Capítulo 45: Te amo

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●45

El sonido de nuestros pasos resonaba por el vestíbulo silencioso del departamento. Lina caminaba detrás de mí, susurrando una queja entre dientes que, francamente, me importaba poco. Había aprendido a reconocer cuando sus palabras no eran más que una pataleta. Y esta, sin duda, lo era. Podía sentir su irritación flotando en el aire, pero no era relevante en ese momento.

El eco de la voz de Nikolay había estado conmigo todo el maldito día. Esa constante repetición de su mantra, grabada en mi mente como una cicatriz que nunca se curaba. “Controla o serás controlado”. Cada palabra martillaba dentro de mi cabeza, empujándome hacia un lugar oscuro. No era solo que Lina me desafiara, era el hecho de que ella no entendía lo que esta dinámica significaba. Era poder. Poder que ella se negaba a entregar por completo, y eso, finalmente, había llegado a mi límite.

—Víktor, quiero ir a casa —dijo, rompiendo el silencio.

La ignoré al principio, aflojando lentamente mi corbata, como si ese gesto pudiera descargar el peso de la tensión acumulada en mis hombros. No iba a discutir con ella, no en este estado. El control debía ser firme, no caótico, y el silencio era hermoso.  Podía sentir sus ojos sobre mí, buscando una respuesta, algún indicio de lo que estaba pensando.

—Toma un baño, Lina —dije finalmente, mi voz baja y calculada—. Ha sido un día largo.

No me molesté en mirarla. Sabía que estaba a punto de replicar, de alzar su pequeña voz en una protesta inútil. La conocía lo suficiente como para saber que ella nunca se rendía sin pelear, incluso en las pequeñas cosas. Pero hoy no estaba dispuesto a ceder.

—Te dije que solo sería un día...
—replicó, su tono débil, pero persistente.

Me dejé caer en el sillón, sirviéndome un vaso de whisky sin prisa. Me lo llevé a los labios y bebí de un trago, sintiendo el ardor en mi garganta, aunque no mitigaba el eco de la voz de Nikolay. “Controla o serás controlado, Víktor”. Todo el día había sido una repetición constante de ese maldito eco, recordándome que no podía perder el control, no con ella. No con nadie.

Lina se quedó de pie, dudando por un momento antes de finalmente desaparecer en el pasillo, probablemente más para alejarse de mí que para relajarse. Dejé el vaso vacío sobre la mesa y respiré profundamente, apoyando la cabeza contra el respaldo del sillón. Todo se sentía al borde del colapso. Había sido generoso con ella, más de lo que jamás lo fui con nadie. Le había mostrado partes de mí que otros no habían conocido, la había dejado entrar en espacios de mi vida que estaban vedados para todos los demás.

Y, sin embargo, eso no parecía ser suficiente para Lina Taylor.

Me puse de pie, la corbata aún colgando de mi cuello mientras caminaba hacia la habitación. El sonido del agua al detenerse me indicó que no tardaría mucho en salir. Mi mente estaba dividida entre el deseo de retenerla y la necesidad de enseñarle una lección.

“Controla o serás controlado.”

El agua dejó de correr, y segundos después, Lina apareció envuelta en una toalla. Su mirada se cruzó con la mía, y vi la duda en sus ojos. Pero no había vuelta atrás.

—¿Qué pasa? —preguntó, su voz suave, insegura.

Di un paso hacia ella, cerrando la distancia que nos separaba en un instante. Mis manos se movieron antes de que pudiera pensar en detenerlas, arrebatándole la toalla de un tirón. Su cuerpo desnudo quedó expuesto frente a mí, y aunque su boca se abrió para protestar, no la dejé hablar.

—No estás lista —dije, pegándola contra la pared, mi voz suave, pero cargada de una autoridad que sabía que no podía ignorar—. Siempre tienes algo que decir, ¿verdad?

Su respiración se aceleró, y por un momento, pensé que iba a replicar, pero no lo hizo. Simplemente me miró, vulnerable y fuerte a la vez, una contradicción que no podía permitirme tolerar. Mi mano se movió hacia su seno, lo tomé con más fuerza de la necesaria, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba bajo mi toque.

Un jadeo escapó de sus labios, y no supe si fue de dolor o de placer. No importaba. No me importaba.

—Esto no puede seguir así —murmuré, acercándome aún más, hasta que nuestras respiraciones se mezclaron. Pasé mi mano por su cabello, apartando un mechón de su rostro y levanté su barbilla para que me mirara directamente a los ojos—. Me gusta esta dinámica que tenemos, Lina, pero no puedo continuar si no te entregas a mí completamente. No si no eres mía, en cuerpo y alma.

Vi la confusión en sus ojos, la lucha interna que tenía lugar detrás de ellos. Pero sabía que la tenía donde quería.

—¿Qué hice mal? —susurró, su voz quebrada.

Mi mandíbula se tensó. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué no había hecho ella mal? Su resistencia, su continua negativa a rendirse por completo. Le di más de lo que había dado a cualquier otra persona. Y aún así, ella seguía desafiándome.

—La sumisión es confianza —dije, bajando la voz, un tono que sabía que la desarmaba—. Y tú aún te niegas a confiar en mí por completo. Si no confías, no puede haber sumisión. Y si no hay sumisión, no puedo continuar con esto.

Un destello de algo cruzó su rostro: miedo, tal vez, o la conciencia de lo que estaba por perder. La vi dar un paso hacia mí, como si quisiera borrar la distancia que había creado.

—Te amo —dijo, tan suavemente que por un momento no supe si lo había escuchado bien.

El silencio se extendió entre nosotros como una sombra oscura. Sus palabras eran como una daga que me atravesaba, pero no de la manera que ella pensaba. No debía sentir nada. Y, sin embargo, una parte de mí lo hacía. Me quedé quieto, procesando lo que acababa de decir. ¿Amor? No. Esto no era amor. Esto era poder.

—Y si lo que necesitas es mi rendición total —continuó, su voz temblando ligeramente—, está bien. Me entrego a ti.

Entonces, con un movimiento lento y deliberado, estiró sus manos hacia delante en señal de rendición, su cuerpo aún desnudo y vulnerable ante mí. No había marcha atrás ahora. Ella había cedido.

Me incliné un poco, bajando la voz hasta un susurro.

—¿De verdad crees que puedes salvarme, Lina? —pregunté, una sonrisa cínica cruzando mis labios—. ¿Qué puedes arreglarme?

Ella asintió, sin titubear esta vez.

—Puedo intentar…

Dejé escapar una risa amarga. Patético. No ella, sino la situación. Yo. Todo.

—Bien —dije finalmente, tomando su mano. La llevé conmigo, guiándola hacia la habitación del control, donde todo terminaría o todo comenzaría de nuevo.

Cuando la puerta se cerró tras nosotros, supe que lo que estaba por venir no se trataba solo de placer. Lina debía aprender su lugar, y esta vez, no habría espacio para dudas.

Bajo la superficie del CEO [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora