Para mis diecisiete, mis amigos sobornaron al bouncer del Golden Village para que nos dejara pasar.
Me acuerdo de que sonaba la canción con la que Stromae había explotado a nivel mundial.
Me acuerdo de que me había despegado de Maxi, Martín y Cabrera para ir al baño.
Me acuerdo de que me estaba lavando las manos cuando vi a Bea por el espejo que tenía enfrente.
Me acuerdo de que, por un segundo, creí haber estado alucinando, sufriendo los efectos secundarios de esos cocteles de colores que me había estado tragando como si fueran jugos de cajita, pero su voz fue como una cachetada de sobriedad:
–¿No me vas a saludar? –me sonrió, el lunar escondiéndosele por ahí.
Me presentó al Gallo, su novio, un cuate todo fresa que estaba terminando Leyes en la Landívar.
Bea se había graduado del Liceo un par de meses atrás y ahora estudiaba Administración de Empresas en la del Valle. Yo le dije que todavía me faltaba semestre y medio para graduarme y que no tenía ni idea de qué quería estudiar; que mis metas eran tan cortas que lo único que sabía era que, al llegar a la barra, iba a pedir un Sex on the Beach.
–No lo recomiendo –me gritó al oído–, la arena mucho raspa.
Tengo una laguna mental muy grande, pero lo único que sé es que me pareció que Bea ya no era la nena inocente e ingenua a la que le daba vergüenza decir culo sobre cutete.
De repente, aún hoy en día, tengo como flashazos de esa noche en el Golden Village; no sé si en verdad pasaron o si son una reconstrucción ficcionalizada de mis más profundos deseos: estamos Bea y yo, bailando algo parecido a "Riverside", en una sobadera casi orgiástica porque hay más personas.
Cuando me recuperé de la supergoma, la busqué en Hi5, la agregué y, cuando me aceptó, me pasé la tarde entera viendo sus álbumes de fotos.
Me di cuenta de que siempre sonreía y giraba la cabeza hacia la izquierda, como intentando esconder el lunar, y que se había decolorado los vellos de los brazos. Tanto tiempo había pasado y el imbécil de César parecía todavía tener algún tipo de poder sobre ella.
Cuando llegué al primer álbum en donde salía el tal Gallo, se lo enseñé a mi mamá.
–Er hat ein richtiges Backpfeifengesicht –se rio.
A los días, nos agregamos por Messenger.
En cierta ocasión, me dijo que Engracia iba a celebrar su cumpleaños y que, según le había dicho ella, era yo muy bienvenida a asistir (ni idea por qué); por desgracia, me había ido a Costa Rica a los intercolegiales de deportes. Algunas semanas después, cuando me invitó a un toque de los del Liceo, estudiar para el examen de Biología me pareció más entretenido que ir a verme las trompas con pura gente con la que no tenía nada que ver.
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En marzo del año siguiente, le escribí a Bea para felicitarla por su cumpleaños.
Me respondió por mensaje para darme las gracias por acordarme de ella y para decirme que no sé quién, que iba a no sé qué colegio, iba a hacer la fiesta de graduación el mismo día que nosotros. Con un poco de pena (eso dijo), me preguntó si la iba a invitar, así fuera sin plato de comida, para saber si confirmarle o no a la otra persona.
Aquí es importante que confiese lo siguiente: yo nunca fui muy de tener amigos propios, porque la verdad es que no fui de andar de arriba para abajo por mi cuenta, y si me llevaba con los del Dewey, los del Fulton, los del Crompton y todos esos otros colegios, era porque mis compañeros del Kepler se llevaban con ellos y coincidíamos que si en la casa de Kunz o en la de Guti, o incluso en la del cerote de César, que todavía no sé por qué era tan popular o por qué era yo tan débil que no mantenía una postura de absoluto rechazo.
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Huevos Tibios
Romance"Huevos Tibios" es la historia de una amistad de toda la vida entre dos mujeres cuyas vidas se cruzan y se separan por mano ajena en los momentos más esperados. La narradora, cuyo nombre nunca se da a conocer, reconstruye, a través de episodios dulc...