Capitulo 13. La carta de teresa

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Despierto al día siguiente con las ojeras como sombras en la noche: acechando y juzgándome. Me he desvelado como en vísperas de funeral. Me veo frente al espejo. Temprano en la mañana, Donatella subió una maleta con ropa que mi madre me envió. Lo justo, pues no traje nada más que mi cuerpo y el compromiso de estar junto a Darío por el resto de mis días en esta tierra.

El reflejo que me observa parece aún más triste de lo que me siento.

Es la verdadera cara que llevo.

¿Es normal sentirme enjaulada, presa de mi propio cuerpo y alma? ¡Qué tonta fui anoche al acercarme a Darío! ¿En qué estaba pensando cuando rogué por un beso de sus labios?

Sacudo la cabeza, molesta por mi congoja. No soy quien se quedará encerrada en esta habitación por siempre.

Entre las cosas que mi madre me ha empacado, destaca una nota que hasta ahora me doy cuenta de su existencia. Agarro el sobre entre mis manos y reconozco la letra de Tere de inmediato. Abro el papel deprisa, deseosa de saber sobre mi hermana.

No entiendo por qué no me ha escrito al celular.

¡El celular!

Estaba tan absorta en el casamiento que olvidé por completo mi celular en la casa de mis padres.

Comienzo a leer. Teresa siempre ha sido la mas franca y soñadora, la que tiene un deseo implacable de disfrutar la vida y la que no deja el drama nunca. Es como si siempre la persiguiera una historia de novela; llena de secretos y aventuras. ¡A sus veinte años ha vivido más que yo!

No puedo evitar sonrojarme al pensar en Darío y nuestra noche mágica bajo el cielo estrellado, con la mirada de la luna sobre nosotros. Era nuestra confidente, la única testigo que tengo de esa noche.

Querida Tatiana:

¿Cómo estás?

Sé que estarás pensando que es una idiotez escribirte una carta, algo tan patético y poco usual en este siglo. Lo sé, te conozco. Sé que eso has pensado al ver esta misiva. Sin embargo, has dejado el celular y, de igual forma, sabes que amo escribir.

Lo sé, soy una romántica empedernida. Por siempre creeré que nací en la época equivocada. Hubiese amado vestirme con esos elegantes vestidos con tul y seda, con esos enormes sombreros llenos de flores de llamativos colores... ¡Y los tripulantes que me cogería!

¡Oh, Tati, cuanto te extraño!

Subo los ojos al cielo al reconocer a la perfección la forma de pensar de mi hermana menor. Esos veinte años son tan extraños y complejos. Es un manojo de ideas descabelladas andante.

Sigo con la lectura y me acomodo en la cama con la sábana de satén sobre mí. No sabía que podía ser tan suave y placentero dormir aun cuando mi mente no estaba con deseos de descansar. Sé que disfrutaría de este lugar en otro momento

Otro instante, otras circunstancias... y otra pareja.

Tati, debo contarte algo y temo que nuestro padre lo sepa.

He cometido una estupidez.

¡Oh, Tati, cómo quisiera que estuvieras aquí conmigo!

Voy a casarme. Me casaré dentro de un mes. Lo sé, no puedes creerlo. Casi puedo jurar que has pegado los ojos al cielo y has maldecido la vida y a mí. No estoy jugando. Me casaré en un mes. Es un hombre hermoso y lleno de vida. Es quien quiero. Es de quien me enamoré. No lo conoces. No es de aquí. Estás cerca de casa, pero no estás aquí y creo que no volverás. Ahora eres una mujer casada, una dama, una señora.

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