brillantes queriendo ser el hermano que no fue hace un tiempo.

—No vas a hacerte una cirugía y a despertar solo en la habitación de un hospital. No me importa cómo esté la situación entre tú y yo. No voy a dejarte solo, Darío.

—No te necesito ni te quiero aquí, así que, con las mismas ganas que has venido, puedes largarte ahora mismo antes de que te cierre la puerta en la cara

—La puedes cerrar mil veces y de igual forma estaré aquí afuera hasta que mañana decidas salir. Volveré al otro día si es necesario y al día siguiente. —Se introduce las manos en los bolsillos y sube los hombros, despreocupado—. Sin embargo, si me permites acompañarte en la cirugía, es probable que podamos solucionar lo que tenemos pendiente.

Casi le escupo en el rostro las palabras que durante meses he guardado, no en mi corazón, más bien en mi mente, en mi consciencia, pues mi corazón hace mucho dejó de latir por mi hermano. Hace meses que ya no pienso en él del mismo modo.

¿Cómo es posible que alguien que es tu mitad, quien más te entiende, sea capaz de traicionarte por un culo? ¿Una mujer vale tanto la pena como para destruir la relación con tu familia? ¿Con tu único hermano?

—¿Lo que tenemos pendiente? Tú y yo no tenemos absolutamente nada pendiente, Dawson.

—Es tiempo de que superemos lo de Arianna.

Dejo salir una carcajada, más de dolor que de felicidad.

—¿En serio crees que hablando después de más de un año vamos a superar esto? ¿Crees que después de haberte cogido a mi esposa vamos a superar una situación así? —le cuestiono, airado.

Ya no aguanto más su descaro y su desvergonzada aparición. Su cercanía, su deseo de ser perdonado, me provoca golpearlo. Guarda silencio. Se dedica a observarme con sus manos dentro de los bolsillos; su actitud es despreocupada. Está frente a mí como si habláramos del clima. No me quito de la puerta, tampoco me muevo ni un segundo, ni un milímetro, ni a derecha ni a izquierda. No voy a darle el espacio para entrar el apartamento, porque Dios sabe que no sé de lo que soy capaz si lo dejo pasar. He intentado aguantar durante todos estos meses por mi hijo y por Donatella. Ge controlado mi ira y la vergüenza que me provocó ante los mismos sirvientes del castillo que se percataron de su amorío de unas horas con mi mujer.

—Espera —le digo al ver que no suelta palabra alguna—, deja ver si lo entiendo. Llegas aquí, te paras en la puerta y me dices que quieres estar en mi cirugía. No voy a preguntarte cómo te enteraste, ya no lo haré. No obstante, llegas y pretendes que los días antes de recostarme en una mesa, anestesiado, sin saber si voy a despertar, voy a ponerme a discutir sobre mi difunta esposa contigo. ¡¿Qué está mal contigo, maldita sea?!

—No sabes lo que vaya a suceder en la cirugía —masculla.

—¿Vienes por eso? ¿Por temor a que me muera y no te perdone? ¡Te quito la culpa, entonces! —agrego la última parte lleno de sarcasmo—. Vete en paz y tranquilo. Te tiraste a mi esposa, pero ya te he perdonado.

Un movimiento captura mi atención y me quedo atónito al ver que en la mejilla de mi hermano se desliza una lágrima con lentitud.

—Eres un idiota. Lo he intentado. Durante meses lo he intentado. He tratado de obtener tu perdón y te lo he rogado de todas las formas posibles. —Me quedo en completo silencio. Las palabras no me salen, solo me quedo estático en medio de la puerta—. Me odiaré el resto de mi vida por lo que sucedió con Arianna. Yo, y nadie más, soy el responsable de su muerte.

—Dawson... —Algo dentro de mí se agrieta y quiero acercarme a él, mas no sé cómo.

—Ella se lanzó de ese balcón por mi culpa, te fuiste tras ella por mis malas decisiones y ahora... —Su voz se rompe y determino las lágrimas que caen de sus ojos grises, iguales a los míos—. Ahora te someterás a una cirugía para intentar solucionar lo que yo arruiné. Te entiendo. Te juro que entiendo cuando dices que no puedes perdonarme, ni yo mismo puedo hacerlo.

—Hermano...

—No, está bien. Lo entiendo. Rezaré por ti y esperaré a que me llames cuando te recuperes. —Se gira.

Veo el peso en sus hombros, el dolor que él ha cargado por tanto tiempo desde la muerte de Arianna. Solo me preocupé por lo que sentía, por la salud y el cuidado de mi hijo. Jamás pensé en Dawson. Mi hermano es la representación de la jovialidad y desenfreno, sin pensar nunca en lo que los demás puedan pensar de él, sin detenerse a considerar si sus acciones afectarán las vidas de otros, sin calcular el grado de estupidez y de impulsividad al momento de tomar una decisión. Mi gemelo es todo lo contrario a mí. Por tal razón, me es doloroso verlo así, tan roto, tan perdido... tan yo.

—Sabes... —está de espaldas con la mirada fija en el pasillo por el que llegó, el único que da a mi apartamento, el cual está ubicado en el último piso del edificio— lo he intentado. Te juro que no hay un día en el que me arrepienta de haberme acostado con Arianna.

—Creo que te vendría bien un trago. —Me hago a un lado y le dejo espacio para que entre.

Me observa de reojo sin moverse. Ni yo mismo sé por qué cambié de parecer. Lo único que siento es que no quiero entrar a la sala de cirugías sin darle la oportunidad a mi hermano para que hablemos.

—Si no lo quieres, tomaré por los dos —comento al ver que sigue sin entrar.

Y con sus razones.

Con la rabia que he guardado durante todo este tiempo, lamentándome por la muerte de Ariana, no quiero estar a solas conmigo mismo. Camino para darle la oportunidad de decidir, de pensarlo. Me sirvo un trago de Evan Williams que mandé a poner en el congelador antes de llegar a la ciudad. Siempre he sido organizado y práctico. Sirvo dos vasos, solo en caso de que mi gemelo decida entrar y deje de creer que voy a asesinarlo ante cualquier descuido. Le doy un sorbo. Cierro los ojos para disfrutar del ligero sabor acaramelado y caliente del Bourbon.

—Supongo que un trago estaría bien —oigo la voz de Dawson al entrar y cerrar la puerta tras de sí.

Es un comienzo. Es el inicio de algo que quizá no pueda disfrutar.

Espero que no sea tarde para solucionar nuestro pasado. 

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