Capítulo 9: Vestigios de humanidad

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Me encontraba en un espacio oscuro, cargado de una intensidad abrumadora. No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. Una figura masculina, imponente en su silueta, llenaba la habitación. Su cuerpo era una sombra que se movía con una confianza inquebrantable. Aunque su rostro permanecía oculto, la voz profunda resonaba con una autoridad que no permitía objeciones.

—Abre las piernas para mí, Lina…
—dijo la voz, suave pero con un matiz que daba la impresión de no aceptar resistencia.

Sin poder resistirme, obedecí instintivamente. Mis piernas se separaron, exponiendo una vulnerabilidad que la figura parecía conocer a la perfección. Él se inclinó hacia mí, sus manos firmes descendieron con una precisión calculada. Sus dedos largos, con venas marcadas, se tensaban con cada movimiento.

—¿Quién eres? —pregunté, apenas en un susurro, mientras mi cuerpo se estremecía involuntariamente.

—¿Quién quieres que sea?
—respondió mi acompañante envuelto en sombras, con un tono perverso.

Luché por evitar gemir cuando sus dedos se acercaron a mi entrepierna. Sentía un calor abrasador que no podía ignorar. Mi piel se erizaba bajo el contacto. La sensación se intensificó cuando sus dedos exploraron la entrada de mi vagina, sintiendo cada pequeña contracción y latido con una precisión que parecía conocer exactamente lo que necesitaba. Su toque era un contraste embriagador entre suavidad y presión. Me encontré gimiendo, mis susurros llenos de deseo. El calor se concentraba en mi clítoris, al borde de una explosión, ansioso por liberarse de la creciente tensión.

Él no tenía prisa, permitiendo que el deseo se construyera lento y deliberadamente. Me retorcí en la cama, sintiendo cómo la presión se acumulaba en mi interior. Cada toque de sus dedos era firme y precisos, empujándome cada vez más cerca del borde, pero sin permitir que cruzara la línea.

Sus dedos se movían con una maestría implacable, deslizándose sobre mi piel y jugando con mis zonas más sensibles. Cada caricia, cada presión, me hacía jadear y moverme, buscando desesperadamente la liberación que él mantenía fuera de mi alcance.

Sentía sus movimientos como una ola constante, inundándome de sensaciones ardientes que me mantenían en un estado de anticipación torturante. El contacto con mi piel era eléctrico, cada toque estimulando mis zonas erógenas y haciéndome temblar de necesidad.

Me estaba volviendo loca con la intensidad, mi cuerpo tenso y mis gemidos aumentando en volumen. Él parecía disfrutar del control absoluto, manipulando cada reacción mía y dejándome al borde de la desesperación, sin concederme el clímax que deseaba desesperadamente.

Y justo cuando estaba a punto de alcanzar el punto máximo de placer, el sonido del despertador me sacó del sueño. La realidad me golpeó con una crudeza inesperada.

En medio de un torbellino de sábanas y almohadas, me di cuenta de que lo que había experimentado no era real, sino un sueño que había despertado mis sentidos de manera abrumadora.

Eran las seis de la mañana de un frío lunes, y comencé a asentir mi realidad. Con un bufido de frustración, pataleé sobre la cama y me deshice del enredado edredón.

—¡Maldita sea! —exclamé, mi voz resonó en la habitación con una mezcla de irritación y decepción.

Me sentía embaucada; el sueño se había desvanecido antes de que pudiera descubrir la identidad del hombre que me había tocado hasta el punto de dejarme deseando más.

Bajo la superficie del CEO [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora