Capitulo 27. La verdad

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Horas después, todavía sigo esperando en el comedor el retorno de Tatiana. La espanté, como si ella en verdad fuera culpable de alguna atrocidad. Mis demonios del pasado hicieron que mi presente se vea vilmente afectado. Ahora, al sentir la casa vacía y al saber que fui responsable de la ida de Tatiana, comienzo a entender que debo de acostumbrarme a mi nuevo presente y dejar de enfocarme en lo malo que otra persona me hizo en el pasado. Y ese alguien no es otra más que Arianna. Por culpa de ella, luego de tantos meses desde su muerte, me responsabilizo por no haberla alcanzado a tiempo cuando ella se lanzó del balcón. Con solo pensarlo, mi cuerpo se congela y siento una ira voraz, una que con el pasar de los meses he aprendido a controlar.

¿En qué demonios pensó esa mujer? ¿Qué clase de depresión tan fuerte la arropó de tal forma, que suicidarse fue la única alternativa que halló a su dolor? ¿Acaso, inconsciente, la maltraté? ¿La juzgué tan duro con el pasar de los días cuando me confesó su infidelidad, como para que ella deseara morirse? ¿Para que ella deseara escapar de la vida en familia y de su propio hijo que acababa de nacer?

No entiendo cómo era posible que una madre, minutos después de dar a luz, pudiera tener la fortaleza o más bien la debilidad emocional tan fuerte, que, sin importar mis llamadas, se lanzara hasta el precipicio sin importar que dejaba su hijo huérfano, sin pensar en el futuro que tendría o en las circunstancias que iba a sufrir al crecer sin una madre.

—No vas a cenar. —Es más un comentario que una pregunta. Entretanto, se acerca.

Esa mujer me conoce más que yo mismo. Estuvo ahí en todo momento, incluso fue idea de ella declarar la muerte de Arianna como una pérdida al momento de parir a Dante. No era justo manchar la memoria de mi hijo, ni el nombre de mi familia, al hacerse de luz pública que mi esposa, mi difunta esposa, estuvo tan harta de mí, de la situación que tenía conmigo, de su hijo que acababa de nacer, que había estado tan perdida como para salvarla y decidió suicidarse a lo último.

No, no quería eso en la vida de mi hijo. No lo quiero aún y no lo querré jamás. Mi hijo merece toda la felicidad del mundo... y eso es lo que pretendo darle.

Aunque ahora esté ciego, tan ciego que no sé cómo lograré otorgarle esa felicidad por la que tanto me he esforzado, lo haré feliz.

—He dicho cosas... —Me paso la mano por la barba que crece poco a poco. Me pica un poco, pero es más la ansiedad de no saber si Tatiana regresará.

El chófer me dijo que la llevó a casa de sus padres. Sabía que era esa la vivienda, pues nos trajo al castillo el día de la boda.

Ese día deseaba tanto besarla. Su aroma me embriagaba, me atontaba. No sabía que podía sentir algo tan fuerte por una mujer que apenas conocía.

—Tu boca es tu medida, Darío. Debes aprender a no hacer ni decir lo primero que te llega a la mente.

—Es que... —Le dirijo una mirada al celular, el cual aún tengo en la mano.

No lo veo, pero puedo sentirlo. Lo agarro fuerte y pienso en la conversación con David, quien llamó para darme seguimiento en mis primeras horas fuera del hospital y de sus cuidados. Una cosa llevó a la otra. Luego de varios minutos charlando, me decidí en preguntarle lo que tanto torturó a mi cabeza desde que Tatiana se fue.

«—Sí, es probable. Como te dije antes de hacerte la cirugía, hay momentos que puedes borrar sin percatarte. Primero algunos detalles irrelevantes, más adelante nombres, teléfonos, horarios de almuerzo, hasta que al final sea tan grave, que olvides casi todo, incluso un día completo.

—Dices que puedo olvidar momentos, ¿cómo podría ser posible? No olvido las sonrisas de mi hijo, los documentos por firmar, las charlas con mis empleados, ni las conversaciones con mi ama de llaves. Sin embargo, dices que aun así es posible olvidar instante. —No entendía nada. O era una cosa o la otra.

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