Capitulo 24. Deseo

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Sus manos acarician mi cuerpo. Suben despacio por mi cintura y espalda. Recorren mi abdomen y mis pechos. Lo siento en todas partes, y eso me gusta, me fascina. Combinado con los recuerdos de la noche previa a nuestra boda y este momento, más las ansias que tenía de verlo y saber que salió bien de la cirugía, el deseo que siento es voraz. Necesito poseerlo. Necesito sentirlo en todas partes, sentir que yo soy suya y que él es mío.

—Tranquila —susurra.

Sin saber cómo y por qué lo empujé suavemente hasta el filo de la cama aún con nuestras bocas entrelazadas y nuestros labios en una dramática historia de placer desenfrenado, terminamos recostados con los brazos y las piernas enlazados. Me comienza a quitar el vestido sin delicadeza. No me importa lo que suceda y lo tiro al piso. Desabrocho los botones que cubren el pecho ligeramente velludo de Darío. Estoy ansiosa; las manos me tiemblan al sostenerlo por un par de segundos.

Suspira contra mis labios.

—Sin prisa, mi hermosa libélula. Sin prisa. He esperado demasiado para este momento —murmura melodioso junto a mi boca.

Casi me creo derretir.

—Te deseo —confieso con una voz que casi no reconozco como la mía.

Estoy deseosa por sentirlo dentro de mí.

¡Que perversa me he puesto!

Con Lucian jamás sentí esta premura insostenible, este deseo carnal fuera de control, el temblor en mis manos y lo sedientos que están mis labios. Lo único que puede calmar esta sed tan terrenal, tan perversa, es la misma boca de Darío. Recorre con sus labios mis mejillas, palpándolas como si fuera la primera vez.

—Yo también te deseo, lo hice desde el primer día. Te he deseado y he intentado controlarme.

—No lo hagas más. —Tomo valor y vuelvo a besarlo. Entretanto, termino de quitarle la camisa y tirarla en alguna parte de la habitación.

Me devuelve cada beso e incrementa la fuerza de su agarre. La manera en cómo muerde mi labio inferior me hace perder el control. Me subo sobre sus caderas y lo monto como si fuese mi corcel.

—Eres una fiera. Me tienes... —Cierra la boca y aprieta los labios al sentir cómo me froto contra su miembro—. ¡Oh, Dios...! Si sigues haciendo eso, no podré hacerte todo lo que quiero.

—Soy tuya, tu esposa, y podrás hacerme lo que desees dentro de nuestro dormitorio.

—Siempre que tú quieras —completa con una sonrisa.

—Siempre voy a desearte.

—No estoy tan seguro de eso. —Su voz se rompe, pero carraspea y continúa—. No voy a arruinar este momento con el que tanto he soñado.

—No voy a olvidar el tema —le digo para que sepa que lo he comprendido.

Sé por dónde va su mente.

Sé a lo que se refiere.

Y se equivoca.

Mi interés por Darío no radica en si puede verme o no, porque en el instante en que me di cuenta de que ese hombre podía amarme como nadie lo había hecho, ni creo que lo hará jamás, me dio placer sin medidas, la entrega en cuerpo y alma. Estuve con ese desconocido bajo la simple luz de la luna, en plena oscuridad, solo con las estrellas que iluminaban nuestros cuerpos. Aun así, sin poder verlo a la cara, supe que podía confiar en él, que podía pasarme la vida a su lado. Mi corazón me lo gritó. Al saber que él sería mi esposo, no pude contener la felicidad. Sin embargo, me percaté de que hay demasiados secretos que arropan a Darío, hasta el punto de estar ciego ahora sin yo saber la razón exacta.

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