Capítulo 22: Viejas amistades

66 18 0
                                    

●22

La brisa acariciaba mi rostro, aunque el calor seguía ahí, agazapado entre el aire espeso. El cielo, gris y denso, anunciaba que algo se aproximaba, pero eso no me importaba. Estaba aquí por algo más urgente.

El coche se detuvo, y las puertas se abrieron. Sergei y Boris descendieron primero. Sus trajes impecables y esas miradas que lo decían todo. El tercero, el joven, apenas captó mi atención.

Mis manos sudaban. No por el calor, sino por ellos. Recordaba demasiado bien lo que representaban.

Mi mente me hacía divagar de manera inconsciente. Me obligué a recomponerme, no podía permitir que nada de lo que estaba por venir me afectara.

Pero al ver sus sonrisas, la sensación familiar se instaló. Un recuerdo que, por mucho que lo enterrara, siempre volvía cuando ellos estaban cerca.

♤♤♤♤♤♤

Viktor, catorce años

Cada último fin de semana del mes, mi padre y yo viajábamos a Rusia. No había excusas. Nikolay lo hacía parecer una sana convivencia de padre e hijo, pero no era más que una lección brutal. Para él, aquello era esencial, casi un rito de iniciación para mostrarme "el verdadero mundo". Mi madre siempre intentaba detenerlo, pero cada vez que levantaba la voz, terminaba en el suelo.

Ella lo intentó una vez más.

—Nikolay, por favor, ese no es un ambiente para un niño…

Mi padre, ya cabreado por su súplicas, con la mano ya en la puerta, se detuvo un segundo antes de volverse hacia ella. Su mirada fría cortaba el aire.

—¿Un niño? —Su risa era amarga—. Lo que quieres intentar hacerle a mi hijo, no lo voy a permitir. Deja de socavar mi autoridad.

—Lo que le estas haciendo, a nuestro hijo, lo estás destrozando…

—Callate, Esther… ¡Cierra la maldita boca de una buena vez!

El golpe vino rápido, con la brutalidad habitual. La bofetada la hizo caer de rodillas, el sonido resonando en la sala vacía. Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, aunque no parecía que fuera por el dolor físico, sino de algo mucho más profundo… impotencia.

—Quiero ir —dije, aunque la mentira me supo amarga en la boca. Lo dije para que Nikolay se detuviera, para que no intentara golpearla de nuevo

Mi padre me miró con algo que solo podría describir como aprobación torcida.

—Estaré bien mamá —dije, arrodillándome para tratar de tranquilizarla.

—¿Lo ves, maldita mujer? —gritó, mientras mi madre seguía en el suelo—. Él no es como ese... inútil —dijo, señalando hacia el rincón donde Dimitri, se había escondido, inmóvil, mirando la escena con ojos desorbitados.

Mi padre muy pocas veces lo miraba, pero cuando lo hacía... Dimitri era insignificante para él, una carga, una "cosa" que no valía la pena moldear. Yo, en cambio, era el proyecto perfecto. Yo sería la extensión de Nikolay, el hombre que él había decidido crear a su imagen.

Mi madre me miró con sus ojos enrojecidos, llenos de dolor y vergüenza. Yo había perdido en ese momento. Había cedido a la única forma de detener los golpes, sacrificándome por ellos.

—Ves… le gusta convivir con su padre, deja de hacerte ideas. Levántate, Viktor. Vamos —Nikolay no miró hacia atrás mientras salíamos. Yo tampoco lo hice, porque sabía que no había nada que pudiera hacer.

La mansión en Rusia siempre fue un lugar de excesos. No había calidez, solo esa opulencia vacía que reflejaba el alma de mi padre. Allí todo era grande, brillante, costoso, pero sin vida. Tan pronto cruzamos el umbral, el olor a tabaco inundaba el aire, mezclado con el de alcohol, sudor y algo más, algo que siempre me dejaba inquieto. Era como si las paredes mismas absorbieran la decadencia que se desplegaba noche tras noche.

Bajo la superficie del CEO [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora