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La Perestroika entró en mi oficina.

Estaba blanca. Más que de costumbre.

–¿Cómo es eso de que te vas?

Su tono era el de alguien que se sentía con todo el derecho de reclamar algo.

Le pedí que cerrara la puerta. En lo que lo hacía, miré el lapicero que me había dado Dr. Kwiatek el martes que le había entregado el draft con una firma que legitimaba mi aprobación de la oferta (el contrato verdadero se iba a firmar hasta el cinco de enero); ahora, en lugar de su nombre, tenía el mío.

–¿Qué putas con ese email que mandaron de HR? –insistió.

Como había estado sumergida entre el reporte de investigación de los contenedores con los sellos rotos y un informe de TecEval, no había visto nada; ni siquiera había oído la notificación.

Al leer el correo, entendí por qué la Perestroika había sucumbido ante el pánico. Todo se malinterpretaba desde el asunto, "Mitteilung zur Übergabe der Teamleitung", y se remataba con una expresión que daba a entender que, en efecto, me iba de la compañía, no del equipo de SCE-D.

–Además, los del Caribe dicen que Erika va a ser nuestra nueva manager.

Cómo sabían eso los antillanos, ni idea.

Le pregunté si había algún problema con que eso fuera verdad.

–En principio, no –contestó.

Era solo que ella, aunque le cayera bien, le parecía que en términos laborales le temblaba la mano a la hora de tomar decisiones; era, en sus palabras, una huevos tibios.

Me dio risa, obviamente por otros motivos.

Porque le tenía confianza, le expliqué lo que estaba pasando.

Al igual que Erika el sábado anterior, la noté más tranquila cuando supo que no me estaba yendo al chorizo, sino que simplemente había subido un peldaño más en la jerarquía organizacional.

–Puede ser que Erika tenga dudas para ciertas cosas, pero no hace nada por puro impulso –le dije–. Aprendé de ella lo más que podás, porque lo que a ella le sobra es experiencia.

–Si le sobrara, estaría ella sentada ahí –señaló mi escritorio.

No supe qué responder.

–Vos sos bien inteligente –le dije.

La nena se me quedó mirando raro.

–No me refiero al lado intelectual nada más, sino a tu capacidad de razonamiento y a que tenés una intuición que ojalá pudiéramos darles de comer a todos aquí.

La nena ahora estaba roja.

–Si te ponés las pilas, no dudo que en un par de años seás vos la que esté sentada aquí.

Lo dije con toda la intención y la convicción de que, de quedarse en la compañía, así sería. Pero ni a ella ni a mí nos quedaba mucho tiempo ahí como para verlo hacerse realidad.

–¿Tenés planes para hoy? –le pregunté antes de que saliera.

–Se supone que me voy a ver con Andreas –dijo y vio la hora–, pero ni siquiera sé si ya salió de París y a saber si tenga ganas de bajar hasta acá.

Detalles que no hacían ninguna diferencia (para mí).

–Bueno, si se atrasa o algo, ¿te querés llegar a cenar?

La nena, atragantada con sus propias palabras, se limitó a asentir.

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Huevos TibiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora