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Breki me llamó a su oficina.

Había hecho que le quitaran la puerta porque, según argumentaba, las puertas cerradas lo hacían sentir claustrofobia.

A sus pies, Stormur estaba echado con una camisa de la empresa hecha a la medida y unos zapatitos que parecían Adidas (en lugar de las barras eran huesitos). Se veía entre ridículo, chistoso y lindo.

Me entregó el borrador de la plaza para que la revisara y le hiciera los cambios que creyera pertinentes. De ser posible, la quería publicar antes de que terminara el día para que empezáramos lo más pronto posible con la búsqueda del candidato idóneo.

Supongo que me vio con cara de qué putas porque me preguntó si Anja había hablado conmigo.

Le dije que no, porque la verdad era que ella y yo no habíamos cruzado palabra desde que me había querido dar las gracias con un almuerzo básico de la cafetería interna.

Entonces me dejó ahí sentada, revisando el borrador, en lo que iba como dando de saltitos (así caminaba, como brincadito) a averiguar qué había pasado.

Stormur se puso en dos patas y se apoyó de mi rodilla.

Me acordé de que Bea siempre había querido un perro porque, con esa carita de yo-no-fui, seguramente se la ganaría.

Le rasqué la cabeza, detrás de las orejas.

El ruido era menos.

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En pocas palabras, mi nuevo título era más bien ornamental.

Las responsabilidades añadidas (que eran seis, comprendidas en dos KPIs que se habían sacado del culo) no se reflejaban en una remuneración justa. Sin embargo, me permitía tomar ciertas decisiones autónomamente, cayendo bajo el manto protector de Breki.

O sea, podía cagarla y no me iba a pasar nada.

Nos habían autorizado iniciar con el proceso de selección de manera independiente y solo íbamos a involucrar a HR cuando hubiéramos encontrado al candidato ideal. Ahora, ese uso del plural no era un Breki y yo, sino que él esperaba que yo, junto con alguien del equipo (como si hubiera mucho de dónde escoger), hiciéramos la Aufsuchung, porque, al fin y al cabo, éramos nosotros quienes íbamos a tener que lidiar con la nueva contratación.

A pesar del ruido, le hice huevos. Porque de huevos tibios solo Bea podía tratarme.

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Bea me dijo que estaba hasta aquí (se señaló el cuello) de cosas que hacer.

Por una parte, en la agencia agregaban contenido cada tres o cuatro días en su carpeta, algo que se veía reflejado en la escala de cumplimiento que le marcaba el software en el que estaba trabajando.

–O sea, está bien chilero porque aprendo un montón de cosas.

Con eso se refería no solo a practicar y perfeccionar las técnicas, las estrategias y el vocabulario que usaba, sino que también hablaba del contenido de cada programa que traducía: como la habían apuntado como una de las encargadas de los cursos de Ciencias Sociales y Humanidades, había aprendido sobre pinturas europeas de 1400 a 1800, sobre tecnologías para la educación y recursos para planeaciones didácticas, sobre competencias digitales dentro del marco de la educación actual, y sobre la integridad académica en la educación digital. Estaba emocionada porque los siguientes paquetes de trabajo eran sobre literatura y escritura creativa, cosas sobre caligrafía y paleografía, y apuntes sobre retórica; el último curso que habían agregado era sobre lengua e historia del español.

Huevos TibiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora