Capitulo 25. Un tropiezo

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Salgo corriendo tan rápido de la habitación, que no logro percatarme a tiempo de que alguien está en el pasillo, por lo que termino dándome de bruces con una pared musculosa.

—¡Hey, cuñada! Con calma. ¿Hacia dónde vas con ese hermoso vestido hecho a mano? —se burla Dawson.

Me subo la tela hasta el pecho; creo que hasta parte de mi garganta está cubierta por la sábana. Me sonrojo de los pies hasta la cabeza. Él es la última persona a la que me hubiese gustado encontrarme en el pasillo en esta facha. Debí haber pensado mejor las cosas antes de salir huir. Todo es culpa de él, o al menos en parte. Es culpa de Dawson. Si no tuviera un gemelo con el cual fuese posible confundirlo, Darío me hubiese creído y confiado en mis palabras, o tal vez no.

No sé quién pudo hacerle tanto daño y lastimarlo de tal forma que, aunque la verdad esté ante sus ojos, no crea en ella. No escucha, ve o entiende. Se ha cerrado y cegado, no solo físicamente por su condición reciente después de la operación, sino porque en su mente, corazón y alma, Darío ya no confía en nadie que no sea él mismo.

Fui una tonta al creer que podía tener un cuento de hadas con final feliz. El hombre con el que perdí mi virginidad, el que me hizo el amor bajo la luz de la luna y el que me amé sin siquiera ver su rostro, es mi propio esposo. Estaba tan feliz y tan emocionada. Era una sensación pletórica, casi orgásmica. Al probar sus labios bajo el enorme flamboyán que tiene plantado en el jardín, creí como una tonta que me correspondía en todo lo que yo sentía por él. Y en cierto aspecto sé que lo hace y que me quiere, al menos me desea. Aunque sea su cuerpo no es inmune a mí sin importar que su corazón tenga un chaleco antiamor.

¿De qué me sirve provocarle deseo si no puedo llegar a su corazón? ¿Será que soy la más tonta e ilusa de las mujeres?

¡Ahora más que nunca necesito a Tere! Estoy segura de que ella sabría qué hacer.

—¡Hey! No llores —comenta Dawson, pero no estoy llorando, o quizá sí.

Ya no sé ni qué pensar sobre mí.

Creo que mi hermana tenía razón. No he disfrutado mi vida y he confiado en la persona incorrecta en dos ocasiones. Algo debe estar mal conmigo.

No puedo levantar la mano para comprobar si lloro, mas el frío delgado que me toca la mejilla, me indica que sí. En efecto, me lamento.

—Quítate de mi camino.

—No quiero verte, ni a ti, ni a él. Es más, ya ni sé a cuál de los dos quiero ver menos. —Frunce el ceño al no entender a qué me refiero—. No te hagas el idiota. Sé lo tuyo con mi hermana. ¡Eres un maldito abusador! ¡Ella solo tiene veinte años!

—Tatiana...

—¡Quítate o te pego! —gruño. Siento que las manos me sudan y las aprieto con fuerza; siento mis uñas a través de la tela de la sábana. Me hago daño, pero no puedo evitar la presión.

—No voy a dejarte ir hasta que me digas por qué lloras. ¿Te hizo algo mi hermano? ¿Él te... —me escruta, incómodo, y un rubor aparece en sus mejillas— obligó a algo?

—¡No! ¡Claro que no! Darío no es así —le defiendo en automático—. Es tu hermano, ¿cómo puedes siquiera pensarlo? Debes conocerlo más que nadie. Después de todo, pueden compartir mujeres.

No sé por qué se lo dije. No obstante, la ira surge a borbotones en mi cuerpo y mi garganta se reseca a cada segundo un poco más. Necesito escapar y salir del castillo. Asimismo, necesito buscar refugio en otro sitio, en un lugar lejos de los Magghio, lejos de todo esto que me obligaron a ser partícipe. Desde un inicio supe que no pertenecía a este lugar. Sabía que las cosas iban a fallar para mí. Esto no es lo que merezco, no es lo que necesito y tampoco es lo que quiero. No tengo por qué ser tratada como una cualquiera, como una persona de poca credibilidad, mucho menos merezco ser una esposa en la cual no se confíe. Pese a que sé que Darío ahora mismo necesitará la ayuda de todos a su alrededor para recuperarse de la situación que atraviesa, no tengo las fuerzas necesarias para enfrentarlo ahora mismo. La decisión es clara: necesito irme del castillo ahora mismo.

—No sabes cómo me arrepiento de lo que hice y no tengo por qué disculparme ante ti por lo que pasó con Arianna, pero te aseguro que eso está en el pasado. Si mi hermano decidió casarse contigo, es porque está poniendo de su parte para superarla.

Pestañeo una, dos, tres y cuatro veces. Aprieto más la tela contra mi pecho. No entiendo de qué diablos habla. ¿A qué se refiere? ¿Cómo que no debe de disculparse ante mí?

Parece interpretar mi mirada de confusión, se acerca y me agarra del hombro. Subo la barbilla para que sepa que conmigo no y le doy un gran golpe en la rodilla derecha. Me suelta y se agacha para sobar el lugar golpeado.

—¡Estás loca!

—¡No me toques! —berreo—. ¡Todos ustedes están dementes!

—Estoy intentando ayudarte, ayudarlos a ambos. Ya ocasioné suficiente dolor. —Suelta una imprecación y sacude el pie—. ¡Mierda, mujer! Solo intentaba ayudar.

—Me agarraste fuerte —me excuso al sentir cómo la euforia empieza a desaparecer.

—No importa. Yo... Solo quiero que sepas... En verdad me arrepentiré toda la vida de haberme acostado con Arianna. No sé en qué pensaba. No era mi intención dañar a mi hermano. ¡Es mi hermano! —Dawson se pasa la mano por el cabello y cierra los ojos.

Veo el dolor en su rostro y comienzo a entender la situación.

—¿Te acostaste con la esposa de Darío? —cuestiono con la garganta seca y el pulso desbocado.

—¿No estabas a punto de irte con la sábana tapándote porque él te dijo que su esposa se acostó conmigo?

—¿Y eso qué tendría que ver conmigo? ¡Es problema de ustedes dos!

—No lo sé. Te vi salir y dijiste lo de compartir mujeres... Lo único que pensé fue que...

—¿Que yo me iba porque mi esposo es un cuernudo? —Vaya, esto es peor que un berenjenal. Es como estar en la boca de un lobo; chocas con cada colmillo y esperas encontrar la salida.

—Ya ni sé qué pensar.

—¿Te acostaste con la mujer de tu hermano? —vuelvo a preguntar

—Estaba ebrio. —Aunque él pretenda que suene a excusa creíble, no lo asimilo así.

¿Por ebriedad se te escapa el pene en la vagina de la mujer de tu hermano? ¿Y ella no sabía que era él? ¿Será que por eso...? ¡Esa es la cuestión!

Ahora me siento más adolorida. Mi corazón se desvanece poco a poco, pedacito a pedacito.

Darío me compara con su ex mujer, con su difunta esposa, con la que estuvo antes que yo. Me compara con una mujer infiel por haber sido flagelado y porque su hombría salió lastimada por una situación así. Cree que soy capaz de confundirlo. No logro comprender cómo Arianna confundió a un hermano con el otro. Al pasar pocos días junto a ellos, me he dado cuenta de que hasta el timbre de voz de ambos es ligeramente distinto. Daría me ve con sinceridad y un poco distante, pero sus ojos me brindan esa confianza que me asegura que todo está bien. En cambio, Dawson es distinto. Tiene esa energía vital, esas ganas de cambiar y ese deseo carnal que no puede esconder bajo un traje. Son tan diferentes, que me siento idiota por llegar a indagar con quién dormí aquella noche en el lago y por pensar que era Dawson.

No hay lugar a dudas de que Darío es el hombre con quien perdí mi virginidad y con quien me casé, aunque él no quiera aceptarlo.

—Estar ebrio no es una excusa para cogerte a la mujer de tu hermano. —Paso a su lado, con la sábana siendo arrastrada, y las manos sobre mi pecho.

—Pero ¡mujer! ¡No puedes salir así! ¿Adónde vas? —Dawson me llama, pero no volteo.

Estoy harta.

Lo he intentado y yo puedo explicarlo mejor. Hasta que Darío no confíe en mí, sin reservas ni parámetros, nuestra relación no funcionará.

—¡Lejos de ustedes y su infierno!

—¡Tatiana! ¡Regresa! —Esta vez es la voz de Darío la que retumba en todo el castillo.

Me giro y lo veo al lado de su hermano en el pie de la escalera.

—Lo siento —murmuro antes de abrir la puerta y escapar. 

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