Capitulo 11. Donatella

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Camino despacio aún sintiendo las miradas de los hombres detrás de mí. No me dejo amedrentar, no puedo hacerlo, pues dejar que su mirada me lastime, que su presencia me duela y que su frialdad me hiera, es admitir que estoy sola en esta casa y no puedo hacerlo por más obvio que sea.

Me dirijo a la puerta que vi cuando llegué al primer piso, cerca del estudio, y camino allí con intenciones de buscar un jugo o algo que pueda darle de comer a Dante, quien empieza a menearse en mis brazos. Debe de estar incómodo, dado que soy una persona extraña para él. Por más calma que pueda inspirarle, al final soy una extraña, una que llegó para invadir su familia, su hogar, su existencia misma. Una persona que llegó a cambiar su vida para siempre. No quiero ser de esas madrastras que borran de la vida de los niños a sus madres, los cuales los llevaron en su vientre por nueve meses. No quiero serlo y no lo seré. Me prometo allí mismo, mientras camino en dirección a la puerta de la cocina, o al menos lo que creo que es la cocina, ser lo suficientemente buena para mantener el recuerdo de la esposa muerta de Darío y la madre de Dante, su verdadera madre.

—Hola —digo al entrar. Me encuentro con Donatella, la ama de llaves—. Estoy buscando un jugo para Dante.

—Ya casi es hora de cenar. Si toma jugo, no cenará su papilla de calabaza —contesta.

Percibo su molestia al hablarme.

No me mira y no levanta la cabeza de la olla en la que remueve algo. Me huele a estofado, pero no deseo adelantarme.

—¿Usted misma le da la cena a Dante? ¿Tiene una niñera? ¿Darío se queda con él todo el día?

—El señor Darío no tiene tiempo para esas cosas —responde sin mirarme aún.

—Eso quiere decir que usted lo hace. —Me acomodo en una silla que hay al lado del enorme refrigerador con dos puertas.

La silla me resulta cómoda. Tal vez es solo el cansancio y la presión que he sentido en los últimos dos días desde que supe sobre mi inminente matrimonio con Darío.

Donatella me observa de reojo. Sé que ella es la fuente más cercana de información, por ende, puede suministrarme todos los datos que necesito para comprender la enigmática y reservada mente de Darío Magghio, mi esposo.

—No quiero que piense que mi deseo es inmiscuirme en la vida de Darío o la que llevan ustedes aquí.

—No he dicho eso, señora Magghio —se apresura a decir.

Esta vez se seca las manos en el delantal y me observa sin emitir comentario.

Dante juega con mi cabello, el cual cae desparramado en mi espalda. Le cautiva al pequeño.

—Por favor, no me coloque ese título. Con decirme Tatiana es suficiente.

—Señora Tatiana —murmura. Sus ojos parecen dos pozos llenos de secretos y sabiduría. La mujer parece capaz de leer el alma y los más profundos miedos que tengo.

—Solo Tatiana. —Nunca he sido tan formal—. Nos veremos mucho de ahora en adelante, así que lo mejor es que me explique cómo es el circuito del día a día. ¿Qué hace Darío al levantarse? ¿Qué le gusta comer? ¿Con qué se entretiene el bebé?

—¡Oh, joven...! —Se acerca y se recuesta en el desayunador. Todo está organizado, nada fuera de lugar para llamar la atención del visitante o de la recién llegada, es decir, yo—. No haga de su vida aquí una escuela de aprendizaje. Esto es para llevar día a día. Poco a poco comprenderá qué le gusta y qué no al señor Darío. Sabrá a qué hora debe despertarse para alimentar al bebé, cosa que ya estoy yo aquí para eso.

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