Capítulo 16: Dominio y castigo

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●16

La puerta se cerró tras nosotros, y el eco resonó en la habitación, como un susurro que marcaba el inicio de algo inevitable. La atmósfera se sentía cargada, el aire denso con la anticipación que sabía que Lina también podía sentir. Sin perder tiempo, me acerqué a ella, mi mirada fija en la suya, observando cómo sus ojos intentaban descifrar mis intenciones.

Tomé sus muñecas con firmeza, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. Esta vez no había gentilezas, no había palabras suaves para tranquilizarla. No estaba en ese estado de ánimo. La guié hacia la cama, y con un movimiento preciso la hice girar para que quedara de espaldas a mí, sus muñecas atrapadas por mis manos.

—Fuiste desobediente, Lina —dije, mi voz baja, controlada, pero cargada con el peso de lo que estaba a punto de hacer—. Te advertí que habría consecuencias.

Su respiración se aceleró, podía sentir cómo su cuerpo reaccionaba, una mezcla de ansiedad y algo más que apenas estaba empezando a comprender. La tensión entre nosotros era palpable, y sabía que ella estaba en ese punto en el que la duda y el deseo se entrelazaban, creando una tormenta interna que la consumía.

Deslicé mis dedos por sus brazos, bajando lentamente hasta sus caderas, tomándome mi tiempo para saborear cada segundo de control que tenía sobre ella. Sentí cómo su cuerpo se tensaba bajo mi toque, y disfruté del poder que eso me daba. No era solo el control físico, era algo más profundo, algo que me alimentaba de una manera que pocas cosas lo hacían.

—Te vi en la playa, riendo, hablando con ese hombre como si fueras libre de hacer lo que quisieras —continué, mi voz ahora más cerca de su oído, lo suficiente para que sintiera el calor de mi aliento en su piel—. Pero te equivocas, porque si eres mía, y vas a aprender lo que significa obedecerme.

Lina no dijo nada, pero su cuerpo habló por ella. Podía sentir el leve temblor en sus piernas, la forma en que sus músculos se tensaban bajo mis manos. Sabía que no estaba preparada para lo que vendría, pero esa era la intención. Quería que entendiera que, en mi mundo, las reglas no eran negociables.

Tomé el látigo que había preparado, una herramienta que sabía manejar con precisión. No buscaba hacerle daño, al menos no más del necesario para que entendiera. Lo deslicé suavemente sobre su piel, dejando que la sensación de la cuerda contra su carne la invadiera antes de aplicar cualquier presión. Observé cómo se estremecía, cómo su respiración se volvía más errática.

—No tengas miedo. Esto es tan solo el comienzo —dije, mi voz firme, pero sin la crueldad que podría haber usado. Esto no se trataba de castigarla, se trataba de moldearla, de hacer que entendiera su lugar en mi mundo.

La primera vez que el látigo tocó su piel, fue suave, apenas un roce que la hizo temblar. Quería que sintiera la expectativa, que supiera lo que vendría sin ser capaz de predecirlo. Sus músculos se tensaron aún más, y pude ver cómo mordía su labio inferior, intentando contener cualquier sonido que pudiera escapar de su boca.

—Relájate —ordené, mientras deslizaba el látigo nuevamente sobre su piel—. No va a ser tan malo si dejas de luchar.

El látigo se deslizó entre mis dedos mientras lo pasaba suavemente por su piel. Cada centímetro de su cuerpo, ahora completamente inmovilizado, estaba a mi merced. Sus muñecas y tobillos estaban atadas a las cuatro esquinas de la cama, dejándola expuesta, completamente abierta para mí. El primer golpe fue suave, como una advertencia, recorriendo su abdomen, subiendo lentamente hasta sus pechos. Vi cómo sus pezones se endurecían bajo el frío contacto del látigo, una respuesta automática que no pudo evitar.

Con un movimiento decidido, levanté el látigo y lo dejé caer sobre uno de sus senos. El sonido de la piel siendo golpeada llenó la habitación, seguido por un jadeo involuntario de Lina. Sus pechos temblaron ante el impacto, y un temblor recorrió su cuerpo.

—Eso fue solo el comienzo —dije en voz baja, mi mirada fija en ella, esperando su reacción.

Mi mano bajó lentamente por su cuerpo, dejando el látigo a un lado por un momento. Deslicé mis dedos por sus pezones, apretándolos ligeramente antes de continuar mi camino hacia abajo, siguiendo la curva de su abdomen hasta llegar a su sexo. Sentí su humedad, su cuerpo respondiendo a cada toque, incluso cuando intentaba no entregarse del todo.

Con un movimiento rápido, tomé el látigo de nuevo y lo hice caer con más fuerza, justo entre sus piernas. Lina se arqueó sobre la cama, su respiración acelerada, mientras un gemido escapaba de sus labios.

—Vas a aprender a disfrutar de esto
—susurré, inclinándome sobre ella, dejando que mis labios rozaran su cuello mientras mis manos seguían explorando su cuerpo.

Mis dedos se deslizaron entre sus pliegues, sintiendo su humedad, mientras su cuerpo se retorcía bajo mi toque. Su piel estaba sensible, cada caricia, cada golpe la hacía temblar. La veía perderse entre el dolor y el placer, la línea entre ambos desapareciendo lentamente.

—Dime lo que sientes —le ordené, mientras seguía explorando su cuerpo, mis dedos entrando en ella con fuerza, marcando el ritmo que yo decidía.

Ella gimió, sus caderas moviéndose involuntariamente, intentando seguir el ritmo, pero yo no se lo permití. Mis manos la sostuvieron en su lugar, presionándola contra la cama, recordándole que no tenía control, que todo lo que sucedía estaba bajo mi dominio.

El látigo cayó una vez más, esta vez en la parte interna de sus muslos. El sonido del impacto resonó en la habitación, seguido de otro gemido ahogado de Lina.

Me incliné sobre ella, tomando uno de sus pezones entre mis dientes, mordiéndolo con suavidad al principio, antes de apretar más fuerte, arrancándole otro gemido. Sus pechos se movían con cada respiración acelerada, su piel estaba enrojecida por los golpes, y su cuerpo entero temblaba bajo mi control.

—Eres mía —dije en un tono bajo y
firme—. Todo tu cuerpo me pertenece durante esta semana. No lo olvides.

Mis manos se movieron más rápido, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba, cómo su respiración se volvía más irregular. Aceleré el ritmo de mis embestidas, manteniéndola inmovilizada mientras la llevaba al límite.

Finalmente, la dejé caer de nuevo sobre la cama, su cuerpo agotado, cubierto de sudor. Me incliné sobre ella, mi boca rozando su cuello mientras susurraba:

—Ahora sabes lo que significa obedecerme.

Bajo la superficie del CEO [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora